DESCUBRIMIENTOS COSMOLÓGICOS QUE CAMBIAN EUROPA (II)

Sería completamente erróneo tomar la gran ciencia que fue erigida en los siglos XVI y XVII como una suma de verdades descubiertas que se hubiera demostrado algo unitario y coherente sólo por sus efectos, o hubiera sido reconocido tal por los espíritus filosóficos a posteriori.  De esta manera sintética fue realmente lograda la ciencia occidental, más que todas las demás de la historia universal, porque mucho más que todas las demás consiste en muchos descubrimientos aislados.  Otros tantos investigadores aislados trabajan en ella, a veces en pleno aislamiento, raramente uno que vive bajo la luz de la vida pública.  Los resultados es verdad que, en parte, se intercambian y, al modo moderno, se engranan unos con otros, pero en parte también de modo incomprensible son abandonados e ignorados, según por ejemplo, Galileo, no tuvo hasta el final ninguna noticia de las leyes planetarias de Kepleer.  Todas las naciones europeas aportan algo: en primera línea, por de pronto, los italianos, después, los franceses, holandeses e ingleses, siempre, los alemanes.
Pero no sólo como suma de muchas aportaciones y como resultado final es esta ciencia una unidad, sino también por su mucho impulso y hasta por su sustancia.  Hasta se puede decir con palabras qué sustancia es la que está en el fondo de la hazaña universal de la ciencia de Occidente.  Hablamos de una época en la que en todo el saber de la naturaleza, aún en el más exacto, hay de trasfondo una fe religiosa, y no existe ciencia natural sin un mito previo del que ella dependa y por el que sea condicionada.  La sustancia de la ciencia occidental es la Cristiandad.  Ésta se seculariza de muchas maneras y en muchas formas, y de la manera más grandiosa como ciencia libre, exacta, que investiga metódicamente todo cuanto le rodea.
No es sólo la profunda piedad que mueve a los científicos de esta época, y precisamente los más grandes; no sólo la fecunda mezcla de teología especulativa y matemática universal en el espíritu, por ejemplo, de Kepler, que es una mezcla de janseanismo estricto y teoría proyectiva en Pascal, de física moderna victoriosa y del fiel cristianismo en Newton.  Ya esta combinación dice mucho y es casi un rasgo general.  Se trata en ello de una piedad no simplemente accesoria y externa, sino que de la fe en el Creador omnipotente se saca la fe en el orden matemático de la Creación.  En la tensión entre el dios absoluto y el mecanismo de los movimientos de la materia se experimenta la regularidad de la naturaleza.
Pero queremos decir más.  Esta matemática del infinito, esta astronomía de la imagen del mundo copernicana, esta física de las masas en movimiento y -desde Robert Boyle-, esta química de los elementos, s, según el contenido de los conceptos, cristiandad occidental.  Lo es en forma plenamente secularizada, pero hacer allí alto a medio camino hubiera significado un retroceso hacia la superstición.  Es como si estos piadosos investigadores dijeran: Dios quiere que seamos ateos en esta medida; no podemos descansar hasta que no lo hayamos explicado todo por completo y hasta que el milagro no esté apresado en la ley natural.  Pero en el pensamiento de la infinitud del espacio y de los elementos, en la idea de las masas en movimiento que operan transitivamente las unas sobre las otras, desde Newton en la física de las fuerzas a distancia, que se extienden igual a través del vacío, ante todo en la grandiosa idea de que una y la misma ley es válida en lo más pequeño y en lo más grande, y de que Dios mismo las ha revelado al espíritu humano al hacer a éste apto para el conocimiento matemático: en estas intuiciones fundamentales de la ciencia occidental se expresa el contenido de la fe cristiana y el sentimiento occidental de Dios en una lengua completamente nueva.
Ya en el mundo gótico, en los sistemas de la alta escolástica, está en plena marcha la transformación de la fe cristiana en razón científico-natural.  Alberto Magno no sólo describió y ordenó al modo de Aristóteles, que él descubrió al Occidente, los animales, las plantas, los fenómenos geológicos y meteorológicos, sino que también de un modo completamente futurista, ha hecho observaciones, experimentos y descubrimientos: la variedad de las criaturas, empíricamente comprendida, le anuncia la grandeza del Creador.  Entre los nominalistas plenamente, especialmente entre los ingleses, la experiencia se convierte en órgano de la teología.  Porque la esencia  de Dios es la voluntad libre y no hay ninguna ratio aeterna en el mundo creado, todo lo real es contingente, todo conocimiento empírico, toda ciencia positiva.  Apenas hay un principio, apenas un resultado de la ciencia moderna que no haya sido anticipado en la escolástica de la época gótica, al menos como presentimiento: el método matemático y el experimento de ciencia natural, la astronomía copernicana y las leyes de la caída, la teoría del magnetismo y la geometría de la posición.  Todo.

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