Arcaísmo consciente como estilo y como actitud lo hay , como en las fases finales de la mayoría de las culturas, también en Egipto, solo que allí, en el último momento, es decir, en el tardío florecimiento de la vigesimosexta dinastía, en los siglos VII y VI a.C.
Cuando Psamético, con ayuda de los lidios, vence a los dominadores asirios y, al mismo tiempo, a los príncipes indígenas, y desde Sais y Menfis todavía reunifica en gran parte Egipto, el espíritu egipcio intenta volver a los grandes modelos del Imperio Antiguo y Medio, se esfuerza por conservar la antigua lengua y escritura, enloquece por las antiguas titulaciones y trajes, copia los antiguos textos mortuorios de las pirámides y reproduce las líneas de los antiguos relieves. También entonces resalta en la manera arcaizante la belleza blanda de un arte tardío, pero esto ya no es un logro fecundo de la fuerza de la tradición, sino eco, recuerdo y salto atrás.
Pero precisamente esto no lo son las fases y cambios de la cultura egipcia mientras es creadora. Sino que son los miembros valiosos, encadenados firmemente, aunque se sucedan uno a otro con toda claridad, de una permanencia, y en conjunto significan el agotamiento de todas las posibilidades que atentan contra el fecundo principio. Porque el principio sigue operando, la permanencia domina; mas porque las posibilidades son agotadas unas tras otras, la cultura sigue viviente y el Imperio mantiene su supremacía frente a todos los bárbaros. Sólo desde su final, cuando los griegos lo vieron, Egipto es el país del orden invariable, de las castas petrificadas y de las tumbas eternas. El mito de Egipto como Heródoto lo ha fundado es todo lo falso posible en el pormenor, ataque, en conjunto, partiendo de la antítesis, contienen una cosa esencial, a saber: que allí se creó una cultura con su intención de permanencia, y que ha cumplido seriamente este principio.
No puede ser de otra manera sino que esta intención se exprese en el conjunto de la forma interna de la cultura, como su alma, pues no se puede pretender la permanencia sin querer a la vez todas sus condiciones internas y externas. El espíritu egipcio ha escogido con seguro instinto todos los símbolos de la duración que dan la tierra y la vida, y en ellos se ha grabado. Ha escogido los materiales más duros: el granito, la diorita, el basalto. Ha mantenido su pasado presente en documentos grabados a cincel, para que no se le volvieran historia, sino duración presente. Por primera vez ha desempeñado la administración en gran estilo, el gobierno del riego a largo plazo, construcciones para la eternidad. Ha hecho eterno el cuerpo de sus reyes y ha guardado su "ka, esto es su personalidad, en estatuas, retratos entre los vivos.
Pero no basta con eso. La decisión de la permanencia no se expresa sólo como voluntad general en la multitud de los símbolos egipcios, sino que decide unívocamente sobre la ley arquitectónica de esta cultura. El hombre puede, según parece, superar lo perecedero sólo de un modo y dirigir el cambio sin trascender el mundo de acá, precisamente cuando desde un centro absoluto proyecta un sistema de dirección, en el que por anticipado quedan establecidos todos los caminos que se pueden recorrer: este modo lo eligió el espíritu egipcio. Que el país de cultura es el centro y todo lo demás borde, que el pueblo de cultura es la raza de los "hombres" y todos los otros pueblos unos bárbaros es de lo que están convencidas también las otras altas culturas. Pero Egipto, se podría decir, no lo es sólo relativamente, esto es, en relación con los países marginales, sino que es centro en sí. Concentra a los hombres, según ya dijimos antes, en sí, y al hacer esto los incorpora a un sistema vital en el cual son guiados después de modo duradero.. Kemet, la Tierra Negra, es la tierra pura y simplemente; en ella viven los "hombres". Su antítesis, la Tierra Roja, significa a la vez desierto, montaña y extranjero; allí viven los bárbaros, cuyos pies (como se afirma en una inscripción de la duodécima dinastía) siempre están emigrando y que no beben agua del Nilo, sino que están reducidos a la lluvia y a los pozos del desierto. El Norte se llama "río abajo", el Sur "río arriba"; los ríos que corren, como el Eufrates, en otra dirección, están equivocados. "Subir" quiere decir salir del país, "bajar" quiere decir "regresar". Pero el río del infierno, en el que ocurre el regreso nocturno del dios solar al punto de salida, corre de Oeste a Este, formando un ángulo recto con la corriente terrenal. Este es un sistema de coordenadas muy fijado, con el cual no se orienta uno sólo de vez e cuando, sino en el que está orientada su vida entera. Donde la conciencia de ser el centro no está de tal manera fijada y el concepto de bárbaro es relativo aparecen necesariamente en algún momento filosofías humanitarias y cosmopolitas que relativizan esta conexión; en Egipto se mantienen hasta el final la ordenación de los puntos cardinales y de los conceptos de valor, y ni los más libres espíritus escapan de ella.
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