EL CARRO DE GUERRA

Por todas partes donde aparecen las tribus y bandas emigrantes indoeuropeas de vencedores aparece el nuevo medo de guerra que les caracteriza: el carro de guerra.  Es el arma con el que fue conquistado el territorio del Indo y la península balcánica.  Los cassitas lo llevaron a Senaar después de recibirlo de los arios.  Los hicsos lo introdujeron en Egipto.  De los hititas y de los arios pasa a Siria.  En resumen, todo el antiguo Oriente es primero desbordado por la nueva arma, después se apodera de ella y por ella es completamente revolucionado todo su arte militar.  Podemos adivinar, como a través de un espeso velo, grandísimas conexiones históricas cuando vemos que en China, según una precisa tradición, penetraron como vencedores en el segundo milenio pueblos dominadores con carros de guerra, precisamente en la época en que las inventadas dinastías delos tiempos míticos comienzan a recibir la luz de su propia historia.
Con que el caballo sea enganchado al carro de dos ruedas acontece una de las mayores revoluciones en el arte militar de la historia humana.  Se trata no sólo de una de las invenciones que brotan de la cabeza de un general con inventiva y que consisten en una u otra disposición de las armas ligeras o pesadas, en un nuevo arte de disponer el frente o la batalla, o el ataque, de conducir un ala o llevar el movimiento envolvente, sino que se trata de una de las erupciones, como una fuerza de la naturaleza, de la voluntad de guerrear, que sólo acaece cada milenio o cada medio milenio, pero que crean una situación totalmente nueva y engendran sus generales, en vez de ser por ellos aprovechadas, ya que no inventadas.  Semejante arma nueva suele, cuando como en este caso se identifica con la entrada de una nueva humanidad en la historia, en poco tiempo convertirse en bien de común disfrute, ya que determina por sí misma el nivel de las decisiones posibles, y conquista el mundo en un doble sentido: vence a las potencias viejas y se comunica a ellas.  Pero también en el caso de que no entre en juego como armamento y estilo de combatir de los nuevos pueblos, sin como lo que se llama invención técnica, su aparición determina una nueva época de victoria y emerge como un ethos absolutamente concreto, esto es, como un arma efectiva, en ciertos puntos del relieve de fuerzas que hasta entonces ha tenido la tierra, lo mismo que una fuerza volcánica.
Con la revolución de la técnica militar que se desarrolla en el segundo milenio pueden compararse en grandeza poquísimos procesos análogos en los siglos siguientes.  Así ocurre con el empleo del caballo montado en la lucha; tiene una larga prehistoria en las estepas de los pueblos jinetes, pero el primer pueblo  jinete que conquista un imperio de dimensiones mundiales son los medos, en el siglo VII a.C.  Así es también la introducción de la caballería acorazada con pesada armadura; procede de los escitas, durante siglos hace invencibles a los partos, es tomada por el imperio de los sasánidas y por el imperio romano de los últimos tiempos finalmente, y pone su sello en los ejércitos de la época de las invasiones barbaras y como "caballería" a toda la edad media occidental.  Incluso la "invención" de las armas de fuego, en la que el acontecimiento histórico del invento es sólo un primer término: lo esencial es la tremenda voluntad política y de capitalismo, de concentración de poder y expansión económica que despierta en Occidente alrededor del 1500 d.C. 
Lo cierto es que podríamos afirmar que ningún arma ha transformado más el mundo que el carro de guerra, aun tomadas en cuenta las armas de fuego, pues su introducción significó la clave de la historia universal del segundo milenio antes de Cristo, que cambió el que más la historia del mundo en su conjunto.
