El príncipe Metternich concentró y representó durante toda una generación cuanto en Europa era fuerza de conservación. Sin darle forma ni siquiera conducirla realmente, dio a la vieja Europa que se restauró, la técnica de la lucha contra la revolución, la conciencia de su legitimidad y, lo que es más, el armazón político que prometía conservación. En esta medida se le puede contraponer con todas las diferencias de formato, a Napoleón: el conservador frente al que pone en movimiento, el diplomático contra el conquistador, el que actúa hacia el pasado frente al iniciador. Contraponer así en una pareja a ambos no es capricho. Metternich, en su época de París, estudió al emperador como a un problema: sus grandezas, sus magníficas cualidades y sus puntos débiles, y cuando se mira hacia atrás, la lucha contra el "superhombre" fue para él el sentido de su propia vida.
Su vocación histórica estuvo determinada, ante todo, por el afecto contra la reacción, y con esto estuvo objetivamente bien designado no sólo una en na actitud, sino en un destino y en un papel. Pero merece la pena en este caso que dejemos fuera todas las categorías de partido político. Con ello resulta más que una salvación de Metternich, resulta un panorama de la dinámica del siglo XIX y de la trabazón histórica de Europa.
La voluntad y la obra de Metternich es una lucha por el centro, es decir, una lucha por lograr el centro, y su grandeza consiste en que para él "centro" no significa nunca juste milieu, es decir, equilibrio y balanceo de intereses; se trata más bien de la consolidación del centro como aquello que sostiene al todo, es decir, como consolidación total desde el centro. Metternich piensa exactamente de manera tan europea como Napoleón, sólo que en un sentido contrapuesto: ello nos da el derecho de citarlos juntos, en un mismo inciso. Lucha por por un centro europeo, en el sentido del poder político, es la política de Metternich a partir de 1809. La claridad con que ve en ella la misión de Austria, el papel de Prusia, el partido de Inglaterra, la colaboración, a la ve imprescindible y amenazadora de Rusia, es soberana. Pero también todo el Congreso de Viena entra en la fórmula de "lucha por un centro europeo", con todas las fronteras y estipulaciones, en apariencia, caprichosamente trazadas, en realidad bien calculadas, incluso la de la Federación Alemana, que, naturalmente, desencantó amargamente las ilusiones delos patriotas alemanes, peor al menos sentó a la misma mesa a los estados alemanes bajo la dirección de Austria. La Santa Alianza de las potencias legítimas reforzó durante cuatro décadas no sólo los tronos, sino también las fronteras.
Si embargo, la lucha de Metternich buscaba más que la existencia del centro, pues buscaba las condiciones de su vigencia. Con ello su diplomacia se levanta hasta la historia universal; se convierte en política de gran estilo, en lucha por Europa. Fue una desgracia del siglo que a la vez se convirtiera en reacción. Metternich sabe que la vieja Europa se encuentra al principio de su fin y que la nueva Europa está por otro lado aún en formación; entre el in y el inicio habrá un caos. Este caos, que nadie puede evitar, al menos aplazarlo lo más posible y atenuarlo, se convierte en el objetivo en cuyo servicio todos los medios son buenos. La Santa Alianza se convierte en una política en alto grado allá, en Portugal, en España, en Italia, en Grecia, en Bélgica, en Polonia, en Suiza, en las colonias españolas, y siempre, mientra tanto, en as cabezas alemanas. Bajo la Europa legítima de Metternich fermenta la Europa nacionalista. París es siempre el foco, pero también Inglaterra ocasionalmente tiene un interés muy definido en la disolución de la vieja Europa mediante nuevos nacionalismos. No basta, por consiguiente, con organizar políticamente la vieja Europa. Hay que cooperar a toda prisa, hay que seguir la pista a las incitaciones libertarias antes de que estallen, hay que intervenir en común donde la desgracia ya ha ocurrido. este es el camino que lleva a Carlsbad, a Troppau y Laibach, a Verona. La censura y la policía tienen las manos ocupadas para perseguir la libertad en todas las formas en que se disfraza.
A partir e esto, la posición de centro que representa Metternich se convierte en reacción, eso es, penetra bajo la ley de la época revolucionaria. es culpa de Metternich -o mérito- haber empujado a todas las fuerzas nacionales, incluso a las fecundas, al campo del radicalismo; es culpa suya que las ideas de la revolución francesa reciban el poder revolucionario en los pueblos de Europa. Los frentes se tornan con esto en muchos lugares completamente falsos. En Alemania el ethos conservador se empareja con el particularismo, y el afán nacionalista de unidad con el liberalismo; sólo Bismarck aflojó estas oblicuas vinculaciones. Por otro lado, se convierten auténticamente en idénticas legitimidad y dominio extranjero, libertad nacional y jacobinismo. Un conservadurismo fecundo, cual estaba planteado en la Prusia de la época de la liberación, es impedido por esto, no sólo en Alemania, sino en toda Europa, con la excepción de Inglaterra.
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