Los mayordomos de la casa real son los caudillos de los grupos nobiliarios de cada una de las partes del país en la lucha contra la realeza y en la lucha entre sí. Pipino el Antiguo, jefe hacia el 600 de la nobleza de Austrasia, es todavía un puro rebelde contra la unidad del reino, el enemigo de Brunhilda y de todos los partidarios de una monarquía fuerte. Su hijo Grimoaldo conduce a la nobleza de Austrasia contra la de Neustria, y en estas luchas ya no se va más en pro o en contra del rey, sino, a lo sumo, para serlo: los reyes son todos menores de edad y juguetes en manos de los grandes que luchan por el poder. Su nieto Pipino adquiere, en 687, por su victoria sobre el mayordomo de Neustria, el poder efectivo sobre toda la nobleza, y con ello sobre todo el reino, en la medida en que éste se mantiene; esto es ya más que una de las peripecias en la guerra civil, es la formación de un nuevo centro. Pero su biznieto es Carlos Martel. Este toma las fuerzas que en la época de decadencia han soltado los remos, la nobleza y la Iglesia y las partes externas alejadas del reino, en su firme mano, e incluso gana territorios nuevos en el Norte y en el Este. Pero su victoria sobre los árabes es ya más que una hazaña por Francia, es una hazaña por Occidente. en el transcurso de tres generaciones queda contenida la caída al abismo, la dinastía degenerada es sustituida por una nueva, y del caos surge por segunda vez una figura del Occidente o, al menos, la esperanza de tal cosa. Es la mayor ruptura que puede mostrar la historia universal.... El Occidente comienza por alojarse en la casualidad, particularidad y complicación, y también el fenómeno de una razonable generalidad aparece en este punto por primera vez como un acaso.
Esta historia del reino de los francos, que empezó por parecer destinado, y ya había comenzado a unificar el Occidente, que después sucumbió de la manera más cruel y se renovó del modo más maravilloso, se realiza sobre el fondo de una situación universal en el que el espacio de Europa fue tan estrechado como nunca, ni antes ni después. Si por el momento se cierran los ojos, la historia universal de Europa fluye en las siguientes imágenes: de todas partes vienen movimientos de pueblos , efectos culturales, fuerzas formativas religiosas; sobre el Mediterráneo: herencia varia que viene de las más viejas culturas de la tierra, es recibida por el espíritu europeo y explicada de modo creador; los griegos dan a la pregunta de la esfinge por primera vez una respuesta europea, la viven en toda su magnificencia y, al final, se la pasan al ancho mundo; el imperio romano amplía el dominio del espíritu europeo aún más y lo fija hasta que es un pacificado orbis terrarum; pero este orbe se rompe, se rompe desde dentro y es roto también desde fuera; y en el momento en que los germanos y el cristianismo aceptan la herencia, ocurre la reducción de Europa a su mínimo espacio: como a través de un desfiladero pasa la historia universal de Europa al Occidente, para después, con mayor amplitud que nunca, pasar realmente a extenderse por toda la tierra. Esto es, naturalmente, una imagen muy vaga y esquemática de los movimientos; pero en este lugar, donde nuestra consideración llega a aquel desfiladero, puede ser en todo caso detenida durante un momento.
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