KARL MARX (I): LA EXPROPIACIÓN DE LOS EXPROPIADORES

La industria, esto es, la burguesía, engendra al proletariado.  Lo reproduce y aumenta continuamente.  Lo explota, reduce a la miseria, lo convierte, por consiguiente, cada vez más en proletariado.  Vive de él y se levanta a sí misma al hacerlo.  Y a la vez, con esto, se hace cada vez más burguesía y cada vez más capitalismo; sus empresas se tornan mayores, sus capitales se concentran, su círculo se hace más estrecho.  Se puede adivinar la hora en que los muy pocos, que poseen todos los medios de producción, quedarán enfrentados a los infinitamente muchos que son el proletariado.  ¿Qué ha hecho entonces el orden capitalista?  Progresa, pero progresa hacia la catástrofe.  Pues el paso siguiente, cuando la punta se ha hecho demasiado aguda, puede ser sólo la expropiación de los expropiadores.  Tal sistema, desde su primer comienzo, está destinado solamente a la bancarrota.  Cada paso de su evolución es un paso hacia el hundimiento.  La revolución en que sucumbirá no es objeto de una exigencia ideal y de una decisión heroica, sino un proceso natural que se puede prever. Pero el proletariado es, en medio del presente, ya el futuro, y en medio de la sociedad industrial, ya su superación, pues es en ella la contradicción viviente.  Esta dialéctica agudamente cargada es descubierta por Marx en el sistema de la sociedad industrial, que tan de buena gana se considera a sí misma como el progreso personificado y aun como la armonía personificada.
El efecto real que el marxismo del siglo XIX, especialmente en Alemania, causó, consiste en esta carga dialéctica.  Se ha convertido a la vez en el espíritu de la materia del siglo XIX, es en relación con la masa el materialismo del pensamiento.  Todos los sistemas de la filosofía materialista, desde Ludwig Büchner hasta Ernst Häckel, son insignificantes efusiones particulares frente a este materialismo histórico, que atribuye a la masa, la materia real del siglo XIX, una significación metafísica, y con ello prácticamente la alarma.  La masa en la que el pueblo se descompone y que es el material de la revolución permanente, obtiene así una figura determinada.  Un determinado estrato popular es reconocido como su tropa fundamental y como tal es convocado: los obreros industriales.  Por su origen y estilo es ella sangre de labradores y obreros, y para lo que menos era apropiada era para la lucha en las calles.  Pero la situación objetiva en que el sistema industrial la colocó es realmente revolucionaria.  Los míseros salarios de los tiempos iniciales, los inhumanos plazos y condiciones de trabajo, los miserables barrios de vivienda, la inseguridad de la existencia a consecuencia de la crisis, engendran una situación que es objetivamente proletaria.  Salta allí la chispa del pensamiento materialista y pone en llamas lo que era inflamable.  Los conceptos de clase, reducción a la miseria, proletariado, se convierten en valores de signo positivo.  El sentimiento de poder de que a las ruedas no se las puede empujar, pero sí detener, es explotado revolucionariamente.  El grueso de las fuerzas del trabajo se convierte en vanguardia de la lucha de clases.
Sin embargo, el pronóstico que Marx estableció en relación con el capitalismo, en ninguna parte se realizó de pronto.  En el siglo de la revolución permanente, esta revolución, que se creyó posible calcular con la exactitud de un cabello, no ocurrió, contra lo que se esperaba.  Sino que por todas partes, los sistemas industriales permanecieron incorporados en la base de las naciones políticas; dentro del marco de los estados nacionales se fue llevando la lucha de clases capitalistas, y cuanto duró más, más lo fue con medios no revolucionarios, o sea, con medios parlamentarios y sindicales.  El estado se metió por medio entre las clases en lucha e incluyó en su legislación político-social los intereses de los obreros (eso sí, muy rebajados).  Incluso los obreros se salieron de la masa y pasaron al pueblo y la nación.  Sus movimientos influyeron en los parlamentos, en los gobiernos: por todas partes de manera diferente, pero por todas partes con cierto éxito al fin.  La incorporación de los partidos obreros al estado burgués forma uno de los grandes temas de la historia política interna en los fines del siglo XIX, raras veces concentrado en un hecho creador, más a menudo negociado a través de los partidos.

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