El nuevo medio de lucha no desmiente su origen en las llanuras amplias, abiertas y secas: allí se desarrolló, a partir de las carretas, el rápido carro de guerra.  En él a la vez choca el vagabundo y audaz espíritu de estas llanuras contra los cercados países de cultura del antiguo Oriente.  En los dos milenios siguientes prorrumpen desde el mismo espacio los ataques y las migraciones de los pueblos jinetes.  Pero en el segundo milenio el caballo no es todavía, o lo es sólo excepcionalmente, animal de montura.  Se cría, doma y educa cuidadosamente para tirar del carro de combate.
Pero se puede imaginar fácilmente cuán incontrastablemente debe de haber operado en un mundo que sólo conocía las tropas de a pie.  El choque del carro de guerra debe de haber sido algo intermedio entre una carga de caballería y un ataque de tanques; un fuerte efecto moral se unía con el real.  En primer lugar el combatiente es arrastrado por el caballo al galope y por su hábil auriga rápidamente a través del campo libre, y luego a todo lo ancho del campo de batalla, hasta los puntos decisivos, de manera que está al mismo tiempo en todas partes, y emerge como desde la nada hacia sus acciones heroicas  De este modo, por primera vez, se emplearon la velocidad y la sorpresa como medios tácticos.
Con la rapidez del caballo y el arte del auriga se combina la nueva técnica de combate del guerrero en carro, para lanzarse como un rayo en el punto más conflictivo de la batalla y hacer actuar allí de modo decisivo las armas de su brazo.  Al carro de combate corresponde un tipo humano que, como el caballo, se ha forjado a sí mismo para el combate, y que vive por completo en la guerra y la conquista.  Es un estilo guerrero absoluto y de penetrante ímpetu, que no sólo es completamente diferente del espíritu de defensa de los labradores, sino también de los pastores trashumantes en amplios espacios y de sus ataques que llegan como un auténtico rodillo.  El nuevo medio de combate es de deportiva dureza en su velocidad, y es individual.  Sobre el carro se sostiene y lucha, a un metro de altura sobre la gente de a pie, siempre el héroe individual junto con su auriga, bajo cuya figura quizá (como a veces en Homero) está transformada la diosa que lo ama.
Ahora, por primera vez, hay heroísmo consciente, que se percata de sí mismo y es apreciado por los demás: héroes con nombres propios y sonoros a quienes se comenta en voz baja, se teme o se ensalza, no por causa de los tronos en que están sentados, sino por los hechos que son conocidos o que de ellos se esperan.  Ahora por primera vez es posible la poesía épica.  Mientras que los hechos de un faraón o un "rey de las cuatro partes del mundo" se repiten en giros típicos y en monótono estilo de crónica, ya que forman simplemente el contenido que rellena los años de gobierno del señor, la hazaña gana ahora plena personalidad y espacio histórico.  Es el núcleo épico al que se añade la vida del héroe.  Es el héroe mismo en la acción y en el recuerdo de la posteridad.
Incluso allí donde los carros de guerra no buscan individualmente al contrario sino que se lanzan contra varios o contra la multitud y dan caza a la gente de a pie -las imágenes egipcias de las batallas representan esto de un modo bien plástico-, esto es algo completamente distinto de la masa de las formaciones cerradas en las que se borra la individualidad del combatiente.  Las hazañas individuales se entrelazan entonces en la gesta total, se confunden en la obra de arte de la batalla, que momentáneamente levanta una polvareda y que en la realidad perece en seguida, pero pervive en la canción.  
Las armas son tan viejas como la humanidad.  Los fundamentos más generales de la técnica son eternos y valen desde el principio mismo.  Pero el arte de la lucha comienza precisamente en este momento en que aparece el primer arma específica, pues con la flecha, la lanza y la maza se pude también cazar.  Y su fórmula es siempre la misma: individuos guerreros esmeradamente instruidos, con confianza en sí mismos, atentos unos a otros con todos sus nervios, colaborando en las situaciones mil veces cambiantes que crea la oscilación del combate en campo abierto, lo mismo que una valiente jauría, y juntamente vuelcan sus victorias individuales en la victoria única.  En una formación de tales carros de guerra existe ya el mismo ethos que en un ejército de caballeros o en una moderna escuadrilla de caza.
