CARLOMAGNO (II)

Sólo la irrupción del Islam, que arrancó el mediodía, y la separación de Oriente y Occidente, que sucedió entre sus consecuencias, han constituido en sí mismo este espacio occidental, y, por consiguiente, y como decía Pirenne, "sin la aparición de Mahoma, Carlomagno es imposible".  Pero hay que añadir que Carlomagno no sólo aprovecha una oportunidad y concentra unos restos, sino que realiza la creación histórica alrededor de un centro que era realmente el centro, y al cual pertenecia el futuro; así surgen de este complejo de múltiples fuerzas, efectos y condiciones, las realidades de carácter formador.  Pues Carlos dio a los países del Occidente, que él reunió con la espada, el orden interno de un imperio.  Su estrategia administrativa de dividir el imperio en condados, de dar cuidadosas leyes y ordenamientos escritos, de establecer mensajeros directos de la voluntad regia, es tan grandiosa y eficaz como sus campañas. Los derechos de las naciones y pueblos son considerados base en todas partes, y se escriben y cultivan.  El mantenimiento del derecho es reconocido como la más noble misión y precisamente como honor del Estado.  Pero una multitud de misiones estatales, hasta lo más cotidiano y hasta las profundidades de la pobreza se sobreañade.  como armazón de la estructura del Estado, es utilizada por todas partes la Iglesia con su jerarquía organizada y su administración habitualmente escrita.
Lo mismo que por abajo se extiende  cuidar del pueblo bajo, así el imperio se extiende por arriba y ello lo hace siempre un imperio auténtico, hasta las alturas del espíritu.  Con medios cristianos y empapado de cristianismo, pero en modo alguno, con trabas clericales, se desarrolla en la corte de Carlos y en muchos monasterios y ciudades episcopales de Occidente una vida intelectual llena de fuerza.  El longobardo Paulo Diácono, el visigodo Teodulfo, los italianos Pedro de Pisa y Paulino, los grandes obispos, abades y laicos de Baviera y Francia, entre ellos el excelente Eginhardo, y, al frente de todos, el anglosajón Alcuino; ¡qué colección de espíritus y qué movimiento entre ellos! En una noche, el Occidente, al adquirir un centro, se tornó una unidad, también espiritualmente.  Bienes culturales, tesoros bibliográficos y maestros se intercambiaban entre todos sus países; y en este aspecto, Inglaterra quedó también esencialmente incorporada.  La antigüedad tiene su primer Renacimiento con espíritu occidental.  Las siete artes liberales florecen, el latín que se había empañado vuelve a tener lustre.  Pero también las tradiciones germánicas son guardadas con cuidado, también la lengua y la literatura del alto alemán antiguo alcanza a crear obras.  De misterioso modo, en los modelos que se reciben de la arquitectura antigua tardía y bizantina, se despiertan las formas nacientes del estilo románico.
El imperio de Carlomagno es una auténtica suma; sus elementos formativos son múltiples, pero dan una unidad íntima.  A través de los reinos de francos y longobardos se enlazan restos conservados del estado romano con la soberanía de los reyes germanos, y así, Carlos, incluso cuando era portador de la dignidad imperial, ha gobernado siempre como rey de los francos y longobardos.  Pensamientos anglosajones de la santidad de la realeza y de la unidad de la potestad mundana y espiritual se suman a ello.  Todo está coronado por la idea agustiniana de la Civitas Dei.  Ser protector y campeón de la fe cristiana y de la Iglesia no es sólo el deber supremo, sino precisamente su esencia.  Por primera vez en Carlomagno se perfeccionó la unidad universal del germanismo, herencia de Roma y cristianismo.  Se perfeccionó en la conseguida forma del imperio.  El Occidente estrechado y unificado comenzó su camino como Reino de Dios.

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