Esta conquista del mundo -no tanto por los estados como por hombres y barcos europeos que navegaban libremente, pero en su resultado final para provecho y ventaja de sus estados- está también en la más íntima relación con la lucha entre las confesiones cristianas, es decir, en el sentido de que el calvinismo orienta a los pueblos hacia el mar y el luteranismo y el catolicismo los hacen terrestres. Hay una "hermandad en la historia universal" entre el calvinismo político y las energías marítimas que despiertan; testimonio de ello es la Holanda de los gueux y la Inglaterra de Cromwell. Los pueblos católicos, que tanto en el lejano Oriente como en el lejano Occidente, fueron incuestionablemente los primeros, son superados por estos exploradores del segundo encuentro; son expulsados del campo y o bien tienen que retirarse de sus posiciones o bien en el curso del tiempo son reducidos a potencias coloniales de segunda clase. Quizá hay también, por el contrario, una "hermandad en la historia universal" entre la fe de la vieja Iglesia y la vieja política continental, que después también dirige sus expansiones imperialistas hacia objetivos en el interior de Europa.
El caso típico es de nuevo Francia, en sentido positivo tanto como negativo. Los hugonotes le inspiraron el espíritu de la gran navegación, de la expansión colonial, del comercio y hasta de la piratería. Este impulso perdura largo tiempo; sólo a mediados del siglo XVIII, se decidió que el Canadá y la India no serian francesas, sino inglesas. Pero propiamente, los objetivos de la política francesa, precisamente cuando jugaba el todo por el todo, estaban en el Rhin, en Italia y España, no sobre los mares y más allá de ellos. Mientras que en los asuntos universales la atención estaba tensa hasta el máximo, en el orden político-colonial, muchas ocasiones se dejaron pasar. Esto es, sin duda, una decisión por Europa y contra la lejanía, si bien es una decisión que se va tomando por etapas. Una decisión semejante en pro del catolicismo va paralela con aquélla. Sus etapas son la noche de San Bartolomé, la política religiosa de Richelieu, finalmente la renovación del edicto de Nantes (1685). El despido del ministro de finanzas, comercio y marina Colbert, que construyó entre los años 1662 y 1672 una escuadra que era superior a la inglesa en volumen y calidad, es el hecho simbólico en este acontecer. Contra Colbert, el burgués advenedizo, el espíritu libre y político colonial, luchan en Francia los círculos que rodean al ministro Louvois, el clero católico y la noblesse d'épée. Su caída está íntimamente unida con la decisión de hacer la guerra en el continente y con la reacción católica; significa también una decisión formal contra el mar y su espíritu.
Tales decisiones no se realizan en la historia nunca como pura contraposición de diferencias esenciales, sino siempre como lucha por un botín concreto. con una ligera simplificación es lícito decir que la oposición entre el catolicismo universal es a la vez la lucha por los países y tesoros de las tierras descubiertas, y ésta es a la vez aquélla. El heroico prólogo de ello es la lucha de liberación, a lo largo de ochenta años, de los Países Bajos. Un pueblo amante de la libertad y adherido a la nueva fe, guiado por una nobleza heroica contra Felipe II, un rey aconsejado por la Inquisición; gueux o mendigos contra los ejércitos y las armadas del imperio español; un estado de tipo revolucionario que, fundado en el derecho de resistencia que los pueblos y, en especial, las conciencias tienen contra los tiranos, se libra de la dominación extranjera: ya los orígenes externos e esta epopeya de la rebelión de los Paises Bajos son un trozo de la mejor historia europea. Pero mientras todavía se lucha, pinta Rembrandt, escriben los grandes humanistas, navegan los barcos de la Compañía de las Indias Orientales, hacia 1600 los mejores del mundo, hacia Java y Australia. El imperio holandés fue construido mientras la patria estaba en llamas.
Precisamente el comienzo de esta guerra de liberación, en su primera fase crítica, surgió la idea de una alianza de las potencias y los partidos protestantes. Orange hizo propaganda en Alemania, Adolfo de Nassau, en Francia. Inglaterra intervino en la lucha contra España que había surgido en las costas que tiene enfrente, de modo natural; cooperó con los mendigos del mar, con los protestantes de Escandinavia y con la corte palatina. Este frente del protestantismo europeo, desde luego, que no llegó a ser puro nunca, como tampoco en la época siguiente. Vuelve a brillar siempre, pero una y otra vez es destruido por los intereses del comercio y de los estados. Por de pronto, en los mares y en las colonias se encuentran también los compañeros en la misma fe como enemigos con toda la dureza del derecho del mar.
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