Si se quisieran enumerar de modo completo las fuerzas de conservación que actúan en la transmisión del imperio romano al Occidente de modo abierto u oculto, habría que recordar, además de Bizancio y de la Iglesia, una tercera, los propios germanos; y con ello quedaría expresada no sólo la dialéctica, que siempre está contenida en el concepto de fuerza de conservación, sino la profunda paradoja de la realidad, es decir, del mismo Occidente. Los mismos que destruyen conservan a la vez; los que derrumban también mantienen. ¿Existe un grado mayor de fuerza de conservación que el que precisamente en el choque queden liberados los grados nuevos de lo antiguo, que la mano que destruye vuelva a aplicar para la conservación la misma fuerza, y que la voluntad que empuja hacia adelante absorba la fuerza entera como con mil vivientes raíces? Renovación es la categoría del Occidente, no ya en su madurez, sino desde su nacimiento.
En este punto hay que llevarle la contraria a Pirenne, que expone detalladamente la continuidad de lo antiguo a través de toda la época de las invasiones, y además el desgarramiento que causó la irrupción del Islam, pero que considera trivial el papel de los germanos tanto en la ruina como en la renovación: con ello la conservación de la herencia antigua se reduce a una pura petrificación, y la tesis acerca del nacimiento del Occidente se limita a la proposición de que "Mahoma ha hecho posible a Carlomagno" (lo cual es exacto). Pero en ella falta todo lo que surge en el Occidente mismo, y esto es lo más. No es suficiente subrayar que los germanos, faltos de ideas propias, no realizaron obra de destrucción en el imperio, que en general se sometieron a él de buena gana, que fueron discípulos aplicados y que se romanizaron en cuanto entraron en la Romania. Antes bien, a través de todos estos desórdenes se acreditaron como la fuerza que acepta la herencia y renueva el imperio. Que un imperio nuevo requiere una nueva situación mundial y una hora histórica para convertirse en real, es cosa cierta. Mas las condiciones de su posibilidad no son todavía su fundamento, y la hora universal no es la fuerza que produce tal imperio.
De modo totalmente oculto, en la parte invisible del edificio político, que, antes bien, se hunde en ruinas, en los mismos fundamentos de la vida, comienzan la renovación y comienza menos por aquello que los germanos traen que por aquello que son. Aquí es lícito que suene la palabra sangre, de la que tanto se ha abusado siempre. Apenas es posible calcular lo que significa para el proceso de formación del Occidente, que en todas las provincias del imperio, en mayor o menor medida, pero por todas partes durante siglos y en siempre nuevas oleadas, fue derrochada sangre germánica; primero los prisioneros de guerra y los cautivos en algarada, los mercenarios y colonos; después las naciones invasoras; a continuación, los vikingos y las oleadas normandas. Naturalmente que las consecuencias de estas realidades no se pueden comprender exactamente con medios históricos, pues se produjeron en los fondos biológicos de la historia;mas su significación es clara, y muy a menudo a trozos, surge a la luz en síntomas como la repoblación de provincias arrasadas.
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