FRANCIA E INGLATERRA Y EL NUEVO ORDEN

En todo el Norte, Oriente y Sudeste del Imperio se hallan príncipes y reyes de derecho propio, pueblos con origen propio y destino migratorio, Iglesias con directa relación con Roma, con excepción de los Premysl bohemios, cuya sólida y duradera incorporación al Imperio ocurrió pronto; todo el resto sigue siendo espacio fronterizo disputado o se constituye como estado fuera del Imperio.  En el Oeste, los Capetos durante un siglo, lucharon con los grandes vasallos por la supremacía feudal y por la herencia de la corona.  Su reino es todavía impotente, su estado sin peso en Europa, cuando los emperadores sajones ya hace mucho que han dominado a los duques, conquistado Italia y llevan en sus sienes la corona imperial del Occidente.  Pero mientras la más alta misión del Imperio desgasta la fuerza y la concordia del pueblo alemán, los reyes de rancia fortifican su superior jurisdicción y reúnen a sus caballeros alrededor de las banderas de la nación.  Con la creciente unidad y fuerza crece el orgullo.  Ya frente a la renovación del Imperio por los Staufen se alza desde Saint Denis la pretensión de que la herencia de Carlomagno es guardada en Francia.
Más pronto aún, y en conjunto con mayor fuerza, asciende Inglaterra a ser gran potencia.  Enrique II, bajo el que el dominio angevino se extiende desde Escocia hasta los Pirineos y abarca media Francia, es contemporáneo de Barbarroja; la Carta Magna, fecha clásica de la historia de Inglaterra, es contemporánea de la coronación de Federico II.  Por las propiedades continentales de los normados y los Anjou, por la lengua y la cultura de las capas dominantes, por la siempre renovada guerra entre Francia e Inglaterra, los dos estados de Europa occidental, al subir al rango de grandes potencias, están estrechamente entrelazados entre sí.  Con todo, las alternativas de esta guerra conmueven, además, la historia de todo el Occidente e imprimen en ella mayor impronta que la mayoría de las cosas que en el Imperio acontecen.
Además, las ciudades y señoríos italianos, con su cambiante poder y su marcado valor como posición estratégica; además la Iglesia pontificia, que transforma sus pretensiones al dominio universal en una política realista que actúa por todas partes y que penetra igualmente a través de todas las soberanías; además, en el Imperio los poderes territoriales, que no son, es verdad, los primeros en crear el interregno, pero que a posteriori lo han fomentado y han confirmado según el derecho imperial a Federico II:la plenitud de las fuerzas políticas parciales en el espacio europeo es tan grande, que infinitas combinaciones resultan posibles y que contra todo orden unitario, ante todo, por consiguiente, contra el Imperio, casi forzosamente surge una combinación contraria.  También el Imperio mismo se transforma en este sentido y se convierte de una ordenación del todo en una figura en el juego de las potencias.  En la conciencia de la época se dibuja claramente esta Europa del futuro.  Se forma una teoría política y hasta una teología del nuevo "desorden".  Escritos polémicos contra el universalismo del Imperio y contra un pontificado de universal poder existían desde hacía mucho tiempo.  Pero desde Felipe el Hermoso existe la tesis de que la soberanía del Estado es absoluta y, por consiguiente, el Imperio es una vana pretensión, existe un liberalismo con todas las consecuencias: la iglesia no tiene ninguna potestas directa in temporalibus, el concilio está más alto que el Papa, el Estado por encima de la Iglesia, el hombre más alto que el Estado, la razón pensante por encima de la tradición.  París, centro de la ciencia occidental, se convierte también en centro de estos pensamientos.   La soberanía por la que luchan los reyes de Francia es el modelo en que se concentran los pensamientos, y los juristas del rey, que se forman en París, Montpellier y Orleans, son los milites legum que por ellos luchan.

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