Esta nueva técnica de guerra se extiende, por consiguiente, en breve tiempo, por todo el mundo de las viejas culturas.  En Egipto, tan conservador, es Thutmosis I, que gobernó hacia el 1530 a.C., el primer faraón que es representado montado en un carro de combate.  Pero nunca se puede tomar un arma exteriormente como una pieza de civilización, pues es una forma concreta de la voluntad de luchar y presupone el hombre que está decidido a llevarla.  También en este caso el cambio de técnica guerrera es a la vez un cambio de los hombres que hacen historia, y una transformación de los estados que existen en ella.  Una nobleza de las armas se constituye y se convierte en la primera clase del Estado, incluso allí donde antes habían dominado ya magnates feudales, cargos hereditarios y familias sacerdotales sobre los países e incluso sobre los tronos. Un espíritu caballeresco se extiende por todo el milenio y brota juvenilmente como a través de las grietas y rendijas de los suelos más viejos y cultivados de la Historia.  Donde penetran victoriosos los nuevos pueblos emigrantes o las bandas guerreras con los grandes reyes hititas y su nobleza guerrera.  Ora, cosechan del viejo mundo político un atractivo botín y se convierten en figuras del juego político para los siglos venideros; así ocurrirá con los príncipes arios de las ciudades de Siria y Palestina. Ora, se construyen para sí pesadas fortalezas sobre pequeñas colinas y desde ellas dominan la población anteriormente establecida a sus pies; así ocurre con los señores micénicos en la antigua Grecia.  Desde luego, que inmediata o lentamente el mundo extraño se va acomodando con su suelo empapado en cultura a los dominadores bárbaros, los funde en el estilo mediterráneo y de Asia anterior e incluso los absorbe por completo.  Perola revulsión, militarización y politización que se ve claramente en todo el antiguo mundo, proviene, sobre todo, de estos invasores que cayeron sobre el país con sus carros de guerra y lo dominaron desde antiguas o nuevas atalayas.
Con todo, también en los más viejos países comienza una nueva época.  La nueva arma y su espíritu caballeresco se introduce como una primavera incluso en el tronco más viejo. Este milagro tiene razones profundamente prácticas.  El orden cerrado de los antiguos estados civilizados ya no se mantiene donde penetra una banda agresiva y codiciosa de botín.  Los viejos imperios tienen que salir de su inmovilidad secular si quieren mantenerse, subsistir y seguir actuando como potencias.  Deben volverse más agresivos y han de desarrollar en sí mismos fuerzas que busquen su honor y la victoria en el campo de batalla.  Los pueblos emigrantes tienen no sólo tales fuerzas disuasorias, sino que consisten por natural crecimiento en ellas, en parte como conjunto, en parte en sus juventudes y en los séquitos de sus jefes.  Pero en los antiguos estados, cuya jerarquía social se fundamenta en la propiedad territorial, el servicio al templo, a la corte y en el funcionariado, hubo de crearse por completo una nobleza que saliera a combatir al campo y una clase caballeresca que tomase la iniciativa bélica: habían nacido los ejércitos profesionales.
Y esto es lo que aconteció.  A la vez, los dioses avanzan.  Se convierten en dioses de la guerra, incluso donde antes no lo eran, como ocurre con Amón, en Egipto; Tesub, en Asia Menor o Assur, en Asiria.  Entre los hombres ascienden los guerreros y se convierten en los más próximos al trono y en la nobleza del estado.  El ejemplo más evidente es el Imperio Nuevo de Egipto y su oposición a todo lo que hubo antes de la época de los hicsos.  Las circunstancias de Babilonia por este tiempo son mucho más oscuras para nosotros, pero es seguro que también los cassitas, como bandas guerreras, no sólo conquistaron el país sino que lo dominaron.  También e Senaar hay, desde entonces, una aristocracia militar.  Los reyes cassitas son muchas veces depuestos y proclamados por sus tropas.
