LA SEDENTARIZACIÓN

En la medida en que el hombre se hace agricultor va creciendo su sedentariedad.  Se controla el ritmo de las estaciones y, en general, el tiempo es regulado.  Las actividades están determinadas no sólo por el momento favorable, sino por la naturaleza de las cosas y por el hábito, y ambos consolidan la costumbre.  ¿Qué es el hombre sin costumbre?  Ya la más primitiva actividad de plantación lleva incluidos en sí el cultivo de frutos, el cuidado de animales y la artesanía, si bien encadenadas por una tenue cadena existencial.  Con todo, así es el comienzo de la agricultura y de su equilibrada economía doméstica y ganadera.  En la aldea de agricultores encuentra el ser humano su sedentarismo, junto con todo lo que de él se deduce para la vida doméstica: el orden social y la conformación de la cultura, su más perfecta expresión.
Sólo oscuramente presentimos en qué zonas se formó por primera vez la cultura aldeana.  Como un velo que apenas puede levantarse se ha colocado la universal difusión de esta forma de vida por encima de los orígenes históricos.  Su fuerza y ligazón interna siempre han sido sentidas.  ¡Cuán a menudo ha sido sentido el campo como el estado propio y primitivo del ser humano, como la felicidad pura y simple, como la vida de naturaleza y su forma eterna!  Ambas tesis, tanto la dela eternidad de la vida agrícola como la de su universal difusión sobre la tierra son, por lo demás, indiscutibles, y, sin embargo, en cierto sentido, resisten a todas las objeciones.  Entonces se dio un paso con todas las consecuencias.  Es un dispositivo verdaderamente coherente; una vida que en su conjunto se ha convertido en modelo para la posteridad.  La explotación del ganado y del suelo, plantas cultivadas y animales domésticos, oficios y agricultura, orden familiar y constitución del trabajo, fe y administración, moral y prudencia, se implican entre sí tan repetidamente, y añadimos cómo la orfebrería y válvulas , como la saca periódica de los jóvenes se incorporan tan sabiamente; espantajos como los ritos de fecundidad, el culto de los muertos y la magia se sobreponen tan densamente, que los diversos elementos,  por mucho que puedan variar, dan un todo constante: un cuadro, el más primitivo, de la cultura humana que, al mismo tiempo, surge sistemáticamente de la idea de sedentarización.
A partir de este momento, la tierra, que es desde luego una realidad singular, ha cooperado en la singularidad y realidad de la historia universal, en el sentido de haber ofrecido las superficies en las que podía fundarse la vida sedentaria, y de haber proporcionado los lugares en que esto era imposible, es decir, los sitios desiertos y estepas áridas, selvas y montañas, a tribus no sedentarias, o de haberlos guardado como zonas de refugio.  La selva, la estepa pastoril y la tierra agrícola se separan entonces claramente, y la vida prehistórica que en ella se despliega se diferencia hasta en el tipo corpóreo del ser humano; conforme a lo cual, tanto formó y acuñó la estepa el tipo del pastor errante, y la tierra fértil el estilo humano del campesino sedentario, como, por otro lado, cada pueblo buscó el espacio vital que correspondía a su naturaleza anímica y lo alcanzó en un complicado juego de empujes y resistencias.  Una mitología de puros tipos humanos que estuvieron predestinados para una vida determinada en el que la fuerza del paisaje imprimió su sello.
La primera organización de la humanidad, según zonas y poblaciones, según formas de vida y razas, ya o se pierde hoy en absolutas tinieblas, sino que es comprensible con los medios de la ciencia prehistórica.  La distribución de las zonas de cazadores, recolectores , pueblos jinetes, pastores nómadas y cultivadores de plantas por los continentes se puede averiguar en grandes espacios por medio de los hallazgos de manera suficiente, así como las modificaciones que ocurrieron entre las diversas zonas de ocupación.  Pero la dinámica de los procesos históricos, en los que se formaron y modificaron permanece todavía hoy envuelta en la oscuridad del mundo pasado.
Sólo a fines de la prehistoria vemos ciudades de labradores que se ponen en pie de defenderse contra los ataques nómadas o sucumben a ellos, vemos el proceso de conquista y la estratificación tal cual van aquí y allá en ciertos momentos, es decir, vemos o intuimos acontecimientos históricos.  En conjunto, el nomadismo, en los tiempos prehistóricos, es abarcable como tipo, y aun como tipo fijable en el espacio y en el tiempo, pero, por consiguiente, de modo más sistemático que histórico.
Una cosa, sin embargo, se puede reconocer claramente y es más evidente cada vez.  Lo mismo que el sedentarismo, engendra el nomadismo en sus diversos tipos un surtido de formas culturales que expresan un modo de vida característico que interactúa con un modo de vida peculiar que define una forma de vida concreta.  Y es que nomadismo no es simplemente falta de sedentarismo, sino algo más positivo, algo distinto del errabundo marchar de la horda primitiva, que persigue la caza menor y anda buscando raíces comestibles.  Conducirse uno mismo y sus rebaños por amplias superficies, sea con el ritmo de las estaciones anuales, sea en curvas grandiosas que aparentemente han sido trazadas a capricho, en realidad abarcan la llanura entera por la que proliferan y es también una especie de descanso, en el mismo sentido que el cambio del tiempo o el batir de las olas en la quietud del mar.  Es también una elección creadora, como lo es la decisión del sedentarismo, y, asimismo, es una fijación en el espacio, no sólo en pequeño, sino en grande.  Lo mismo que el paisaje pequeño, puede el amplio cielo convertirse en una esfera, y esto ocurre en cuanto una vida humana llena de sí misma y de su voluntad, con sus obras, sus hazañas y sus pensamientos, redondea tal esfera.  El nomadismo lo hizo.  Lo hizo de otra manera que el sedentarismo campesino o preagrícola; no con reunir las cosas formadas y actuar regladamente con relación al cuadro de una comunidad aldeana, sino en cuanto se abre a las necesidades y audacias de la vida errante y las dejan actuar sobre sí como fuerzas formales.  Pero de esta manera un trozo de mundo se torna espacio y centro de vida.
Los pueblos nómadas consideran suyo un mundo espiritual de forma interna tan fuerte como las culturas sedentarias.  Sus palabras y cosas, su orden tribal y experiencia ganadera, sus costumbres y formas decorativas están desde hace mucho implicadas entre sí, y su religión y su culto tan incorporados a la vida, que resulta un todo bien ligado.  Sólo que este todo vive más en la sangre, en el corazón y en los sentidos de los hombres que lo que se manifiesta hacia el exterior.  El cielo que se extiende por encima de todas sus marchas y el dios patriarcal que en él domina es no sólo el pensamiento más elevado del nomadismo, sino el más auténtico.
Los grandes pueblos nómadas que aparecen en el umbral de la historia universal, y después a lo largo de tres milenios, atacan las murallas de los viejos imperios, representan en su pleno desarrollo esta forma de vida y son antagonistas de las altas cultura, y no sólo de los primeros establecimientos agrícolas.  Pero ya donde el nomadismo, en su forma primitiva, sin desarrollar, sin pretensiones históricas y sin empuje político, describe sus círculos, se levanta de sus mismas leyes vitales en un mundo espiritual más abstracto y ventilado, también es más activo y magnífico el carácter de los aldeanos vinculados al suelo.  También en ellos los instrumentos, usos y pensamientos se funden en una imagen que adquiere todo su sentido.  El simple obrar está envuelto en ella y es por ella aportado.  La vida ha encontrado aquí su dirección en un espacio vital conformado. 

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