EL IMPERIO DE CARLOS V (II)

Pero los planes de Carlos V contra los protestantes, sus planes para la reforma del Imperio y su relación con los Papas (fuente de muchos desengaños), se encadenó, desde el principio, con las luchas de Europa por el poder, especialmente por las que tenían como objetivo Borgoña e Italia, y, además, con la defensa contra los turcos; muchas vacilaciones y aparentes inconsecuencias resultan de esta situación forzada.  También en el arte de la política exterior, Carlos V madura lentamente hasta llegar a la maestría.  Después de los cuarenta años lo es; prueba de ello es el gran plan de 1543, que casi lo conduce a la victoria.  Los testamentos políticos de estos años, especialmente el de 1548, muestran un alto sentido del monarca, que en su humanidad se sabe en la presencia de Dios, una voluntad de poderío muy experta sin huella de resentimiento, y una visión soberana de las conexiones de la política mundial.  Carlos V, en estos años, alcanza, a través de tremendos destinos y por la seriedad de su empeño, una verdadera grandeza en la historia universal, quizá sin haber sido por su naturaleza predestinado para ello.
Esta gran política suya está bajo una idea universal en la que por lo que hace al emperador mismo, todo es fe profunda e íntima y ninguna palabra es mentida.  La disposición del destino de los Habsburgo le ha dado todo el borde meridional de Europa, y con esto ha puesto en su mano toda la lucha contra los infieles, desde España, donde es el heredero de los Reyes Católicos, a través de Italia meridional hasta Hungría; en la plenitud de su vida él realiza esta lucha de modo plenamente agresivo.  Como la luz de un crepúsculo en llamas, si bien roto por varios colores, está sobre su imperio el brillo del único y cristiano Occidente.  Desde la muerte de Gattinara en 1530, nunca más hubo ya un canciller para todo el Imperio.  Al emperador sólo vienen los cuidados por los países de este y aquel lado del océano y él arranca a las muchas debilidades de su naturaleza siempre una mirada y una voluntad universales.  Que fracase en casi todos los puntos da a su acción tanto más el carácter de humanidad, y a su vida tanto más el carácter de un destino trágico.  La escena de las abdicaciones de 1555 y 1556 es como un símbolo de que la moderna Europa ha nacido del Reino de Dios a través de la situación intermedia del humanismo.
Ya hemos dicho que las fuerzas más violentas que en eso están en juego han venido de la Cristiandad reformada y del renovado celo de la fe de la Iglesia tradicional.  En sus comienzos son estas confesiones decisiones sacras que llenan toda la vida y le quitan a la muerte su aguijón.  Después comienzan a fijarse fórmulas y cada una engendra una teología.  Finalmente se fijan las unas contra las otras y su ánimo confesor se convierte en algo rígido, su espíritu de lucha en intransigencia.  Pero hasta entrado el siglo XVII, conservan la fuerza de formar frentes y de mantenerlos amargamente contra todos los motivos racionales.  Ciertamente que la realidad histórica no siempre se ha dirigido por la regla de que un príncipe católico deba tener por amigos a todos los católicos en todos los países, del mismo modo que un hereje a todos los herejes.  Los intereses políticos actúan muchas veces a través de los frentes confesionales.  En el imperio se hace valer la prepotencia de los Habsburgo y su dignidad imperial, tanto en el sentido positivo como en el negativo: muchos protestantes se mantienen fieles al emperador todo el tiempo que les es posible y buscan protección en él, mucha gente fiel a la Iglesia tradicional le pone los ojos tiernos por razón de su libertad a los herejes.  A esto se añaden las contradicciones internas en el campo protestante, especialmente desde que la doctrina de Calvino toma fuerza en Alemania.  Se tardó mucho tiempo hasta que los frentes religiosos estuvieron, en cierta medida, enfrentados abiertamente el uno contra el otro como Liga y Unión.  En el campo de la gran política europea, los agrupamientos de las potencias se arreglaban naturalmente de manera mucho más descarada por los intereses del poder. Francia fue desde el principio el aliado natural de los protestantes alemanes (como el de los turcos otomanos), porque era el enemigo universal de la casa de Habsburgo.  A veces, Francia y el Papa estuvieron con los turcos y los protestantes si no en alianza formal, al menos de hecho, contra los Habsburgo.

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