Pero en Egipto consiguen los faraones importantes de la dinastía XVIII, después que fue derribado el dominio de los hicsos, crear un poderoso estado unitario, fundamentado sobre un ejército moderno y una clase de funcionarios rígidamente centralizada.  Esto último no es nada nuevo en Egipto.  Egipto, que en el milenio y medio primero de su historia había recorrido todos los estadios entre un estado de funcionarios, un estado feudal y una pluralidad de poder de magnates feudales, y que en el último milenio de su historia cae por completo en manos de los sacerdotes, de modo que por fin está literalmente devorado por sus dioses, vive ahora su época heroica.  Una nobleza guerrera que cría caballos y lucha en carro de guerra se convierte, junto a los escribas, esto es, la aristocracia de funcionarios, en cúspide del Estado.  Además de los carros de guerra hay un ejército de tropas de a pie que son reclutadas por distritos, así como mercenarios extranjeros, que más tarde se vuelven cada vez más importantes (como le ocurriría a Roma después) y, por ende, más peligrosos.  Pero las batallas en las que Thutmosis III, en el siglo XV, ganó el imperio mundial para Egipto, se decidieron, en primer lugar, por los guerreros en carro.  A ellos les fueron ofrendados los feudos y los regalos honoríficos que antes acaparaban los funcionarios, los príncipes de os distritos y los favoritos, y que más tarde devoraron los templos, pues sobre los hechos de armas de los guerreros en carro descansa la grandeza del propio Imperio.  Que el faraón, que a todos supera en magnitud corporal y en valor, ejecute con sus propia mano el castigo contra los "bárbaros" rebeldes, es una representación egipcia completamente a la antigua, ya que los más antiguos relieves los representan así.  Pero ahora se convierte en cosa de honor, o al menos en cosa convenida, que el faraón sea el primero de su nobleza en armas en todas las virtudes caballerescas y marche contra los enemigos al frente en su carro de guerra personal.  El espíritu caballeresco de la nueva arma vence incluso al Egipto de la felicidad inconmovible.
De este espíritu nace una nueva realidad mundial, que no existía en los primeros milenios de las antiguas culturas: la política.  El mundo de las viejas culturas entra por primera vez en el segundo milenio en el estado político.  Es un error considerar la política, esta forma especial de vigilia, de las marchas y contramarchas conscientes, del inquieto pensar en el poder, de las cambiantes situaciones de fuerza, en las cuales los estados coexisten y se oponen, una categoría eterna de la vida histórica.  Las culturas, incluso altas culturas e incluso culturas que son conducidas rígidamente desde un centro de poder, pueden, durante siglos, mantenerse en el espacio como islas encumbradas en las que nada impide que tengan continuos movimientos en sus fronteras, continuas campañas contra los pueblos bárbaros de la tierra de nadie, e incluso relaciones culturales unas con otras.  Naves de comercio y embajadas que van y vienen no son todavía política; intercambio de formas de trabajo y de productos de la cultura muestran sólo qué productos y estilos se buscan, pero no en qué palancas opera la presión del poder.  Si se quiere llamar estados a las formaciones históricas de este estilo a causa de su estructura señorial y a causa del orden planificado que en su interior domina, es cuestión de definición, siempre libre.  Son imperios en cuanto que en ellos se ha encontrado una forma válida de existencia superior.  No son estados si corresponde a la esencia del estado que existan políticamente.  Entran en situación política sólo cuando se convierten en peso en una balanza que se mueve continuamente.  Y ello empero no es un azar que les sobrevenga, sino un cambio interno que ocurre en ellos.
