La Iglesia se presenta como la primera heredera de Roma. Es a la vez el transformador en el que la filosofía de los antiguos se convierte en teología; el latín clásico, en medieval; la educación antigua, en educación occidental. Y a través de ella es la germanidad en cuanto se vuelve cristiana, o más precisamente católica, la segunda heredera de roma. Pues, potencia conservadora, y hasta transmisor de herencia auténtica, puede ser en la historia sólo aquello que está en sí mismo formado y tiene la categoría de una fuerza formadora, cual es el caso de la Iglesia.
Y a la vez no nos esmeremos mucho en explicar por nosotros mismos (pues nadie es capaz de ello en el fondo) la expansión del cristianismo. Se trata realmente de una semilla que crece por todas partes donde halla una gleba de terreno fértil, a la vez de un incendio que prende por todas partes donde hay corazones inflamables que buscan una respuesta alternativa al paganismo. Pero su especial papel como fuerza abarcadora en la conexión causal de la historia de Occidente, el Cristianismo lo ha desempeñado como Iglesia. Como Iglesia se impuso como unidad, que después se convirtió en uno de los diques de la unidad del Occidente. Como Iglesia, en Roma, y a partir de Roma, se convirtió en una nueva especie de potencia y erigió precisamente un nuevo imperio. Como Iglesia, conservó también el tesoro de la cultura antigua y lo elaboró y transmitió. A partir de la Iglesia se hace comprensible para la consideración de la historia el desarrollo del Cristianismo, si bien tenemos siempre que pensar que el misterio de la vida está en el germen y que el poder de la Iglesia hubiera estado muerto y su organización huera sin este maravilloso germen.
La misma victoria la logró el Cristianismo plenamente como Iglesia; no porque su verdad venciera a todos los ídolos y finalmente también convenciera a los emperadores, sino porque la Iglesia se convirtió en poder universal lo suficientemente fuerte como para que atrajera al imperio a una alianza con ella. Pero hay que volver con todo mucho más atrás. El hecho de que el Cristianismo madurara para triunfar en este mundo, de que resistiera no sólo a las persecuciones, sino a las mucho más peligrosas discusiones dogmáticas y herejías, de que hallara su camino hacia el mundo, es decir, hacia el imperio, ya esto es, de modo palpable, obra de la Iglesia; y es muy insensato considerar insignificantes su organización, su actuación política, su voluntad de poderío, porque son exteriores a la pura fe; en la conexión causal de la historia universal fueron decisivas.
La Iglesia de los primeros cristianos surge del pueblo de Israel, de su conciencia de ser el pueblo elegido, y precisamente de sus esperanzas mesiánicas; su nombre es la traducción de kahal, es decir, el pueblo reunido en presencia de Yavéh. Mas, por verdadera que en todos los aspectos sea la sentencia de Tertuliano de que el Cristianismo creció bajo la protección de la religión judía, el paso decisivo consistió en que el no circuncidado fue admitido con pleno derecho en la comunidad cristiana, esto es, dicho de modo paulino, la libertad en Cristo triunfó sobre la ritualista ley mosaica. También en esto ocurrió una transmisión de herencia, no como entre los francos en la forma política declarada de una fundación de imperio con un nuevo César, sino encubiertamente entre discusiones teológicas, entre duras polémicas dentro de los grupos apostólicos, pero de todos modos, como fundación también, como establecimiento de una nueva Iglesia en la que Cristo ya no es el Mesías nacional, sino el Salvador del mundo y su muerte en la cruz es sacrificio de rescate para todos los hombres.
A lo largo de milenios, desde que existe Europa, es válida la afirmación de que el Oriente semítico es el gran centro secundario en la historia universal de Europa. Ella es válida para las migraciones de qu hemos hablado. Es válida para irrupción del Islam. Es válida, sobre todo, para el nacimiento del Cristianismo. Pues no se trata de un contragolpe de las invasiones indoeuropeas ni tampoco ´solo de una invasión que desgarra el espacio romano, sino que del judaísmo envejecido y mejorado brota sencillamente un milagro, la nueva potencia que rejuvenece al imperio romano.
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