Ya la revolución francesa como conjunto, y en primer lugar, su época de terror, apenas debería de poder ser explicada causalmente por razones fácilmente comprensibles, por ejemplo, algunas injusticias sociales y algunas necesidades económicas. Al campesino en la mayoría de las regiones, no le iba peor que en los demás países, y al tercer estado que inició la revolución le iba incluso muy bien. El absolutismo de Luis XVI no era en absoluto un régimen duro, sino más bien blando y flojo, y además dispuesto a las reformas y, en todo caso, generalmente desafortunado en la elección de hombres responsables y lleno de inseguridad en sus medidas reformistas. Por su sustancia histórica la revolución francesa, como todas las revoluciones auténticas, es la conversión en evidente de una modificación ya realizada en el orden social. Pero sus "causas", si se quiere plantear así ya la cuestión, están en el agudo renunciamiento de las autoridades soberanas del estado -a la vez de la Iglesia-, en la decadencia de la autoridad. Pero más importante es que la razón, que había tomado decisivamente el partido del estado, del orden burgués, de las grandes monarquías, y en Lafayette, Mirabeau y muchos otros lo tomó hasta el final, se pasó al partido de la revolución, e incluso pronto al de la anarquía y el terror. Rousseau había previsto toda la revolución francesa, como también y especialmente su segunda fase, a partir de 1793, la negación de todas las garantías liberales por la dictadura, el absolutismo de la masa y sus domadores. Su espíritu lucha con el espíritu de Montesquieu, el conocedor de las estructuras políticas (a quien, por lo demás, le faltaba todo impulso revolucionario), en el texto de la declaración de los derechos del hombre, en la constelación de partidos de la Constituyente y en la Constitución de 1791; ya en la Asamblea Legislativa, y sobre todo en la Convención nacional, venció.
En su curso real, el decenio de 1789 a 1799, como todo trozo de historia, está compuesto de acontecimientos aislados, acciones y decisiones. Pero, según en el organismo, si fallan las fuerzas de conservación, la destrucción puede volverse automática, así se convierten los hechos y crisis en pormenor, y casi cada uno de los hombres, en algo sin importancia, y no sólo es lícito, sino adecuado imaginar la historia en este estado de agregación como un proceso que avanza conforme a las reglas. La revolución del tercer estado, cuya victoria se decide ya en junio de 1789, es todavía un acontecimiento auténticamente político, un acto creador en la historia de la nación francesa. La herencia del glorioso estado que han construido los reyes y que incorpora la unidad del pueblo francés, pasa al tercer estado, que se constituye como nación. Sólo entonces, tal es la pretensión, la nación se convierte en sujeto responsable de su historia y no puede haber, según el principio mismo, otro soberano que ella misma. este es el punto en que el nuevo nacionalismo, que se convierte en modelo para todo el mundo, se realiza de modo clásico, y, por lo demás, clásicamente formulado. El día 4 de agosto de 1789 seguirá siempre siendo lo que fue desde el principio: el dies triunphalis de la entrada de toa una nación en el estado de la libertad jurídica y de la soberanía política.
Pero esta revolución del tercer estado ha llamado desde la segunda hora en su ayuda a la masa de los desarraigados y los caídos. Robespierre ya opuso en el debate sobre la primera ley de desórdenes el principio le peuple contra el principio la nation. Antes de que la burguesía francesa hubiera encontrado su forma propia hubiera ordenado su estado y constituido su soberanía, empuja ya esta nueva ola. Es tanto más incontrastable cuanto que el espíritu de la incredulidad, de la revolución y de la destrucción ha devorado también a la burguesía misma. Desde el día de la traída del rey desde Versalles, los llamados grandes días de la revolución francesa ya no son días de la burguesía que lucha, ni tampoco del proletariado (que apenas existía aún), sino del populacho de una gran ciudad.
Como en todas partes donde la masa entra en acción, comienza a funcionar aquel mecanismo, según el cual vence siempre la posición más radical, y en cuanto ha vencido, según el principio de la división den derecha e izquierda, se divide, con lo cual el juego comienza de nuevo. Los feuillants, que en la Constituyente habían estado completamente a la izquierda, forman en la Legislativa ya el ala derecha; la Gironda, que conquistó el poder empujando a la revolución hacia la izquierda, es por los montañeses no sólo desbordada, sino aniquilada en el Terror.
Con este mecanismo de radicalización se une en el París del decenio revolucionario la ley de la totalización de toda fuerza, por momentánea que ella sea. La libertad en tales épocas es exigida sólo por aquellos que quieren hacer mal uso de la misma. Toda minoría que aprovecha la anarquía para encumbrarse luchando es al día siguiente una dictadura. Cuanto menor es la base de tal dictadura, es tanto más total, es decir, práctica: tanto más febrilmente trabaja la guillotina. Es una invención de Danton que se pueda utilizar el terror como medio de gobierno, pero halló discípulos que le adelantaron con mucho.
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