PERMANENCIA CULTURAL EGIPCIA TRAS LA FUNDACIÓN DE MENFIS

Inmediatamente después de la fundación del estado egipcio, en el plazo de pocos siglos, surgen todas las creaciones, que llevan en sí de modo preciso la totalidad del nuevo Estado.  Las formas fundamentales del arte y de la vida egipcios se fijan en la época de las dinastías I y II; es realmente como si se levantara del mar un continente. La representación de la figura humana adquiere su firme canon. Al comienzo de la tercera dinastía se nos muestra con perfecta belleza. La imagen del halcón sagrado se estira desde su encogimiento hasta la actitud altanera y firme que para siempre conservará.  Al mismo tiempo adquiere la escritura jeroglífica su forma clásica, que es una mezcla singular de belleza y eficacia, de monumentalidad y abstracción. El estado egipcio, ya bajo la primera dinastía, nada tiene de realeza primitiva; es una bien establecida jerarquía de funcionarios cuya capacidad administrativa se basa en el arte de escribir y de hacer cuentas.   El arte egipcio, por excelencia; la arquitectura comienza bajo el rey Menes y sus primeros sucesores con el tema de la tumba regia, y progresa continuamente desde la construcción con ladrillos y madera a la edificación pétrea.  En el breve período de la tercera dinastía y bajo la cuarta surgen hacia el cielo los eternos símbolos del espíritu egipcio: las pirámides. Según los planos de Inhotep, arquitecto del rey Yoser, por primera vez sobre la tierra trabajaron decenas de millares de hombres durante décadas en una obra, con una exactitud de medidas que apenas se supera en la modernidad.
Todo esto no es una "época de florecimiento", en el sentido en que entiende esta palabra la moderna historia de la cultura, sino una verdadera hazaña fundacional a largo plazo, el comienzo de una permanencia intencionada.  El estilo de la cultura egipcia se inventa aquí en el espacio histórico y se fija para siempre, casi como en el espacio ideal se inventa y fija una verdad para siempre.  Realmente lo que crearon los siglos del Imperio Antiguo se ha acreditado a través de los milenios, y a pesar de todos los cambios formales como definitivo cual ninguna otra cosa en la historia universal.  La permanencia es para el espíritu egipcio una cualidad no externa, sino interna.  No es sólo su destino, ni tampoco su manera de ser, sino su intención más pura.  Es completamente falso decir que el espíritu egipcio ha estado bajo la maldición de no poder olvidar nada.  No olvidar nada no es en él una maldición ni un defecto, sino una fuerza y un recurso, e incluso una naturaleza intrínseca.  Por eso allí la permanencia nada tiene que ver con la petrificación, sino que se compadece con la más viva potencia formal.  Pues petrificación la hay sólo donde una voluntad de vivir se ha escapado y ya no puede más, mas no donde esa voluntad se ha creado el estilo que le resulta esencial y definitivo.
En los tres milenios de la historia egipcia no es que falten cambios, y cambios bruscos y violentos, tampoco faltan crisis y catástrofes.  Pero no son productivas como en otras partes.  Aquí lo productivo es la permanencia, que a la corta o a la larga reduce todas las conmociones a meros episodios, por encima de los cuales ella continúa.  Las revoluciones, conjuras, luchas de partidos y guerras civiles, que a veces están en el fondo de todo cambio de dinastía, en parte las adivinamos y en parte las conocemos muy bien, incluso hasta en sus actores.  Pero el imperio dura incluso cuando usurpadores y criaturas de los sacerdotes llegan al trono del "buen dios", e incluso cuando con ridículo esfuerzo raspan las inscripciones de sus antecesores.
En un ritmo cada vez mayor aparecen en la historia de Egipto graves crisis, internas y externas.  La ascensión de los príncipes de los distritos a la autonomía y su rebelión contra el faraón, a finales del Imperio Antiguo, ciertamente cambiaron muy a fondo la estructura del Estado egipcio.  Tomaron el nombre de "grandes señores", convirtieron sus cargos en principados hereditarios y se gloriaron frente a todos de su innata nobleza.  No sólo el poder del rey, sino la unidad del Imperio se deshizo.  Egipto se fragmentó en sus distritos.  Las tumbas y templos del Imperio Antiguo fueron saqueadas y destruidas.  Una aburrida guerra entre los reyes de Heracleópolis y el creciente poder de Tebas desgarró al país tanto más a fondo cuanto que se unió a ataques de los libios, asiáticos y nubios.  Pero los dominadores tebanos de la undécima dinastía restablecen de nuevo la unidad y el orden.  Los faraones de la duodécima dinastía disponen, aunque sólo sea en forma feudal, de un reino fuerte.  Ciento cincuenta años más tarde, bajo Sesostris III (1887-1850 a.C.), los principados de distrito están ya suprimidos.
