EGIPTO PREDINÁSTICO

La ciencia histórica comienza a intuir que en los comienzos del cuarto y quinto milenios hubo una dependencia real entre las dos altas culturas junto al Nilo y al Éufrates; los fundamentos de la Edad de Piedra, en que ambas descansan, muestran ya hoy mucho de común.  Pero muy pronto se separaron entre sí, y cada cual se replegó sobre sí misma.  A partir del momento en que hay que calificarlas de altas culturas se nos presentan con todo su carácter, particularidades e independencia.  Algunos influjos aquí y allá, algunas palabras y elementos estilísticos comunes no cambian gran cosa.  Los motivos mesopotámicos y del Asia anterior, que existen en los primeros tiempos de Egipto, son rechazados en el transcurso de las primeras dinastías y no entran en absoluto en el canon formal clásico.  Sólo en los siglos imperialistas, después de mediado el segundo milenio, afluyen abundantemente a Egipto hombres y mercancías, dioses y palabras del mundo asiático, pero el imperio fortificado y la fuerza cultural, aún floreciente en la época de Sethos y de los dos primeros Ramsés, asimila incluso lo más extraño.   Tan espeso e invulnerable puede ser un estilo espiritual.  Dos milenios de cambiantes destinos internos y externos lo hacen cada vez más identificado consigo mismo.
Esto, desde luego, ha ocurrido con toda su pureza sólo una vez en la historia universal, incluso entonces, en los primeros momentos de ella.  El país del Nilo estaba como pintado para este papel en la Historia.  Por todas partes, claramente delimitado entre el mar, los desiertos y las cataratas, produce como un verdadero don del río que le confiere su esencia todo cuanto la naturaleza puede ofrecer de condiciones para que se levante una alta cultura.
El acto fundacional que acontece al final del cuarto milenio, y en el que queda decidido para siempre el carácter del pueblo egipcio, está precedido por unos mil años que se mueven como un verdadero tiempo primitivo y originario con notable firmeza, y se podría decir que van seguros de su objetivo hacia la alta cultura.  La hipótesis de una dramática conquista de Egipto, poco antes de Menes, por semitas u otros asiáticos, hoy es ya insostenible.  El esquema de que un imperio cultural sitemáticamente surge de repente al ser invadido un pueblo sedentario por una raza dinástica falla, por consiguiente, en el mismo inicio de la historia universal.  Antes bien, lo egipcios han estado instalados en el país del Nilo mucho antes de la fundación del imperio de los tinitas.  Desde luego, es Egipto un país conquistado.  Pero no en un impulso unitario con la espada, sino que desde distintas partes irrumpieron en él estirpes diversas y se sostuvieron las unas frente a las otras.  Las alturas a los bordes del valle del río todavía no estaban secas y desérticas en los tiempos de la prehistoria y de la protohistoria, sino que estaban llenas de monte y vegetación; los poblados más antiguos están precisamente donde ahora sólo hay desierto.  La desecación progresiva obligó y, a la vez, hizo sentir el atractivo de bajar al valle; comienza, por consiguiente, un proceso geológico y climatológico que el espíritu egipcio continúa asiduamente durante la época histórica: concentra a los hombres.  "Descender" es la expresión corriente en la lengua egipcia para indicar el regreso desde el extranjero.  Por algo será.
En el valle del Nilo y en el Delta hubieron de ser regulados brazos del río, hubo que secar pantanos, que cortar cañaverales, que edificar diques y calzadas; es, ante todo, en este sentido, Egipto un país conquistado.  en relación con este trabajo, las tribus inmigradas se convirtieron muy pronto en asociaciones locales de distrito.   Todo lo que recordaba conquista y ocupación, dominación y señorío, migración y conciencia tribal, fue fundido en una organización bien mezclada y sedentaria.  También la enorme fuerza de fusión, que mientras pervive conserva la cultura egipcia, está por consiguiente dispuesta y preparada por la protohistoria del país y de su colonización.  El pueblo egipcio ha surgido tanto de una fusión como de una concentración a que fue conducido.
Pero los distritos o nomoi de la época primitiva siguen siendo hasta el fin de la historia de Egipto las cuarenta y dos células vivas del Estado, y se podría decir mejor sus cuarenta y dos piedras de construcción; y de modo muy significativo, no como uniones de hombres, sino como distritos del suelo.  Conservan sus propias costumbres, cultos, armas y estandartes bajo el firmamento de la cultura egipcia, y en ocasiones disputan entre sí aun bajo el imperio unitario.  Bajo las dinastías fuertes retroceden hasta ser puros distritos administrativos, sin haber cambiado nunca esencialmente en sus límites.  En los tiempos de debilidad política llegan a ser casi estados, y cuando el imperio se hunde del todo se vuelven verdaderamente tales; Egipto se transforma entonces, volviendo a su propia prehistoria, en un denso sistema  compartimentado de distritos estatales.  Los dioses de éstos se mantienen no sólo con vigor local, sino que siguen siendo hasta el final los únicos recipientes de la fe popular, a pesar de los sistemas universales de los dioses que construyen la fuerza de los faraones y la teología de los sacerdotes, a pesar de la elevación del dios solar Ra a dios del Imperio, a partir de la quinta dinastía.  En este país, plenamente sedentario, también los dioses son esencialmente sedentarios, a menudo incluso en el nombre, que está unido con su distrito, su ciudad, su santuario y sus fiestas.  La constancia genial de Egipto, en parte, se basa en que ya cada una de sus partes está desde los orígenes tan firmemente asentada y tan cargada de peso, que resiste a todas las crisis.
Lo que ha llegado a sernos conocidos de las tumbas y poblados de la época predinástica, en cuanto a armas, mobiliario, adornos y representaciones plásticas, muestra claramente que los estados de los distritos egipcios estaban en técnica y arte formal a mayor altura que cualquier otra región de la Tierra neolítica.  Pero ni los vasos de piedra de fino trabajo y frágiles paredes, ni los relieves de marfil y ébano, ni las pinturas vasculares, son aún egipcias, en el sentido de que pertenezcan al estilo que inmediatamente de la fundación del Estado por Menes adquiere una validez para tres mil años.  Esto se puede decir también de las paletas de tocado adornadas con relieves simbólicos o históricos.  Son obras sobresalientes y por su contenido verdaderos monumentos históricos, pues representan cada una una batalla determinada o una determinada victoria, o la caída de una determinada ciudad; pero todavía no son arte egipcio.  Tampoco los signos pictográficos que en ellas apareen y que en algún caso incluso nos han conservado el nombre de un rey de distrito predinástico son escritura egipcia, sino sólo sus grados previos.  Sólo desde que hay un imperio egipcio duradero aparece el estilo dibujado de los jeroglíficos y surge su principio, es decir, escribir las palabras de consonantes iguales con igual signo, y aparece claramente su idea constructiva, es decir, la combinación bien planificada de ideogramas, signos fonéticos y signos explicativos.

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