La principal fuerza conservadora de Europa radica por completo en Occidente, y abarca tanto cuanto éste se extiende, y reúne lo múltiple y contradictorio en unidad, con profundas raíces en su suelo y dominando encima con poderosa corona que todo lo cubre: la Iglesia Romana. Su destino es uno con el de Occidente. En una historia llena de alternativas, que pasa por humillaciones, desórdenes, corrupción, lucha y triunfo, se acomoda a la ley vital del Occidente, se va dividiendo como éste según los tiempos en plurales forma hasta el peligro de la división y retorna en sus momentos culminantes a la unidad, de modo más victorioso y decidido incluso que el mundo temporal. No es fuerza conservadora como Bizancio; lo es, en cuanto protege, defiende, cubre, pero también en cuanto se convierte en centro -en uno de los dos centros- del Occidente. Mas, para los primeros cuidados con que, según en la catástrofe conservó lo viejo, se pudo mantener en los cambios de tiempo la herencia, las dos potencias conservadoras se repartieron los papeles; la vieja Roma, cristianamente renovada en el Oeste ha prestado tanto servicio como la nueva Roma en el Este, fundada desde el comienzo como cristiana.
En mil formas y modos se conserva en todo el Oeste la herencia antigua, aun allí donde todo amenaza con sumirse en la poderosa barbarie; se mantiene, por de pronto, por sí misma. Ya hemos dicho que el modo de ser romano les llega a los germanos desde el suelo, las piedras, la lengua, las leyes y ordenamientos aceptados. Pero en la historia no basta esta forma de permanencia para incorporar una herencia. Los puros recuerdos se extinguen, las puras influencias se gastan. Influjos aceptados sin quererlo no son todavía potencias conservadoras.
Tampoco es suficiente que las formas de actuación y los bienes culturales, los pensamientos y las formas de expresión de los antiguos sean transmitidos a la época sin cultura por aquellos que los han aprendido. Ello aconteció abundantemente en este caso, aunque siempre en formas cada vez más toscas y artificiosas. Los romanos y los griegos seguían filosofando y poetizando en el estilo de los grandes modelos, en parte todavía como paganos conscientes, pero generalmente, como ganados por el cristianismo o al menos como puestos a su servicio. Muchos supieron ganarse los oídos de sus contemporáneos, incluso de los reyes germánicos, algunos, incluso los de la posteridad, como Boecio con su Consolación de la Filosofía. Las escuelas de retórica florecieron hasta el silgo VI, no sólo en Roma, sino también entre los visigodos, vándalos y francos, y más tarde enmudecieron. Los méritos objetivos de los transmisores son grandes,incluso por las obras que conservaron coleccionando, traduciendo y comentando. ¿Pero es que en realidad construyeron puentes a través de los tiempos y transmitieron herencia? En conjunto, se mantuvieron sin pasar de la imitación, de la pura conservación, y por cierto la suma de los antiguos, aunque sí es lo que los siglos subsiguientes sabían de ellos. De tal modo sólo podían ser transmitidos andrajos de la cultura antigua, como así fue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Me interesa mucho su opinión. Modero los comentarios exclusivamente para evitar contenidos inapropiados.