PODER MUNDIAL DEL HELENISMO

La sabiduría de Platón es tan grande que la filosofía en que e manifiesta casi se convierte en un velo tras el cual está aquélla.  Los griegos posteriores deben haber sentido algo de esto cuando le ideron como al único entre todos los filósofos el sobrenombre de "divino".  Pertenece a lo esencial de un dios que el mundo que ha creado no sea su última palabra y que en él esté velado tanto como revelado.  Una relación semejante hay entre Platón y su doctrina.  La filosofía que para los hombres es sencillamente el saber profundo y propio sobre lo profano, está en Platón situada como una criatura de primer plano delante de un saber del cual mucho penetra en ella, pero que en modo alguno en ella se agota.
Ya en lo que dice es la filosofía platónica el caso límite, e incluso la transgresión de la frontera del pensamiento griego.  De ello ya hemos hablado y lo hemos tomado en cuenta en al historia de la polis, junto con todo lo que impulsa hacia adelante al espíritu griego en su crisis.   La dialéctica es en Platón ya no puramente el camino por el que el hombre experimenta la peculiaridad de su existencia en la divinidad del mundo, sino que es el camino de salvación por el cual el alma reencuentra su patria divina.  La plenitud de realidad cual la dan los sentidos y deseos ya no es puro proyecto del pensamiento, sino cadena del logos.  Pero el alma, que en su intimidad es logos, puede arrojar la cadena; ya sobre la tierra se convierte el filósofo en semejante a los dioses y vive en las islas de los bienaventurados.  La idea de lo bueno puede ser aprehendida en la dialéctica de la conversación y en el entusiasmo de la intuición intelectual, y es luego salutífera posesión de aquel que la aprehende.
Del ordenamiento concreto vital de la polis,  de su misma realidad concreta deriva tal filosofía.  Esta traslada al hombre a una libertad que es negativa con respecto a la libertad política de la polis, y lo hace como solitario recipiente de iluminación, de salvación, de vida bienaventurada.
A esta filosofía se le da por Platón su lugar en el tiempo y en el Estado, pero a la vez las realidades en las que es planteada con ello son reconocidas como irreales, es decir, que el Estado se descubre como "construcción en la mente" y el tiempo como pasado.  La República expresa este doble pensamiento de modo muy tácito; por eso es el más profundo y enigmático de todos los diálogos platónicos.  No fueron las malas experiencias, ni las tragedias con Dión, las que enseñaron a Platón la verdad de que filosofía y polis se habían desgarrado la una de la otra.  Lo sabía hacía mucho; sabía que Platón había nacido demasiado tarde en su patria y había encontrado al pueblo demasiado viejo.  Sus viajes a Sicilia son sólo como un sacrificio para servir a aquella verdad, y la muerte de Dión es únicamente un sello final.  La polis en al que los filósofos son reyes está allá sola sin tener igual.  Los filósofos dominan en ella aunque ellos piensan no en el dominio, sino en la contemplación de las ideas -como si esto fuera política.  Viven con la mejor parte de su alma en otro mundo -como si no fueran el centro del Estado.  De manera más positiva y con mayor claridad a través de todas las paradojas, apenas puede expresarse que la polis ya no sujeta, sino que debe ser sujeta, que la filosofía es libre, que el hombre es libre en un sentido que ya nada tiene que ver con la libertad política.
Un proceso histórico universal de incalculable importancia estaba en marcha; comenzó cuando Platón nació, y estaba decidido cuando murió: la liberación de la humanidad griega de la forma vital histórica de la polis.  Platón lo había abarcado en sus pensamientos.  Su República es la última figura de la polis en cuanto es utopía.  Qué pequeño hubiera sido comprender aquel proceso de modo sólo negativo, como crisis, como disolución, como fin de la polis. Platón lo comprendió positivamente.  En cuanto perfeccionó el concepto de logos y ya casi lo trascendió, encontró en el hombre la posibilidad y la vocación de vivir en un orden eterno, y con ello la polis fue a la vez santificada y desrealizada.  Él comprendió más bien el proceso histórico de su época tanto en el aspecto positivo como en el negativo, es decir, en el irreal heroico: que no había para la polis otra salvación que la de que los filósofos se tornaran reyes o los reyes filósofos (¿dónde se ha visto tal cosa?).  Lo comprendió, por consiguiente, en el preciso oscilar entre positivo y negativo, y, precisamente, esto fue abarcar en pensamientos de la época.

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