Que la polis perdiera su fuerza de cohesión significaba que el hombre griego ya no viviría en adelante en el orden concreto en el que había surgido su humanidad y del que sólo él podía haber surgido. Pero, en seguida, significó también que buscó y halló en sí la medida conforme a la cual todo, y el hombre mismo también, sería medido. La filosofía, hasta ahora superación de la propia existencia en conciencia pensante, se convierte por primera vez en afán metódico de conocimiento y busca las normas conforme a las cuales la vida humana puede ser guiada o asegurada o santificada.
Este afán es común a todas las escuelas filosóficas hasta la Estoa. Naturalmente, que la divina altura del iniciador no es mantenida por sus sucesores y la seriedad de la Academia platónica no es la misma durante siglos: buscar mediante el conocimiento lo que la realidad ya no da por sí misma, a saber, la norma por la que puede ser guiada toda vida humana en el mundo -o cuando no se puede de otro modo, fuera de éste. Con esto está el conocimiento dispuesto, según se da en su propia naturaleza, a todos los rodeos, al rodeo más allá de lo máximo y lo lo mínimo, más allá de lo más íntimo y lo más lejano. Se acerca al cosmos para conocer su ordenación, para que el hombre sepa a qué ley del universo tiene que acomodarse. Examina con el pensamiento el atomismo de la materia y las invisibles excitaciones de las sensaciones para saber como se puede acrecer y refinar el placer de vivir. Por lo demás, conserva también en esto el espíritu griego su innata fecundidad. Todas las formas y posibilidades de la eudaimonía, esto es, de la vida bien formada y bien guiada, se investigan y descubren:la apertura cirenaica frente al mundo y la retirada cínica tras las murallas de la propia autarquía, la fortaleza del alma que se coordina con la ley del universo y con esto logra estoica libertad, y el arte soberano de la vida que domina al mundo epicúreo. El hombre helénico busca su humanidad dentro de un nomos y de un cosmos, en relación con un todo que en el hombre -medida de todas las cosas- halla su sentido. Después que la ordenación concreta de la polis ya no era válida, este todo sólo puede ser un todo consciente, aprehendido, reflexionado. Después que el griego ya no es polites -pues esto se es sólo entre hombres y dioses hogareños-, se vuelve cosmopolita. Aparece ahora la igualdad de conciencia y de cultura, y el ser humano se encuentra con sus semejantes dentro de una ordenación universal y común para todos.
Eurípides ha preludiado este tema al reconocer humanidad a los esclavos. La filosofía de los siglos siguientes lo ha realizado al formular la ley universal ante la cual todos son iguales, y al exponer variadamente el puesto ético de hombre ante ella. Un pensamiento completamente extraño, inimaginable desde el espíritu de la polis, irrumpe con ello en el mundo griego o, por mejor decir, surge de él: puede haber paz sobre la tierra, que en sentido más profundo hasta existe en ella la paz, y que sólo la torpe actuación de los violentos la encubre superficialmente. Con la espumeante voluntad de la vida de la polis, desaparecen también sus duros límites sus pétreos límites y las tensiones de su política; un espíritu convertido en universal ya no puede tomar en serio las categorías de lucha y de política. Y lo mismo que los hombres y sus pensamientos, se liberan también los dioses de la santa sujeción de la polis. Se convierten -ahora, por primera vez- en potencias universales en las que cada hombre tiene como individuo su parte, cuando las venera y las experimenta en su existencia personal. Naturalmente, que con ello palidecen en mayor o menor medida y caen tanto más fácilmente presa del escepticismo. Todos los dioses son arrastrados en este cambio, sobre todo aquellos cuyo estilo y sentido se presta a él mejor: Afrodita, la vencedora y dadora de felicidad a todos los seres; Deméter, la madre común; Eirene, la diosa de la paz...
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