EL ESTADO Y LAS LUCHAS RELIGIOSAS

Sin embargo, en último término, son las tendencias religiosas las que levantan la lucha política y las que a lo largo de un siglo la llevan a tal punto, que, finalmente, ellas mismas, se abrasan en la misma lucha.  Contra el concepto de hereje que acuñan los jesuítas, resulta todo lo que la Edad Media llamaba herejía inofensiva; por primera vez ahora, de la certeza de la eterna condenación del hereje es derivado el deber de eliminarlo de la faz de la tierra.  El protestantismo, especialmente su ala más combativa, devuelve este concepto en buena moneda.  La Iglesia papista es para él obra del diablo, y la lucha contra los papistas es la campaña por Dios.  No sólo la técnica guerrera de la época -los mercenarios, el mantenimiento de la guerra por sí misma, el principio de las contribuciones y ocupaciones- sino, ante todo, la pasión de las mutuas excomuniones y condenaciones hicieron la guerra cruel, y por primera vez privaron a la guerra de su moral y luego de su honor.  Si el enemigo no es hombre sino diablo y su aniquilación es obra meritoria, resulta en la práctica la guerra total.
De este pandemonium de humanidad surge el sistema de los estados europeos y su política raciona.  Un tremendo proceso de secularización ocurre con ello: lo político se descubre como una propia ley real fuera de las oposiciones de "bueno" y "malo", de ortodoxo y herético, de Dios y diablo.  Es él el que neutraliza las oposiciones religiosas como instancia suprema, pero al hacer esto queda constituida su fuerza de decisión, su soberanía, e incluso su unidad.  Pertenece a la lógica del pensamiento histórico poder pensar semejantes entidades históricas que surgen a la vida precisamente en las decisiones que de ellos proceden.
Motivos sumamente mundanos y puramente políticos han influido en la historia de la Reforma, desde el principio.  Naturalmente, había por todas partes una fuerte tendencia a la separación frente a Roma, a que los dineros de las obras pías se quedara así en los países mismos, y, naturalmente, en los países luteranos y reformados los poderes seculares, y, por cierto, lo mismo los príncipes territoriales que la nobleza, se reforzaron de modo inaudito con la secularización de los bienes eclesiásticos.  En Alemania, se sumó a esto la lucha por el derecho de retención de los señoríos espirituales, el punto más discutido de la paz religiosa de Ausburgo.  ¡Qué posibilidad para los señores territoriales vecinos la de redondear sus dominios, y para la nobleza la de convertirse en propietaria!  sin embargo, no es lícito entender el proceso de secularización en que surgió el estado moderno como si los motivos profanos que al principio sólo fueron concausas se hubieran convertido cada vez más en sustancia de la cosa, y el movimiento religioso se hubiera ido poco a poco calmando y sólo hubiera quedado la soberanía del estado acrecida con la soberanía eclesiástica.  La realidad es qu el estado de las luchas religiosas se levanta y fortifica, no por encima de ellas, sino en medio de ellas, como fuerza activa y decisiva, en la cual la posibilidad de cooperar políticamente con los partidos confesionales de los otros estaos es utilizada por todas las partes con ilimitada libertad.  Sea que el Estado realice la reforma y tome en sus manos la Iglesia nacional, sea que se decida por la Contrarreforma, y ello significa que no permanece petrificado dentro de la vieja Iglesia, sino que construye un catolicismo político de nuevo estilo, sea que elimine dentro de su territorio la lucha de las confesiones y cree una tolerancia garantizada por el Estado, es en todo caso el que en una de estas tres formas termina la guerra civil, y por eso es el fin del a guerra siempre el triunfo del estado.  Mientras el movimiento reformista actuó libremente, en general siempre fue más aceptable para una organización de diferentes clases sociales que para el absolutismo de la Corona.  Pero en este punto también lo decisivo fue la última palabra, y esa le correspondió al Estado.  No sólo en los países protestantes, sino también en los católicos (como ocurrió en Baviera), del movimiento religioso surge lo completamente diverso: el Estado.

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