Que la obra de arte de la tragedia ática es a la vez dionisíaca y apolínea y que incluso históricamente ha surgido de la lucha y el emparejamiento de ambas divinidades e impulsos vitales,es hoy para nosotros un pensamiento familiar. Sólo que no hay que cometer las dos faltas en las que incurre Nietzche: romanizar este pensamiento y limitarlo al problema estético de la tragedia. De aquella lucha y emparejamiento surge toda la vida griega, surge la misma polis, y, por consiguiente, también la tragedia, que está en el centro de la vida griega como su lugar de concentración e imagen sublimada, y que con la polis se forma y sucumbe. La propia polis es sujeción como forma de la vida subterránea y férvida, apretón de manos de Apolo y Dionisos. Que la vida más fuerte someta y domine a la más débil y la más clara a la más oscura, ocurre en mil lugares. Pero allí se interpretan las dos corrientes vitales y sus mundos divinos, y se enlazan en una ley que vivifica a todos los miembros; sólo gracias a ello, la polis se convierte en la más humana de todas las creaciones del mundo político.
"No borres del Estado todo lo que despierta terror", le dice Atenea en las Euménides, de Esquilo, cuando funda el Areópago.. La diosa olímpica acoge en la polis a las Erinias, las diosas del profundo, para que funden la felicidad del país. Pero la sentencia definitiva en la lucha de los viejos y los nuevos dioses la da ella misma junto con los jueces humanos, ella, hija de Zeus, que es el espíritu de cada uno de los ciudadanos. Forma y contenido de la tragedia o, dicho de otro modo, tragedia y polis, nunca se unieron más íntimamente que en esta escena final de la Orestíada.

Pero el drama más antiguo que poseemos de Esquilo comienza con una oración a Zeus, el protector de todos los suplicantes, el poderoso más allá de cuanto se puede pensar. ¡Cuán grande es Zeus! -este es el tema que como una poderosa teodicea se extiende por toda la obra de Esquilo y Sófocles, hasta que en el verso final de las Traquinias asciende al pensamiento metafísico que explica hasta el más profundo dolor: en todo está Zeus y todo es su obra.
En este realce de Zeus toman parte los otros dioses olímpicos,aunque a distancia. Es, comparada con la Ilíada, una Atenea más reina, la que en las Euménides afirma el derecho y absuelve a Orestes; es una Afrodita más divina la que en el fragmento de las Danaides defiende el amor de Hipermestra. Toda la fe homérica se vuelve a ganar en las profundas implicaciones de los destinos en la tragedia y en el lenguaje audazmente movido, incluso a través de caminos más difíciles. Los dioses no son simplemente ennoblecidos, espiritualizados o, como suele decirse, moralizados; compárese, por ejemplo, el papel de Atenea en el Ayax, Pero llenan todo el mundo, todo acontecer proviene de ellos, el destino y ser del hombre es por ellos causado, tal cual el piadoso sentimiento de los griegos sentía la victoria sobre los persas a la vez como obra humana y obra divina. Si no fuera la palabra, respecto de una fe viva, demasiado abstracta, se podría decir: los dioses son el sentido del mundo.
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