EL CAMINO, SÍMBOLO EGIPCIO

El sistema de ordenación egipcio abarca no sólo la tierra, sino todo el universo. Las representaciones de su construcción siguen valiendo a través de todas las épocas de la historia egipcia no como cosmología teórica, sino como una mayoría de imágenes estereométricas y simbólicas que en el discurso poético y en las representaciones plásticas resuenan una y otra vez.  Un rectángulo alargado como la tierra permite descansar al techo celeste sobre apoyos, sobre las montañas marginales, sobre cabezas de animales o sobre los brazos extendidos de personas que lo sostienen.  A esto se suman las imágenes mitológicas, que se mantienen oscilando entre la alegoría y la fe: el cielo, como vaca o como mujer divina que se inclina protectora sobre la tierra varonil, separado de ella por el vacío.
Siempre va pensando con la imagen del cosmos el curso celestial del sol, y muchas representaciones plásticas, como muchos dichos y cantos, tienen por tema el curso completo del sol de Este a Oeste.  Figuras orantes, babuinos y la danza de las avestruces acompañan este camino en actitud expectante, saludando o simplemente contemplando.  El círculo de los hitos simbólicos y de los contempladores, desde la mañana a la noche, está cerrado.  A menudo, el dios solar va recorriendo en su barca el cielo, y con otro barco hace el camino contrario por el río subterráneo.  Es el "camino".  El arte faraónico ha querido realizar desde su nacimiento hasta su extinción este símbolo: en las estatuas que caminan solemnemente hacia adelante, en las avenidas ordenadas en estricta sucesión, en los templos de las pirámides de la cuarta dinastía, en los paseos de esfinges (especialmente en los de la duodécima dinastía), en los cielos de relieves de los muros de templos, en los que el espectador tiene que ir recorriéndolos y que conducen siempre en una dirección determinada.  El pensamiento de la vía sacra, de la procesión, es esencial para la religión y la arquitectura egipcias, y todavía de una manera más precisa para la gran arquitectura templaria de la decimoctava dinastía.  El camino procesional, por el cual se dirige el rey al dios y el dios al rey, y al pueblo, domina toda la construcción y le da unidad interna, aun cuando siempre se añadan nuevas columnas o pilones sobre la disposición primitiva.  Y como el camino del sol es acompañado, y a la vez confirmado por  los espectadores, por el contrario, el camino de los vivientes y de los dioses va mostrándose en imágenes, que por eso mismo son cuidadosamente mantenidas en la superficie, de tal manera que no salgan al encuentro, sino que marchen, evitando cuidadosamente todos los efectos de sombra hasta ser relieves excavados en un hueco.
Pero tales caminos no llevan al infinito, sino a un término.  Son caminos hacia lo finito.  Son, incluso, caminos dentro de un sistema de relaciones fuertemente orientado: el camino de todos los caminos es el Nilo.  El arte egipcio es, en todas sus obras, inventos y formas vitales, una gran red de tales caminos que abren y cierran un mundo claramente delimitado sin sobrepasarlo nunca.  Es un sistema de dirección, en el estricto sentido de la palabra.  De otra manera, ciertamente, no es posible conformar un país como centro, pretender la permanencia como tal, organizar la duración durante milenios.
Pensemos en las consecuencias, incluso negativas, que deben darse en este planteamiento, y llegaremos a las propiedades más esenciales del espíritu egipcio.  En tal sistema de caminos no hay nada sin camino, pero, ante todo, nada desviado del camino: la trascendencia sería lo contrario del camino.  Lo mismo que Nietzsche llamó a los griegos "superficiales por profundidad", se habría de llamar a los egipcios metafísicos en su aquendidad. Su espíritu nunca ha buscado un "más allá", ni siquiera en la fe de los dioses y, ni por una vez, en la creencia en los muertos y en el culto a éstos, que sería completamente falso explicar en ideas trascendentes o doctrinas de salvación; se trata en él sólo de la duración de lo terrenal, incluso el "Imperio del Oeste", administrado por Osiris, que pertenece a la tierra. La muerte, rodeada de todos sus misterios, abandonada a todos sus enigmas, es, sin embargo, mantenida bien presente, mientras que la vida es vivida hacia ella.  Así, por ejemplo, el faraón, al hacerse cargo del gobierno, elige a la vez el sitio para su palacio y para su tumba, y el pueblo trabaja durante todo el tiempo de su gobierno en la obra gigantesca.  Si la muerte pudiera ser suprimida, entonces lo habría sido, y para los egipcios lo fue.  Administrar es el polo opuesto a la trascendencia, y la burocracia es un fenómeno más de este mundo que hay: el estado egipcio es burocracia y administra la vida incluyendo la muerte.
