DESCUBRIMIENTOS COSMOLÓGICOS QUE CAMBIAN EUROPA (III)

Pero cuando la razón se convirtió en señora de sí y se lanzó a aquel descubrimiento del mundo y de los hombres, cuya primera gran centuria ya hemos descrito, los fenómenos de la naturaleza se convirtieron, según se ofrecían a los sentidos-sueltos de su divino Creador o relacionados con Él sólo de modo indeterminado- en objeto único del conocimiento, y todos los atractivos de la teología pasaron ahora a las aparentemente secas actividades de la observación, la medida y el filosofar.  Esto no dio, por de pronto, una filosofía exacta, por no hablar de una ciencia sistemática, pero sí un heroico impulso y formalmente una embriaguez de la mente.  Cada descubrimiento de una nueva realidad natural o de una nueva relación es vivido como una revelación.  Todo pensamiento que mide lo infinito en una nueva dimensión es sentido como hazaña religiosa, casi rival de las hazañas del Creador, que ha pensado e primero este mundo infinito.  La infinitud del mundo, la sublimidad de su orden, la omnipresencia de sus leyes -porque ahora se sabe que el plan de Dios está basado en leyes-, a las que está sometido igual el grano de polvo que la estrella del firmamento y la sobreterrena comunidad de los espíritus libres a partir de los presocráticos que se atrevieron a pensar y a examinar estas maravillas terrenales, da un alto temple de ánimo, una fe en el mundo intelectualmente ilustrada y, sin embargo, celosa, que con razón justificada se siente a sí misma como religiosa.  Adherirse a la astronomía ptolemaica (como en los diálogos de Galileo sobre el sistema del mundo hace Simplicio) es para los copernicanos no sólo lógicamente indecoroso, sino moralmente despreciable y humanamente subalterno.  La seguridad de que la "nueva secta de los filósofos" (como la llamó Giordano Bruno) está muy por encima de las religiones reveladas, y el muy ilustrado pensamiento de que sólo la limitación y el interés de los poderosos mantiene la fe de las iglesias, se encuentra ya varias veces expreso.
el prototipo de esta religión filosófica y de esta lucha contra el dogma eclesiástico es Giordano Bruno.  Puede decirse que él no tiene nada de investigador, pero de profeta lo tiene todo.  Nunca demuestra su filosofía, pero la proclama con todos los medios de una teología profética: con imágenes visionarias, con la fuerza que lleva a dogmatizar, con invectivas satíricas contra los enemigos de ella, siempre en actitud polémica, sacerdotal y, finalmente, con su muerte en la hoguera.  No se puede tratar caprichosamente con la teoría matemática como él cuando hizo algún uso de ella.  Por lo demás, los matemáticos y lo que él llama "los sabios" so objeto de su burla y su desprecio en igual medida que los clérigos.  No como doctrinas científicas, y ni siquiera como filosofemas bien pensados, sino por su propio brillo, son para él verdaderas sus verdades: el sistema cósmico copernicano, la existencia de infinitos soles en el espacio infinito, la vida de todos los astros, la totalidad y presencialidad del Uno-todo en cada miembro del universo.  No fue la hoguera en el Campo dei Fiori lo que destruyó la obra de Giordano Bruno, sino el tenaz trabajo de aquellos que intentaban descifrar los misterios de la naturaleza midiendo, contando y pensando, y sobre los cuales el filósofo había derramado su rabioso escarnio.

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