Pero estos focos primarios del sistema industrial no son islas, y lo que en ellos acaece no se queda solo, sino que allí se producen los productos grandes, pero, ante todo, los pequeños productos en masa, y estos buscan su camino hasta la última cabaña; y en el caso de que no lo encontraran, les es abierto con todos los medios del anuncio. No sólo los productos en masa, sino en primer lugar el espíritu del pensamiento industrial corre por todo el país. La producción propia, el autoabastecimiento, la economía doméstica, pasan al retiro. ¿Qué cosa más cómoda y más natural que comprar lo que es ofrecido tan barato? ¿Qué es más razonable que una división del trabajo llevada a fondo con un comercio hecho proporcionalmente más intenso? El mercado universal como ideal: tal es el contenido con que se relaciona la idea del progreso. No los técnicos con su optimismo innato, ni siquiera los empresarios (en cuyo interés iba), sino os filósofos positivistas de la historia se convirtieron en los profetas de este progreso.
Hasta la cruel dureza que estaba ante los ojos de todos la disolvió el liberalismo en su concepto optimista de la sociedad industrial. ¿No es el trabajador libre de tomar el trabajo o no? ¿No concluye él al hacerlo en libre contrato en toda forma, exactamente como la otra parte, el empresario? O si se quiere, ninguno de los dos es libre; por un lado, aprieta el estómago hambriento; por el otro, el devorador capital. Esto suena a broma, pero se dijo, y hasta se creyó. Como el precio de todos los géneros, el precio del trabajador se gobierna por la oferta y la demanda; en ello nada puede cambiar poder alguno de la Tierra; en ese sentido, acuñó la teoría liberal la frase de la llamada "cuestión social". El optimismo se asió dogmáticamente a la realidad de que el sistema industrial consiste en sendas personas y decisiones libres, sin imposición soberana, sin privilegios clasistas, sin sujeción moral; también el estado aparece intencionadamente en el modesto papel de garante de la libertad individual y se esfuerza por tener un mínimo de actividad. La sociedad consiste, con toda seriedad, en individuos que son libres para celebrar contratos entre sí. Bastaba con lanzar en este esquema la cantidad necesaria de mercancías, y se tendría el mercado ideal en el que se puede comprar y vender todo a plena satisfacción. Pero los géneros están allí, son vomitados por las máquinas en la cantidad que se quiere y transportados a todas partes por los ferrocarriles. Otro resultado fue el chocante hecho de que un general bienestar progresivo parece que no podía surgir de este mecanismo. Les harmonies économiques se tituló una conocida obra del liberalismo del libre comercio.
Al ser este concepto ideal de la sociedad industrial proyectado sobre la historia de la humanidad resultó la filosofía de la historia que representaron, a comienzos del siglo XIX, Saint-Simon, en sus mediados Augusto Comte, y a su final Herbert Spencer, y que influyó más allá con mucho del círculo de los que habían leído esos libros, sobre el humor y la conciencia de la época. Con la mayor fuerza influyeron ciertamente siempre los libros que no fueron leídos sino simplemente creídos. El camino de la humanidad es el paso de la sociedad guerrera a la industrial. Si el pasado había estado dominado por las armas, el presente debería estar bendecido por las máquinas.
Obviamente resultaba una ingenuidad pensar que la máquina no era, a su modo, un arma. Donde los siglos anteriores actuaron por la fuerza, hacer comercio el general provecho y suponer que el comercio desea la paz y la garantiza no deja de ser irónico, máxime si tenemos en cuenta que tras la industrialización sobrevinieron los mayores conflictos de toda la historia de la Humanidad. Los límites trazados por el interés de poder de los príncipes y el egoísmo nacional de los pueblos se convertirían en líneas, dado que las mercancías baratas tenían que traspasar fronteras y porque el mercado mundial fue una consecuencia natural de la sociedad industrializada. El más ingenuo error de cuantos se cometieron fue que las sociedades industriales se convirtiesen en figuras históricas de facto de las naciones políticas, y los cuerpos industriales pasasen a ser el armamento más fuerte de los estados nacionales, e incluso estimuladores de su fuerza política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Me interesa mucho su opinión. Modero los comentarios exclusivamente para evitar contenidos inapropiados.