EL ESPÍRITU DEL SIGLO XIX (II):EL MATERIALISMO.

Pero sólo las naturalezas vehementes ponen en marcha en esta situación espiritual un todo, y también en ellas se percibe el esfuerzo.  todos los demás vienen a dar en los partidos, en uno de los movimientos, en una de las "opiniones".  También el espíritu, también el arte toma aquí partido, se divide en estilos y direcciones, entre las cuales la cultura general lleva un pálida existencia.  La división de la escuela hegeliana es símbolo de los muchos ismos que durante un siglo han aparecido en el lugar en que antes estaban la fe o la razón.
La joven Alemania ha convertido la primera, si bien no la única, la poesía en periodismo.  Sólo la ciencia positiva se mantiene fuerte, al renunciar con plena claridad a la visión y trabajando como investigación.  Vive, mientras que el espíritu es puesto en cuestión, y hasta se pone en cuestión a sí mismo, su gran siglo.  Lo que hizo el arte de esta época: buscarse su público, organizarse como literatura, como concierto, como museo, y ofrecerse, la ciencia no lo necesita.  Permanece en los laboratorios, en los cuartos de estudio, en las aulas, pero desde allí actúa, sin ser buscada con el grado sumo de publicidad, se convierte en superior instancia en la general inseguridad de las normas, se hace potencia vital y añadido imprescindible en todos los terrenos de la cultura, se hace autoridad y, contra su voluntad, casi un sustitutivo de la religión.  Pero con esta última orientación esta ciencia se hace ya siempre partido y casi particular.  Su validez pública y autorizada se basa en la objetividad de sus resultados logrados metódicamente, que son cosa de especialistas y, sin embargo, están ante los ojos de todos.
Pertenece a la esencia del siglo XIX que el espíritu en él sea fenómeno aislado, y a la vez, y en un sentido muy poderoso, música de acompañamiento, como también potencia conservadora, interpretativa, explicadora, pero no fuerza que ordena y mueve.  En el caso máximo se convierte en diligencia objetiva y ethos de la investigación que sirve a la vida y la modifica, si bien no se propone esto.  En el caso sumo es "eco de campanas, que en tono serio y amigable resuena en los aires".  Pero el tema y el movimiento del siglo procede de su materia.  En esta materia puede, con razón, ser llamado el siglo materialista.
Lo que es esta materia del siglo XIX no se puede explicar con una palabra; la materia es siempre para el pensamiento un concepto límite.  Lo hemos comprendido para empezar, a saber: partiendo de su origen revolucionario, como nación en estado de masas; y esto debía ser el más exacto planteamiento para caracterizar el materialismo de este siglo.  El tremendo crecimiento delos pueblos europeos en el siglo XIX es una realidad en la historia universal, lo que quiere decir, a la vez, una realidad excepcional.  Muestra que la historia puede intervenir y hasta poner allí su acento, precisamente en la población, por consiguiente, en el proceso vital del ser en el que ella procede.  Masa no es, ciertamente, cantidad pura, sino una estructura (o la falta de tal), y más una situación psíquica que una realidad numerable.  Pero lo mismo que hay en el terreno espiritual en todos los puntos esenciales una transformación de la cantidad en calidad: la masa, en sentido psicológico, no tiene, porque es sin estructura, una capacidad determinada, sino una capacidad que queda libre, se puede libremente apelotonar y dispersar, nunca desborda de sus orillas porque no las tiene; pero sí después todo lo demás se sale de las suyas: el sedentarismo y el orden histórico de la vida, las viejas clases y los pueblos mismos.
Habrá que ser muy cauto si se quiere exponer un proceso que se desarrolla de tal manera en la materia de la vida histórica como causa y efecto.  Mucho influye allí a la vez, todo en todo, mucho también confusamente, y hay que contar con que la causalidad en cierta medida podría tomar ella misma algo del carácter caótico del fenómeno.  De un primer factor, ya hemos hablado.  La nación nacida en la revolución se moviliza a sí misma, o es movilizada por aquellos que de una manera imperialista la conducen más allá de sus fronteras.  Siempre son una y otra vez llamados aquellos centenares de miles, de los cuales se forman los ejércitos del pueblo, y siempre de nuevo son dados.  Esto es una conexión que a través de todo el siglo XIX, y más allá de él, llega a la época de las guerras mundiales.  Otro factor es el arte de los médicos, que reduce la mortalidad infantil y alarga la duración de la vida.  Esta relación, que está llena de condiciones previas -pues se necesita la masa y hay que organizar en grande un servicio médico para ella, antes de que la relación pueda comenzar-, empieza a actuar tarde, pasada la mitad del siglo; pero a partir de entonces, de modo visible, se va hinchando la ola de la población.
Más profundamente va la siguiente conexión causal; no puede ser fijada, desde luego, como simple serie causal, y apenas como entrelazamiento de efectos mutuos, sino que es más bien un proceso vital en el cuerpo del pueblo, que como conjunto expulsa de sí el aumento acrecido.  En parte, todavía en el siglo XVIII, después a lo largo de todo el XIX progresando en la dirección general de Oeste a Este, ocurren aquellos movimientos emancipadores que han disuelto los armazones estatales que los estados absolutos habían creado, o al menos habían conservado, hasta sus átomos humanos.  Estratos populares económica y jurídicamente dependientes, pero que en esta dependencia estaban seguros y en orden, son puestos en libertad, esto es, son plantados sobre sus propios pies, pero también cargados de la responsabilidad de su propio destino.  Las liberaciones corresponden al tiempo, acaecen en nombre de los derechos del hombre y de la dignidad humana, y sólo los reaccionarios se oponen a ellos; pero como sólo liberan y no crean un orden nuevo, levantan por todas partes el problema social.

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