EL CÉSARO-PAPISMO (II)

Sin embargo, el Estado se ha apoderado del control de una Iglesia en la que hay piedad, vida religiosa, celo pío y auténtico fanatismo.  Esto se demuestra ya en la pasión con que en la corte y en las calles se disputan cuestiones teológicas.  Según describe Gregorio de Nacianzo, el panadero al que se compra un bollo asegura que el Padre es mayor que el Hijo; el cambista, en lugar de dar dinero, habla de Engendrado y el No engendrado; el bañero, mientras viene el agua sostiene la proposición de que el Hijo, sin duda, ha sido formado de la nada.   Pero más esencial es el culto viviente que se rinde a las reliquias, que por caminos derechos y, sobre todo, torcidos, llegan a Constantinopla a centenares.  Todavía es más esencial que el monacato encontrara el camino desde el desierto hasta la gran ciudad.  El influjo de los grandes monasterios, especialmente del de Studion, después de las reformas de Teodoro, es innegable.  El pueblo ve con afecto en los monjes a sus amigos y apoyos, pero respecto a su santa vida sienten también los señores, incluso los emperadores.  Una corriente de fe robusta, de amor activo, de interioridad mística, afluye por ello continuamente en la vida pública.
Hay siempre una tensión latente, y a veces, hasta conflictos declarados, entre los monjes y la Iglesia imperial, entre la piedad popular y la teología ortodoxa.  Pero, en conjunto, y cuanto más duraderamente tanto más, una vez que se solucionó la lucha de las imágenes, se entrelazan los diversos elementos en la unidad de la cristiandad bizantina.  Lo esencial es que la Iglesia no se concentra en una organización propia, no se contrapone al estado, no se convierte en la otra espada.  Dos polos que se buscan y se huyen continuamente, dos potencias que sólo dan la vida juntas y cuya lucha amenaza siempre, porque ambas son universales; esta tensión de estilo occidental no existe en Bizancio.
También falta igualmente todas las tensiones que para el espíritu occidental constituyen tanto la idea de "Dios" como la idea de "Imperio".  El estado que se desarrolla en la tardía antigüedad, con burocracia, ceremonial cortesano, comercio de mercancías, forma de vida de gran ciudad, se continúa sin interrupción.  Pero en la infinidad de sus reliquias y de sus antas imágenes, poseía Cnstantinopla a la vez la plenitud de la salvación.  Tesoros mayores, apenas si los guardaba Tierra Santa.  Por eso, la cristiandad bizantina no conoce entusiasmo por la cruzada, y las cruzadas occidentales fueron para los bizantinos siempre cuestión política, ni conoce ninguna angustia por el fin del mundo, ni ninguna nostalgia de la muerte.  La santidad de la ciudad garantiza su permanencia.  También es Bizancio el reino de Dios sobre la tierra, hasta en un sentido muy definido: como el imperio romano continuado, en el que Constantino el Grande ha implantado el alma cristiana.  Pero reino de Dios en lucha no lo es, y por consiguiente, no es Reino de Dios en sentido occidental.

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