EL ESPÍRITU DEL SIGLO XIX

El espíritu es en aquel paréntesis equívoco, como la realidad misma, y según en qué fase del movimiento que progresa subterráneamente, se intercala o se fija, se vuelve audaz o suspicaz, romántico o realista, complaciente o revolucionarios.  Donde una fuerza poética elemental recoge en palabras la totalidad del movimiento que lleva al siglo XIX, surge creación literaria en un sentido nuevo de la palabra, a saber, la gran novela que abarca la realidad, como Comédie humaine, haciéndole eco y, a la vez, justificándola.  Tal hizo Balzac.  Se siente conquistador del mundo, como un Napoleón de la literatura; se ha utilizado para él de modo secundario una frase que ante todo vale para Bonapart: "él ha inventado el siglo XIX".  El demonismo, que no sólo amenaza detrás del siglo burgués, sino que está en cuerpo en él, siempre ha sido percibido por el espíritu.  Nombres como Daumier y Adolf Menzel, Georg Büchner y Edgar Allan Poe, Pushkin y Gogol, Robert Schumann y Chopin, Schopenhauer y Kirkegaard, pueden recordar algunas cosas de las que suelen encubrirse bajo los conceptos de romántico, época burguesa, epigonismo.
Frente a ello no es necesario que se trate de nada pequeño, puede ser otra especie de grandeza cuando el espíritu mira, juzga o rechaza las realidades del siglo desde la norma de lo humano, aunque se aloje a veces en un mundo tranquilo o ascienda a un pathos ideal.  De alguna manera acaece esto siempre en la sucesión próxima o lejana de Goethe, no sólo en Alemania, sino en la Francia de Víctor Hugo y en la Inglaterra de Thomas Carlyle.  Epigonismo no necesita ser algo subalterno, puede ser algo muy libre y lleno de santa responsabilidad.  Hay una auténtica tradición en torno a la figura de Goethe en la íntima actitud, y hasta en el aspecto de los hombres, en su lenguaje y en el sentimiento de la naturaleza, no sólo en el arte, sino también en las ciencias.  Sus olas se mezclan a veces con las del romanticismo que se va extinguiendo.  Entones se interpenetran entre sí las artes; el cincel narra, la palabra se torna melodía, el tono pinta, la ciencia se hace poética.  La íntima infinitud también del paisaje tranquilo, también de la vida limitada, también del destino modesto, se experimenta tan profundamente, que toda época agitada frente a ésta se vuelve pequeña.  Caspar David Friedrich, Gottfried Keller, Charles Dickens, Adalbert Steiffer... hay que añadir a esto los magníficos retratos, aislados y en grupos, que la época va produciendo.
Los que nacieron alrededor de 1800 (los contemporáneos de Guillermo I) llegan ya demasiado tarde a esta época de la hermosa burguesía, ya que son una generación que, en general, llega tarde a la madurez.  Su vida y su sentimiento se meten en la técnica que toma el predominio, en el nacionalismo que se torna más duro, en los problemas sociales.  De nuevo media generación más tarde nacen los hombres que por su esencia, voluntad y éxito son plenamente el siglo XIX: Bismarck y Cavour, Wagner, Verdi, Hebbel... Tienen para la conciencia de la época algo de "superhombre" en sí: esto parece que es la síntesis posible, después que han fallado la medida del hombre y la de la razón.  Fantasía y sobriedad, soledad e instinto para los efectos de masas, actividades violentas y nerviosismo, se unen en ellos, como en las obras típicas del siglo XIX, en las grandes instalaciones de máquinas, en los sistemas de tráfico, en las empresas capitalistas y en las organizaciones sociales y laborales.  Se siente que la voluntad asciende directamente desde la vitalidad, y el espíritu desde los impulsos.

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