Según avanza el siglo van predominando entre los inmigrantes ya no los germanos y los sajones, sino los polacos, rusos, eslavos balcánicos, italianos, españoles, griegos, asiáticos del Oriente Próximo. Karl Schurz descubrió ya a mediados del siglo XIX que el pueblo del Medio Oeste ya no tenía por metrópoli a la vieja Inglaterra, sino a todo el mundo. ¿Quién asimila estas masas? (pues son asimiladas). No la raza primitiva, sino la que se forma de nuevo en el gran crisol; no la honorable humanidad de la época colonial, sino el amplio espacio, cuyas ilimitadas posibilidades han atraído a la prolícroma multitud; no la comunidad de trece estados, que ha declarado su independencia, sino la potencia mundial de cuarenta y ocho, que como gigantesco territorio económico, como sujeto de intereses políticos universales y pronto también como defensa universal de su propio estilo de vida y hasta de una actitud propia del espíritu, se ha desviado de Europa con plena consciencia, y ante todo se ha desviado de hecho. Lo que allí queda de europeo se ha vuelto tan extraño, que sale al encuentro del Occidente como algo que se ha convertido marcadamente en otra cosa.
La Unión, que se unificó en la Guerra Civil, se ha convertido en una potencia mundial, y como tal actúa; la adquisición de Alaska, la lucha con Inglaterra por la zona del Canal, la guerra por Cuba y las Filipinas, son los primeros pasos de su política mundial. Esta ascensión, que se concentra en siglo y medo, es un acontecimiento tan inaudito, que ni las mayores fórmulas resultan exageradas. Sólo entonces, se podría decir, se ha convertido la Tierra en redonda, y ello no es la obra del continente descubridor, sino del descubierto. La hazaña descubridora de Colón, que acaeció bajo el signo de esta fe, fue un error, no sólo porque consideraba a la tierra demasiado pequeña, sino también en el sentido de que el puro descubrimiento del nuevo continente todavía no cerró el círculo de la tierra; ni siquiera logró esto la colonización de sus costas atlánticas con europeos. Existían todavía los conceptos absolutos del lejano Oriente y del Oeste lejano: la tierra se dividía en dos mitades que se daban la espalda. Sólo cuando el Nuevo Mundo se planteó sobre sí mismo, abrió a través de sí el canal entre los dos océanos mundiales y se desplegó con una voluntad propia que abarcaba hacia los dos lados, fue realmente cerrado el círculo político de la tierra. Europa había imaginado la tierra redonda, pero el sistema de las potencias y de la política mundial, en el que aquella verdad se convertía en verdad histórica, surgía en espacios que oponían sus fuerzas a las energías europeas.
También en el orden espiritual se oponen energías propias a modo de ser de Europa. Una ola de iniciativa, falta de prejuicios y eficacia sensacionalista, llega del otro lado del Océano, y si este celo de civilización consciente de sí mismo puede parecer a veces a los europeos rara mezcla de refinamiento y primitivismo, de juventud y madurez excesiva, de vitalidad y ostentación, ello es quizá sólo un signo de que el concepto de "juventud" ha de ser aplicado con toda cautela a seres históricos, y además señal de que aquellas cualidades contradictorias entre sí, en el ente americano están arraigadas de manera muy distinta que en el europeo. En la literatura sonó por primera vez el tono propio. En algunos campos de la ciencia de la investigación norteamericana se puso de repente a la cabeza. El pensamiento allí no vuela ni perfora, pero tiene vigor y también fantasía, así como alguna estrechez que se ve compensada por la visión realista. Mucho parece pedantemente minucioso, pero en ello hay un rasgo, un impulso y una hermosa fe en el valor de la ciencia. Mucho parece desmesurado, pero el conjunto es sujeto y dominado. Todos los problemas que han intranquilizado al Occidente, por ejemplo el de la conformación de la sociedad, también hace tiempo que están creándose allá. Sin embargo, la creencia en que se pueden dominar con buenos nervios y por el camino de la planificación se mantiene con tenacidad.
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