LA SOBERANÍA Y EL PREDOMINIO

El segundo paso que lleva a la alta cultura es la soberanía del hombre sobre el hombre.  Algunos casos de sumisión y de estratificación social que ocurrieron durante la prehistoria se pueden deducir de indicios lingüísticos o hallazgos materiales que incluso nos pueden llegar a permitir delimitar el momento y el lugar en el que tuvieron efecto.  Son, pues, auténticos acontecimientos históricos  que se dibujan como sombras precisas entre la oscuridad del mundo pasado.  Círculos culturales que podemos reconstruir se han formado y delimitado en ellos, pueblos y lenguas que más tarde aparecen en la Historia como amalgama estable se han fijado en ellos.  Debemos suponer que procesos semejantes tuvieron lugar por doquier durante el neolítico, allí donde el choque entre estirpes de distinta vitalidad, dotes y armamento se vieron obligadas a ejercer su supremacía para sobrevivir.  Puede imaginarse que siempre ocurrió más o menos lo mismo, antes como después, conforme a la misma clave.  Sedentarismo y fragmentación en establecimientos indefensos estaban expuestos al ataque de hordas móviles.  Cosechas producidas regularmente invitaban siempre a la recogida de las mismas mediante el uso de la violencia.  el nomadismo desarrolló, en cuanto apareció en forma superior, ciertas virtudes políticas que se levantaron hasta la soberanía en cuanto cayeron sobre grupos sedentarios dispuestos a la sumisión.  Pastores y pueblos jinetes siempre han sido en el ataque mejores guerreros que aquellos que se habían adscrito a la gleba.
Pero el vaivén de estos procesos no se reconoce en cada una de sus oleadas, sino como vaivén.  Como acumulación de muchos hechos singulares nunca ha llegado a ser historia.  Y, sin embargo, se ha convertido en herencia.  En él se han formado las lenguas que en sus distintas ramas son aún habladas sobre la tierra.  En él se han formado los pueblos que como vencedores y como hilotas, como fuerza de choque y como fortaleza amurallada, como sangre y como espíritu, entraron en la historia, y naturalmente que también aquellos que perecieron antes de llegar al umbral de ésta.
Soberanía y sumisión:tales son los acontecimientos que arrojan como un presentimiento de historicidad sobre los milenios de la prehistoria, los picos que por todas partes marcan sus perfiles en la historia.  Lo que de ellos resultó se puede ya, en cuanto perduraba en el cuarto milenio y se extendía a zonas donde posteriormente hubo culturas altas, comprender históricamente y se mantiene como hecho histórico: en cuanto a fortaleza, en cuanto a campamento soberano, en cuanto lengua elevada del primitivismo, en cuanto pueblo escalonado, en cuanto aparato cultural que se va densificando, y a veces, incluso, como imperio legendario.  como complejo de fuerzas y conexión casual, este acontecer no puede desde luego comprenderse del todo.  En él se ve forzada nuestra concepción a limitarse a fijar tipos y esquemas graduales.  Soberanía de hombres sobre hombres es un tipo de existencia histórica que se caracteriza claramente, y un tipo que tiene su época: visto en conjunto, es también un paso en el camino que comienza con el comienzo del impulso humano y que conduce, con muchas revueltas, encrucijadas y callejones sin salida a la alta cultura.
Los dominadores son al comienzo una clase de hombres que prosperan en ciertos lugares de la tierra; una fuerte de energía localizada en determinados puntos.  Los hechos permitieron coordinar el tipo de conquistador con ciertos modos de vida, es decir, con ciertas condiciones vitales.  Pueblos jinetes parecen estar predestinados a ser los señores del Mundo; por consiguiente, sería la estepa o el desierto lo que produjo esta clase de sociedades.  Pero en la historia de la humanidad han existido también siempre grupos de agricultores con espíritu guerrero que supieron convertirse en dominadores de amplios territorios, precisamente en la forma que una selección de sus mejores guerreros salió como conquistadora del país, mientras que la masa continuó sujeta al arado y al terruño.  Así penetraron labradores montañeses en Mesopotamia.  Así atacaron las bandas guerreras indoeuropeas, nacidas de sangre y patria agricultoras, no sólo a las tribus campesinas de las orillas del Danubio, sino también a los pueblos pastores de la estepa rusa meridional.