Como ningún camino egipcio va hacia la muerte, todos los caminos igualmente se desvían de lo informe, incómodo e intranquilizador que dormita en la vida misma y en la tierra y que en otros sitios despierta en los cultos sombríos de las divinidades inferiores.  No hay ningún sustrato "dionisíaco" en la cultura egipcia, ni como amenaza ni como estímulo.   Elementos matriarcales no faltan en la construcción, pero en ninguna parte han estado tan implicados en una organización viril y estatal.  La dramática irrupción de las potencias tónicas en el mundo de los dioses superiores que ocurre en otras partes acaece aquí tan poco como pa proscripción de las inferiores como monstruosas.  No hay huella de una gigantomaquia que estuviera en los comienzos de la cultura superior.  La historia de la religión egipcia se mueve desde muy pronto en sistematizaciones teológicas, en elevación de divinidades locales a la categoría imperial, en procesos de fusión de varios dioses en uno; pero siempre de manera que lo antiguo se guarda completamente en lo nuevo.  Nunca han estado tan naturalmente cabezas de animales sobre cuerpos humanos como en el arte egipcio.  La incómoda energía doble que semejantes figuras pueden tener en el arte babilonio falta, pero falta también aquella loca fantasía y aquella desvelada crueldad.
Hay una forma de trascendencia que no se reconoce inmediatamente como tal.  En la mayoría de las culturas aparece a continuación de las ideas y movimientos religiosos, es por éstas provocado o de ellas deriva.  Esta forma de trascendencia es la orientación del espíritu hacia la teoría.  El espíritu teórico se sale de la vida en grupos y del sistema de dirección en que ésta se ha fijado y comienza de nuevo con sus propios medios a partir de la solitaria energía del alma superior.  Busca la verdad por sí misma, la cual no ha de hallarse en la realidad de la vida sencilla, porque allí ésta no interesa, y en esa medida es una verdadera trascendencia.
Es por demás significativo que el espíritu egipcio nunca ha dirigido su discreción y su disciplina hacia el objetivo de la verdad teorética.  A lo sumo, relampaguea en el hereje Akhenaton el pensamiento de que hay que orientar sobre la verdad el pensamiento y la vida, y hasta se puede luchar por la verdad.  Por lo demás, la ciencia egipcia no es expresión teórica, sino que sirve al sistema de dirección de la cultura y con él se coordina.  La matemática egipcia no es la doctrina del número, sino que construye pirámides y mide el agua que hay, una y otra cosa con perfecta exactitud.  La astronomía no es una especulación cosmológica, sino doctrina del curso de las estrellas y trabajo en el calendario.  No hay filosofía, pero sí sabiduría de refranes, de la vida y práctica ética.  Hasta la teología se detiene, cuando correspondería volverse especulativa.  Se podría decir que ordena y administra a los dioses, pero no los explica.  La ciencia egipcia dispara su arco de tal manera, que va a dar a la práctica, y se guarda sabiamente de que se le convierta en rayo que llegue al infinito.  Los profetas, y en segunda generación, como su secularización, los filósofos: tales son en otras culturas los primeros individuos con conciencia individual; con ellos comienza el hombre a sacar la luz de sí mismo y a penetrar desde sí mismo en la verdad.  Este peligro individualista no existe en Egipto.  La pretensión de que desde el sujeto solitario hay una tendencia a la verdad, es un pensamiento completamente imposible en un sistema de conducción total, cuyos caminos están acreditados de una vez para siempre por la válida organización del todo.
La ciencia egipcia ayuda por eso a ordenar, edificar, administrar; y esto no es su propiedad sobreañadida, sino su esencia. En el mismo sentido el arte egipcio es completamente práctico.  El premio es que sus obras no están lanzadas a su propio riesgo, sino que son llevadas por la lograda permanencia del todo y al mismo tiempo se llenan bienaventuradamente de ella.  Qué seria, y alegremente, qué sobria y seguramente se puede vivir, mientras se vive sin libertad, se demostró allí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me interesa mucho su opinión. Modero los comentarios exclusivamente para evitar contenidos inapropiados.