LA SOCIEDAD INDUSTRIAL

Las más importantes entre estas emancipaciones son las reformas agrarias liberales, que en parte son impulsadas revolucionariamente, en parte por vías legislativas y administrativas.  Su doble sentido está hoy desde hace tiempo reconocido.  Crean el labrador libre sobre la gleba libre, pero conducen también implacablemente a la tumba a los labradores que no estaban aptos para las condiciones de la liberalización.  Hacen al siervo de la propiedad trabajador agrícola libre, pero hacen también que huya de la tierra.  Y en todo caso, echaron al montón de la chatarra la vieja aldea de campesinos, aquella espesa red de complicadas huebras y propiedades indivisas, que también podía sostener una gran población de gente subordinada al campesino, como era el sistema de propiedad patriarcal al viejo estilo.  Fuera de las demás consecuencias que esto tuvo, produjo la de que saliera de su equilibrio la población doméstica de las comunidades campesinas.  No sólo se compensaba con nacimientos lo que normalmente había de defunciones y normalmente emigraba a la ciudad, o se podía sostener con un cultivo modesto, sino que, a capricho menos o más, y en caso de duda más:la medida se había perdido, las exclusas estaban abiertas.  Todos orden firmemente establecido tiene en sí tal balanza de población, pero cuando aquél es alterado, también éste se altera.  Esto es, por de pronto, un fenómeno negativo, una anomalía, una usura sin regla ni sentido.
Pero por otra parte aquí se inaugura el proceso que, a la vez, es el destino y la hazaña del siglo XIX.  La hipertrofia del pueblo es absorbida, concentrada alrededor de un nuevo polo y convertida en positiva por la industria.  Lo que parecía disolución de un antiguo orden, se convierte en la entrada en una nueva figura muy particular.
La correspondencia del proceso negativo con el positivo es evidente.  Si no existieran las puertas de las fábricas detrás de las cuales se producen para todo el pueblo, y pronto para la mitad del mundo, bienes en masa, los demasiado numerosos no tendrían dónde llamar.  Por otro lado, la industria tiene un hambre de hombres que parece insaciable.  Pide, como la época, dura de corazón, dice, "brazos", y con esto no se refiere en modo alguno sólo a manos de hombres, sino también a manos de mujeres y niños; éstas son a veces mucho más hábiles para anudar los hilos rotos en los telares mecánicos, y, además, son maravillosamente baratas.  Siempre, y en todos los casos, el proceso va a través de la individualización y, en el más primitivo sentido de la palabra, de la proletarización.  La población excedente gotea en forma de individuos aislados y es libre en el más cruel de los sentidos, sin patria, sin tierra, sin propiedad, sin vínculos, sin prejuicios.  Según su sustancia, es población sana, pero, según la situación, está simplemente a disposición.  Es pura proles.  Con esto el proceso biológico se convierte en sociológico.  La masa, la materia del siglo XIX, adquiere una figura determinada: se convierte en trabajador industrial en las grandes ciudades y en los distritos industriales, se convierte en movimiento social.

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