CIRO

La caída de Assur se realiza de modo aburrido y lleno de alternativas, como la ruina de todos los imperios; colaboran en ella movimientos étnicos exteriores y rebeliones de las provincias sometidas.  El primer golpe, que todavía pueden desviar Assarhaddan y Assurbanipal, lo dan los cimerios, que invaden Lidia y las ciudades griegas de la costa y varias veces se dirigen contra los territorios centrales del imperio asirio.  Al mismo tiempo, Assurbanipal tuvo que ocuparse de movimientos rebeldes en casi todas las partes del imperio, especialmente en Elam y al Sur de Babilonia. La siguiente oleada es la invasión de los escitas de que da cuenta Heródoto en el primer libro de sus historias.  En relación con las grandes migraciones de pueblos, cuyo efecto visible fue la invasión escita como ya antes las incursiones cimerias, asciende el imperio medo a su poder, y quizá por primera vez llega a su fin la fijación de los arios iranios o al menos su empuje hacia el Oeste.
Según el relato de Heródoto, es decir, según la tradición persa, fueron los medos los que inauguraron la rebelión contra la supremacía asiria y los que la llevaron hasta la victoria.  No hay ninguna razón para dudar de ello, pero también en el Sur surgieron enemigos, dado que Nabopalassar fundó en Babilonia una dinastía nacional, Son, por consiguiente, las fuerzas más viejas de este espacio y las más nuevas son las que se encuentran en alianza.  En esta tenaza fue apresado el imperio asirio y machacado.  Nínive y las otras tres capitales regias fueron destruidas de modo que nadie podía reconocer su lugar (612 a.C.) y el pueblo que durante medio mileno había dominado Asia Anterior fue prácticamente exterminado.  Nunca fue un pueblo aniquilado más a fondo que los asirios...  En este castigo se expresa de modo claro y terrible el tremendo odio que había acumulado entre los pueblos de Asia contra los aniquiladores asirios.
Sin embargo, el vengador no es todavía heredero legítimo.  El equilibrio político de las tres potencias de Asia anterior, Lidia, Media y Babilonia, que se formó sobre las ruinas del imperio asirio, se mantuvo durante medio siglo de luchas, hasta que Ciro lo rompe.  Este rey es uno delo pocos de quienes se puede decir que la victoria es una propiedad de su persona.  En doce años aniquiló para siempre tres grandes imperios, a saber, alcanzó con sus guerreros persas la supremacía en Media (550), hundió el imperio lidio de Creso (546) y conquistó el imperio neobabilónico (539).  Después penetró en el Este hacia las fronteras de la India y hasta Yaxartes; cayó luchando con los Dahas.  Sus hazaña son tan claras y rápidas que actúan como sin cansancio.  Todavía mayores que sus victorias son sus decisiones después de la victoria. "Tranquilizó los corazones de los habitantes y los liberó de sus cuidados".  Un nuevo estilo de dominio y sumisión comienza con él.  Con tanta mayor certeza podemos comprender que el ascenso de los persas como nación, si no fue impulsado, al menos sí fue sostenido por las fuerzas de religión zoroástrica: las guerras de Ciro no son guerras de religión, y él no conoce el fanatismo religioso.  Ello era inauditamente nuevo en un mundo en el que también los dioses habían luchado siempre por el predominio y se habían llevado arrastrados a la cautividad a los dioses vencidos.  Y también las costumbres e instituciones de los países sometidos las ha respetado Ciro sabiamente. "Ningún pueblo permite tanto las costumbres extranjeras como los persas", escribe Heródoto.
Fue una suerte para los persas en la historia universal que después del gobierno de siete años de Cambises, que logró la conquista de Egipto, pero lanzó al imperio a graves desórdenes internos, Darío I venciera al mago Gaumata y empuñara el cetro del joven imperio.  Fue obra suya que no se perdieran las hazañas de Ciro, sino que quedaran afirmadas para dos siglos; pues es obra de él el imponente edificio de amplitud y centralismo, de predominio y magnificencia de poder y paciencia en el que culmina la historia del antiguo Oriente.  La victoria de los griegos es tanto más grande cuanto que fue el mayor hombre de estado de la historia antigua el que inició el ataque contra ellos, los libres.  Y la gloria de los combatientes de las Termópilas adquiere una nota fundamental trágica, como sólo sabe darla la historia universal con su infinita polifonía, con que el enemigo que conduce un traidor a su espalda no es ya el viejo Oriente, sino su heredero y restaurador europeo.
De todas maneras, el Imperio persa es casi desde sus comienzos el legítimo heredero del antiguo Oriente, y sólo por esto su más perfecta creación política, que se levanta por encima de pueblos desarraigados o al menos desvalorizados y gastados.  El señorial pueblo persa -es apenas el uno por ciento de la población total de su imperio- se mantiene como la única fuerza viva de la historia; los otros pueblos son salvados en abstracto. La red de satrapías y de las recaudaciones de tributos, la moderna red de comunicaciones y de "oídos del rey" se extiende sobre una parte del mundo planificada.  Esto no puede ser de otra manera en un mundo que había sido triturado durante milenios en los molinos del Imperio universal.  Los persas mismos apenas acertaron a saber que habían alcanzado el dominio del mundo bajo la ley de Oriente.  Es como si el suelo hubiera sido más fuerte que todos aquellos que sobre él construyeron, y la fuerza hiciera fuerza sobre aquellos que la ejercen.  Ya bajo el gran Darío comienza el reino persa a convertirse en un despotismo oriental.  Una generación más tarde, bajo Jerjes, el proceso de la orientalización está casi completo.  Los griegos sintieron acertadamente que Europa debía resistir hasta el último extremo a este principio que sólo conoce esclavos.

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