Tales correlaciones son posibles y justas, pero no son una explicación del hecho del dominio; no hacen sino trasladar a otro punto el problema. ¿Por qué estas tribus apresaron, retuvieron y domaron al animal en lugar de cavar buscando raíces como hicieron los demás?  ¿Por qué lo agruparon en rebaños en lugar de acomodarlo en el corral al modo del agricultor sedentario? ¿Y por qué los hijos de los agricultores no se quedaron en casa como los otros?
Si un ser humano toma la decisión de la violencia -y no otro es el presupuesto del dominio- o se mantiene en calma, parece ser una diferenciación innata o desarrollada durante mucho tiempo.  El concepto de raza no es , por cierto, la clave de la prehistoria, pues una clave debe ser, en primer lugar, comprensible, manejable y determinada si con ella hay que abrir algo, y el concepto de raza está muy lejos de todo eso.  Pero con toda su inabarcabilidad designa precisamente el mínimo de facticidad histórica que está latente en la prehistoria, por lo demás, al lado de los hechos de la configuración geográfica: el trazado de las sierras, la pendiente de las aguas, la dirección de las vías naturales, las zonas de crecimiento y de clima benigno.  Que grupos humanos orientados hacia el predominio aparecieran acá y acullá fueron acontecimientos específicos en la prehistoria, y a partir de ellos se puso todo en movimiento histórico, aun cuando estos acontecimientos estén completamente velados en su curso y sólo puedan medirse aproximadamente en sus efectos.
La soberanía es por de pronto una situación.  La soberanía se convierte en efectiva cuando aparece sobre estilos humanos, formas de población y condiciones de vida que sean capaces de sufrir la dominación.  De la atracción natural de los crasos labradores sobre tribus que ante estos oasis prósperos sólo tienen el sentido belicoso y las mejores armas, ya hemos hablado.  Esta tendencia desde el país malo al bueno, desde la humanidad guerrera hacia la trabajadora, opera como una ley natural de la historia.  Es un gran paso el del simple robo a la explotación planeada, del ataque fulminante a la soberanía consolidada.  Pero el camino de la violencia, una vez iniciado, lleva obligatoriamente de lo uno a lo otro.  El que una vez ha probado el poder, aunque sólo sea en la forma de una audaz algarada desde las montañas a la tierra fértil de los valles, siente crecer en él por sí solo el raro arte de esclavizar a los hombres verdaderamente y de sentirse bien en ello, ahogando la resistencia en germen y haciéndolos en la sumisión más tranquilos y dóciles.  El don de organizar por la fuerza a los congéneres y de administrar políticamente los países tiene un comienzo duro y simple: comienza con la violencia; a partir de ella se despliega todo el sistema de los medios políticos.  El látigo que azota las espaldas del campesino, cuando se le arranca su ganado y sus mujeres, sigue siendo de dominio aún más tarde todavía, cuando el tributo de provincias enteras es recogido como contribución regular por los recaudadores y cuando los dominadores hace mucho que, sentados en tranquila magnificencia, han abandonado el duro negocio de sus mercenarios.
La constelación de los elementos y condiciones que componen la realidad de la soberanía es siempre tan compleja que el tipismo del proceso comienza a individualizarse como casos históricos.  Pues el hombre casi en todas partes puede fijar lazos de su vida.  También el saqueo, los ataques al vecino fronterizo y el derecho del más fuerte, existen en todas partes sólo con que en una de las partes haya un exceso de posesión y por la otra un exceso de violencia.  Por el contrario, hay que reunir muchos elementos para que se forme el auténtico dominio: un paisaje agrícola meridional como soporte duradero, propiedad concentrada y cosechas seguras como atractivo, y en el polo activo, práctica de las armas, organización y caudillaje.  Hacia el final de los milenios de la prehistoria, aquellos pueblos y espacios cuyo destino histórico fue desempeñar el papel de la soberanía, se desarrollaron claramente para llevar al ser humano de la prehistoria a la Historia.

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