GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS Y SUS CONSECUENCIAS

Wallenstein es la última tragedia en esta época trágica del Occidente, según Carlos V es la primera.  Durante su primer generalato luchó por la majestad imperial, mientras que en el segundo luchó por el imperio.  Él vio -no con claridad, sino oscuramente, según era su naturaleza- que la lucha sólo podía desarrollarse de modo universal.  De aquí su idea de una guerra mundial contra las potencias marítimas protestantes.  Finalmente, notó que tal guerra sólo podía llevarse contra el emperador de la casa de los Habsburgo.  Su tragedia ya no es la tragedia de un poderoso, sino la de un traidor.  El imperio se había convertido en asunto de una revolución y por cierto de una revolución perdida.  Al mismo tiempo, entra en acción en Francia la dramática energía del cardenal Richelieu, un hombre a la vez destructivo y creador, para fundar la soberanía del monarca y la potencia europea del estado.
Todavía pasó el estado racional por otro humanismo antes de llegar a convertirse en principio constructivo del mundo de los pueblos europeos, lo que regaló al Occidente durante un siglo corto algo así como un equilibrio de potencias.  Ya el descubrimiento de la tierra y la primera toma de posesión de las lejanas costas, y, sobre todo, las ulteriores conquistas de los europeos en la India y América, se realizaron  como sendas hazañas individuales de hombres audaces, y en buena parte, como pura aventura.  La política de los reyes permanecía ocupada con los viejos y clásicos objetos de la lucha de poder: con Milán y Nápoles, con Lorena y el Rhin, con Flandes y Borgoñ, con los pasos de los Alpes y Navarra, con los países bálticos y el espacio polaco y, justificadamente, pues allí se decidía sobre quien tendría el poder sobre Europa hasta la siguiente prueba de fuerza.  Pero entre tanto, en aquellos lugares de Europa que estaban orientados hacia el mar y el mundo, surge el pensamiento de que los países ultramarinos ofrecían muchos mayores tesoros que el viejo continente y abrían la posibilidad de imperios, desde los cuales, la lucha de poder en Europa bien e podía hacer con nuevos medios, bien perdía absolutamente su urgencia.  Pero este magnífico botín, por de pronto, fue recogido casi exclusivamente por filibusteros, corsarios y comerciantes aventureros, y si llegaba a ser muy importante, disfrutaba una semiprotección o una protección a posteriori por el gobierno de su patria; sólo el botín traía consigo la protección de los barcos de guerra del estado, y sólo el éxito conseguía el privilegio.

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