Todavía en el primer tercio del siglo V, es decir, contemporáneamente con el paso de los vándalos a África, anglos, sajones y jutos se apoderaron de la provincia de Brtinania a partir del Sureste. La resistencia que hallaron y rompieron no era ya romana, sino celta, pues las legiones romanas habían sido retirada y el emperador Honorio había hecho decir a los britanos que tenían que cuidarse por sí solos. De todas las provincias romanas era sin duda Britania la menos romanizada, y lo que existía de romano y de cristiano fue desarraigado en las sangrientas luchas de la conquista de los sajones; las leyendas acerca del rey Artús han conservado en la memoria de Occidente las luchas de los celtas cristianos contra los germanos paganos. Por tribus, según su propio derecho, y adorando a sus propios dioses, se establecieron los pueblos germánicos. Allí donde los movimientos invasores tuvieron un curso centrífugo y hasta fueron a dar en una isla, surgió de ellos una formación puramente germánica, esencialmente distinta de los reinos de las invasiones que habían surgido en otras partes del suelo romano y que todos, en cierto grado, donde no aceptaron la herencia de Roma, al menos se sirvieron de ella; por otra parte, no era un reino, sino una serie de reyes de tribu que se mantenían continuamente en discordia.
En este suelo esparcen los enviados del Papa Gregorio I la semilla del cristianismo: la Iglesia; pues no vienen de cualquier piadoso monasterio ni son misioneros por propio destino, sino enviados del Papa. La regla benedictina, que es la primera ética del Occidente cristiano, comienza con ello su carrera triunfal, y Canterbury, obispado y monasterio fundado en seguida, se convierte durante toda la época de luchas en firme baluarte de la Iglesia católica en Inglaterra. Durante dos generaciones la Iglesia pontificia tuvo que luchar con los anglosajones; en parte contra la competencia de los monjes irlandeses; en parte contra la reacción pagana, y su destino estuvo peligrosamente enredado en la lucha de los reyes de las tribus. en 664 venció. Al mismo tiempo ocurre en Roma la lucha dogmática contra la ortodoxia bizantina, en la que el Papa Martín I fue preso, juzgado y condenado por el emperador. por lejos que estuvieran en el espacio aquella victoria y esta derrota, en su sentido íntimo están muy cerca. La fosa que separa el Este del Oeste se hace cada vez más profunda. La Iglesia pontificia se orienta cada vez más hacia el Occidente, y un dí tiene que decidirse claramente en favor de éste: pues sólo en Occidente, por angosto y dividido que estuviera en aquel momento, hay para ella libertad y validez universal. Pero su primera victoria la logra la Iglesia católica precisamente en el siglo de su derrota, en el último extremo del mundo occidental, en Inglaterra. Sin conexión con la herencia romana, de pura sustancia germánica, y fecundada inmediatamente por el espíritu de San Gregorio o más, por el de San Benito, se desarrolla allí una vida eclesiástica que sólo con el imperio de Carlomagno vuelve a tener algo semejante, y de modo tanto más digno de admiración cuanto que los anglosajones, alrededor del año 700, distan mucho de estar unidos, sino que en siete reinos tribales llevan una existencia de formas políticas muy arcaicas.
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