Este cambio acontece en el segundo milenio en un mundo de las viejas culturas y percibimos claramente que es la consecuencia, aunque lejana y muy subterránea, de las corrientes migratorias que se derraman desde el comienzo del milenio por el mundo antiguo y aparecen aquí y allá a plena luz como formación de estados o como usurpación, como campaña aventurera o como bandas de mercenarios.  Sólo por esta corriente fueron llevados los antiguos estados civilizados a una relación de mutuas influencias constantes.  Sólo por ellas se forma con las encumbradas islas un continente político.  Por ello carece de importancia que los invasores en muchos puntos fueran numéricamente pequeñas minorías y culturalmente "bárbaros" que sucumbían pronto a las seducciones de los países ricos y a la fuerza de convicción de sus viejas culturas.  Los fermentos -cual es el caso- provocan, incluso en dosis mínimas, grandes transformaciones, y ponen en marcha procesos que sin ellos habrían quedado dormidos, aunque los elementos que entran en ello estuvieran previamente presentes.  
Aquellas corrientes migratorias, indoeuropeas operan desde el principio con la fuerza de fermentos.  A partir de ellos se convierten en fuerzas elementales en la construcción de la nueva situación.  Su sangre y su espíritu, su fuerza de formación política y lo victorioso de sus armas por todas partes pesan, creando intranquilidad y movimiento, de tal manera que todo lo antiguo entra en conmoción.
Entonces, por vez primera, existe el auténtico dramatismo de la historia política.  Ya no son simplemente aquellas hazañas típicas del señor, aquellos típicos castigos y pacificaciones en estilo de crónica, sino la brusca alternativa de grandeza y decadencia, de brillo y ocaso, en la cual los mismos estados son puestos en juego.  Entonces hay por vez primera un ascenso y un descenso como en la gran balanza de los siglos, no ya sólo porque las fueras creadoras de ésta o la otra cultura crecen o decaen, sino porque el ánimo  heroico y el afán de honor brotan, porque las ocasiones son aprovechadas audazmente como brechas o porque el enemigo ataca en un punto donde no hay ningún centinela.
Quizá son los pequeños estados de Siria y Palestina, entre cuyas dinastías y castas guerreras hallamos, junto a nombres hurritas y semitas, tanto arios, los primeros que han estado por completo expuestos al duro viento de la historia política.  Los vemos en lucha entre sí, ora aliados, ora dependientes de las grandes potencias, y , luego, como vasallos con señores cambiantes, oímos súbitamente nombres de pueblos y señores que surgen y que en breve plazo se desvanecen sin dejar huella.  No tenemos tampoco documentos propios de estos estados, sino que todo luce y se apaga a los focos luminosos de las grandes culturas.
Pero también éstas están entonces con todo su ser y destino adscritas a la política.  Thutmosis III completó a mediados del siglo XV el imperio egipcio, para el que Thutmosis I, tres generaciones antes, había puesto los cimientos al marchar hacia Siria y avanzar hasta el alto Éufrates.  En las quince campañas de su vida tuvo Thutmosis III que luchar siempre contra los principados sirios que bajo la dirección del príncipe Wades se habían unido en alianza.  En cada pausa de la guerra ardía allí la llama de la rebelión.  Pero en  muchas victorias sometió al señorío egipcio primero Palestina, la llanura costera de Fenicia y el territorio del Líbano, después toda Siria hasta el curso medio del Éufrates y hasta el Tauro, finalmente también el reino de Mitanni, cuyo contrapeso lo había ya encontrado él en Siria, sometida al dominio egipcio.  Con él aparece uno de los grandes reyes militares de la Historia Universal, uno de aquellos que no sólo se ganan ellos mismos las batallas, sino que también organizan el Imperio que con sus conquistas adquieren con la infatigable energía de su genio político.  Obeliscos hasta el Éufrates pregonaban sus hazañas.  El imperio egipcio alcanzaba "hasta los países interiores de Asia y hasta el extremo mismo del Mundo".

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me interesa mucho su opinión. Modero los comentarios exclusivamente para evitar contenidos inapropiados.