De la misma manera el dominio extranjero de los hicsos , que comenzó como una catástrofe, fue también devorado por la victoriosa permanencia.  Es como un símbolo soberano de ello que la época de los hicsos sea contada simplemente como decimoquinta o decimosexta dinastías, con la sola diferencia de que sabemos muy poco de los "reyes pastores" y de los señores contemporáneos de Tebas, que quedaron independientes.  Cuando Amosis, hacia 1580 a.C., derribó completamente el decadente dominio de los hicsos, destruyó su capital y expulsó de nuevo hacia Asia a los invasores, enlazó el imperio renovado por encima de la catástrofe secular, con todas sus tradiciones, de la misma manera que la arquitectura clásica de la decimoctava dinastía, a pesar de todas las audaces improvisaciones a que e atrevió, mantuvo el estilo que había sido fundado mil quinientos años antes.
De la misma manera, la permanencia egipcia supera sin descanso crisis espirituales y religiosas.  La latente oposición de las escuelas teológicas de Heliópolis, Tebas y Menfis, forma parte de la vida espiritual de Egipto.  Se convierte, empero, en una crisis de la fe y de la cultura, como en la época de Amenofis IV,  es entonces un episodio que queda recubierto por el inmediato atiesamiento del imperio y del estilo.  Este fanático racionalista era desde el principio un luchador con espada corta cuando emprendió la lucha contra Amón-Ra y contra los dioses del pueblo con cabeza de animal, aniquiló sus imágenes y borró de la lengua sus nombres.  No sólo la tenacidad de la fe popular y la fuerza del clero, sino que sus colaboradores, en la misma corte, mantuvieron la vieja creencia.  La restauración crecía al mismo tiempo que la innovación, como en el organismo los antídotos con la toxina.  Apenas el rey hereje muró cuando su reforma se apagó, la ciudad solar de Amarna se hundió en ruinas y el viejo orden permaneció intacto.
Revoluciones sociales, conquistas desde fuera y reformas religiosas, tales como en la historia de otras culturas, las críticas oscilaciones entre decadencia y rejuvenecimiento, los focos de corrupción o los puntos de nacimiento de la innovación.  Pero en Egipto son los episodios, o se convierten en episodios, por la respuesta espontánea que provocan dentro del espíritu de la tradición.  El progreso de la historia determina allí siempre lo que ya existe, lo que ya está construido, ordenado y escrito; y la razón la tiene sólo aquél que, aunque sea con libertad, continúa.
Sin embargo, hay verdaderos cambios del espíritu egipcio.  La continuidad no quiere decir seguir el mismo sitio, ni la permanencia significa rigidez.  A todas las exigencias de su ancestral historia reacciona Egipto de modo fecundo y, ante las nuevas situaciones, con renovación de su forma vital.  Pero reacciona, se podría decir, siempre con el mínimo de innovación y siempre de tal manera que el nuevo impulso abarca toda la herencia, y el nuevo estilo actúa como una nueva maestría en el viejo.  El estado feudal de la duodécima dinastía es muy diverso del estado de funcionarios del Antiguo Imperio, y también completamente distinto el centralismo burocrático y militarista que levantan los faraones desde Amosis a Thutmosis III al servicio de su política imperialista.  Pero el arte de administrar el país, su río y su creciente potencia, se mantiene e incluso crece, en todos los cambios de estado.  ¡Qué cambiante, qué rico en nuevos pensamientos es la historia del arte egipcio, que sólo un juicio superficial podría sentir como quietud o incluso petrificación!  Los grandes temas de la arquitectura: la tumba real, el templo del rey, el palacio, el templo de los dioses, se intentan igualmente uno tras otro; el templo monumental de los dioses es casi una nueva creación sólo de la decimoctava dinastía.  La plástica va recorriendo todos los matices de la rigidez y del expresionismo, del tipo y del carácter individual.  Pero lo mismo que la arquitectura, en todas sus fases, se atiene exactamente al canon del estilo egipcio, y sólo en él es libre y creadora.  Los grandes monumentos de florecimiento del arte egipcio durante la cuarta y quinta, duodécima y decimoctava dinastías son como generaciones separadas cada una por más de medio milenio de la otra, aunque de idéntica estirpe: tiempos distintos, pero un tronco común; juegos diversos, pero una regla básica.  El enlace consciente es constante con los grandes modelos del pasado: la canonización de las épocas clásicas se presenta intacta; lo mismo que la lengua, la escritura y la literatura de la duodécima dinastía son sentidos, estudiados e imitados como clásicos hasta muy tarde bajo el Nuevo Imperio.  Pero más importante es el peso íntimo de la tradición y la misma fuerza de la permanencia.  No hay que enlazar de modo necesario, cuando los hilos no se rompen.

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