LA POLÍTICA REALISTA DE OTTO VON BISMARCK (II)

Tres guerras bien planteadas, siempre sólo con un contrario, si bien se rozaban los intereses de muchos, tres acuerdos de paz precisamente todavía a tiempo, es decir, antes de la intervención de los demás, que a posteriori resultan como los términos de un silogismo político, y que, por consiguiente, estaban pensados como tales; ésta es la imagen convertida en tradicional de Bismarck como "forjador del Imperio". Es ya bastante de doble fondo; y con todo es todavía demasiado simple.  En primer lugar, porque sabemos hoy que Bismarck, todavía en 1864, en Schönbrunn, intentó seriamente una solución con Austria; hay que imaginar, por consiguiente, dos planes tan sobrepuestos que el uno no estorbó al otro, y la decisión quedó abierta hasta el final.  En segundo lugar, porque Bismarck, por firmemente que estuviera adherido al valor Prusia, según sus propias palabras, luchó más difíciles batallas contra el particularismo prusiano que contra los demás estados y dinastías, y porque él, escéptico frente al sentimiento nacional, declaró todo particularismo, incluso el prusiano, en último término rebelión contra la comunidad alemana.  En tercer lugar, porque él, el despreciador de las masas y de la evolución, acepta decididamente el medio revolucionario del derecho general de elección desde el primer momento.
Si Bismarck pleitea con el liberalismo, no lo hace como junker; si funda el imperio sobre las dinastías, no lo hace como legitimista.  Su único principio fundamental es que no es lícito usar como sillares en la construcción otra cosa que realidades.  Pero también la masa es una realidad; también lo es el liberalismo de la burguesía.  Donde los poderes están confundidos y los frentes son tan oblicuos como en Alemania, se puede hallar sólo atravesada a todas las soluciones existentes, la solución que no sea ni oblicua, ni confusa.  Por eso es el imperio de Bismarck una obra plenamente personal, más un golpe de garra que una construcción, por no hablar de algo que ha crecido naturalmente.  Es una decisión tomada en la hora duodécima en medio de potencias todas ya consolidadas, la típica decisión hacia el futuro en el estilo del siglo XIX.  Lo que es el siglo XIX en pocos documentos se pude estudiar tan bien como la Constitución alemana de 1871.
Al realismo de Bismarck corresponde la opinión de que la política de poder de un gran estado requiere "carriles firmes y profundos", además la opinión de que estos carriles estaban en gran parte "prescritos obligatoriamente", pero que en definitiva se pueden establecer en libre elección por el hombre de estado entre las posibilidades existentes, "haciendo abstracción de todas las pasiones del ánimo".  El imperio bismarckiano se convierte, desde la primera hora de su existencia, en garante de la paz europea.  Toma, por consiguiente, la función de un auténtico centro; actúa aunque haya elegido con conciencia la solución de la pequeña Alemania, como potencia de orden europea.  Lo que antes había hecho Inglaterra desde fuera de su propio interés, y lo siguió haciendo, lo hizo desde este momento Bismarck desde dentro, naturalmente que también en propio interés, estabilizar el equilibrio continental.  Este giro, concebido en el primer momento, de un política revolucionaria a conservadora, es ciertamente, lo mejor en su obra; a ella pertenece la alianza de los tres emperadores, la atención cuidadosa a la situación interna de Francia, el honroso papel de truchimán en el Congreso de Berlín, la Dúplice y Triple Alianza, el acuerdo sobre Rumanía, el aseguramiento de la espalda con Rusia, la inteligencia colonial con Francia.  Muchas cosas recuerdan a Metternich, pero el conjunto está pensado aún más en grande y provisto de una fuerte dosis de pensamiento moderno de masas.
En este punto, se convierte la preocupación en fecunda, el nerviosismo, en conciencia de responsabilidad, el cauchemar de coalitions, en conciencia objetiva.  Muchas veces, parece que las cosas de Europa empujan hacia la gran guerra, y por dos veces estuvieron muy cerca de ella.  Pero la distensión se impone, y una espada mantiene a la otra en la vaina.  La serie de las grandes conferencias y congresos de Viena a Berlín, pasando por París y Londres, tiene un tema continuo: Europa quiere seguir siendo, a través de todas las tensiones internas, y frente a los territorios exteriores, unidad; quiere, a pesar de todos los cambios en los pesos parciales, su propio equilibrio.  La decisión de futuro que ha sido tomada en todos los lugares incluye esencialmente en sí todas estas coberturas de espalda, sistemas de alianzas, seguridades y contraseguridades.  Realmente, a partir de 1871, la paz se mantiene durante durante cuatro decenios en el sentido de que las guerras son localizadas en lo posible, y las zonas de fricción son alejadas; la parte final  de estos cuatro decenios es, ciertamente, ya marcha latente hacia la guerra mundial.  Pero tampoco hasta entonces el sistema de la paz europea existía objetivamente, sino que estaba impuesto y mantenido pr la voluntad y era más una imposición que un edificio, una hazaña personal de ojos, cerebros, nervios y conciencias individuales, y, naturalmente, no sólo los de Bisrmack, aunque también los suyos.  Por eso, el 18 de marzo de 1890 es una fecha importante en la historia de Europa.

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