Lo cierto es que la humanidad griega estaba tan saciada de contenidos y fuerza plástica que pudo, aun sin ordenación política, subsistir como forma libre durante toda una época histórica, e incluso actuar como poder formativo del resto del mundo. Los invisibles vínculos de la fe y de la polis, en los que creció, fueron desapareciendo. El hombre libre del siglo IV, aparece como un fruto maduro, no como el producto de una emancipación revolucionaria. Su belleza es más iluminada, más encantadora, más personal. Hay en él más alma, más sentimiento de mundo y más conciencia de sí mismo que en cualquier obra de Fidias. Mirón ya le había dado los tonos en el siglo V; Escopas y Praxíteles resonaban de lleno. Un segundo clasicismo de la forma humana surgía no sólo en las artes plásticas, sino también en la lengua, que nunca había sonado más dulcemente y con más espíritu, pero, ante todo, en la realidad del hombre mismo. Fundado sobre sí mismo, pleno y equilibrado, ya no es ahora una formación de la polis, sino, si se puede decir así, la figura del hombre.
Con esto alcanzamos un concepto del que hay que retirar mucho escombro histórico y mucha palabrería antes de que salga a la luz su valor primitivo, que entonces se convierte en realidad histórica: el concepto de cultura. Cultura significa que las potencias espirituales que determinan una vida no sólo proceden de fuera del hombre ni sólo él las pretende o está bajo su disciplina, sino que se hacen forma en él mismo, en su cuerpo, espíritu y vida, y en las tres cosas relumbran con el brillo de la personalidad. Ilustración es la incorporación de todo contenido objetivo de una cultura a la personalidad viva del hombre y la generación de todo un mundo en torno a su propia individualidad. En este sentido, la cultura es la última forma histórica de la humanidad griega.
El afán de formarse a sí mismo como figura válida pertenece a las disposiciones esenciales del helenismo y es a la vez el paralelo de sus dotes plásticas. Los sofistas y Eurípides hicieron consciente el concepto de la paideia. Platón la situó en el centro de su filosofía y, particularmente, de su República. Lo que en la antigua polis, en primer lugar en el cosmos espartano, era disciplina que actuaba por sí misma, en la República de Platón se convierte en trabajo consciente de educación en todos aquellos que tienen algo de plata o de oro en su sangre; pro la igualdad de los contenidos y normas -pues el modelo es Esparta- permite ver tanto más claramente la diferencia. Desde la época de Platón florecen en Grecia los gimnasios. Él mismo crea en el bosque de Academo el modelo de todos los centros educativos del mundo. La ciudad de finales del siglo IV, y, desde luego, del siglo III, ya no es la polis, sino una organización comunal que se convierte en objeto de lucha de las potencias universales. Y, además, Atenas es el foco de la cultura para todo el mundo. No en la polis, pero sí en el nombre; y su cultura está ahora dotada del espíritu griego.
Se comprende de por sí que la disolución de la polis no sólo dejó libres a los griegos en una forma más alta y para un fin cultural más elevado, sino a la vez también en todos los modos inferiores de la existencia individualista y para pretensiones mucho más cómodas. Aparece ahora no sólo el apego al mundo, sino una mundanidad muy corriente; no sólo la autonomía de la persona, sino también el libertinaje; no sólo la madurez, sino también la fatiga y hasta la corrupción. todo crece sobre el mismo suelo, el de la individualidad liberada. En la maravillosa genialidad del espíritu griego tiene esta criatura tan tardía alguna parte hasta en sus más indignos extremos.
Se comprende, además, que la cultura helénica cuando se convirtió en potencia mundial, se superficializó en todos sus grados y fue acuñada en toda clase de monedas fragmentarias. La sustancia de la "ilustración" era apta para ello; incluso la misma potencia mundial es una cultura cuando existen todos los grados de semiilustración y hasta la misma incultura se da en el sentido de aquélla. Es, por consiguiente, un juicio de categoría secundaria decir que los países centrales del antiguo imperio babilónico fueron tocados por la cultura griega "sólo superficialmente". Naturalmente, sigue a pesar de ello siendo un problema histórico de altísima relevancia la tenaz resistencia de las culturas orientales. Pero existió, y en parte fue provocado por el mismo helenismo, que prestó a las religiones y a las fuerzas políticas del Oriente sus formas más racionales. Pero no sólo como fermento, sino como fecunda siembra, el helenismo influyó hasta los bordes de la ecumene. Por no hablar del centro, donde Pérgamo, Rodas, la costa de Anatolia, Siria septentrional y todas las nuevas ciudades de los diádocos, se convierten en focos helenísticos de primerísima categoría.
Colonos griegos fundando ciudades se desbordan por los países del lejano Oriente a través de un camino que abrió la expedición de Alejandro Magno, hacia Partia, Bactriana, Drangiana y Aracosia. En el arte híbrido de Gandhara se pueden ver con los ojos los efectos de este helenismo oriental, que pueden ser perseguidos hasta el interior de Mongolia. Pero, esencialmente, se helenizan las dos grandes potencias, precisamente en el momento de presentarse juntas a su particular duelo por el predominio universal: la vieja potencia púnica y la itálica en ascenso. Cartago es, después de ganar definitivamente, luego de la caída de Agatocles, el dominio sobre los griegos de Sicilia, una ciudad helenística, aunque su sustancia siga siendo semioriental. Roma pasa a serlo después de que tras la muerte de Pirro incorpora a su zona de supremacía las ciudades griegas de la baja Italia.
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