NACIMIENTO DEL ESTADO MODERNO

En todo caso, no surge y existe el estado europeo, ya entonces en el espacio racional; la teoría de Maquiavelo es un avance malo en esa medida, si bien en la dirección justa.  Del Reino de Dios surge el juego mecánico de los cuerpos políticos, tal cual fue por primera vez pensado en una pequeña quinta no lejos de Florencia en 1513, no de un camino directo.  Sino que Europa realiza esta transición a través de la piedad profundizada de la cristiandad reformista.  El ardor de las convicciones religiosas, y más tarde la intransigencia de las confesiones durante más de un siglo, se convierten en las más violentas fuerzas del mundo político y causan en él contraposiciones que no se pueden arreglar por compromiso.  A la vez, la corriente de antigüedad que el Renacimiento comunica al Occidente presta a la vida política una vitalidad y magnificencia casi paganas.  Como curiosa situación intermedia entre el Reino de Dios y el reino de la razón se da así un humanismo que no es en absoluto "humanístico", en el sentido fijado de la palabra, es decir, reflexivo; antes bien, la moderna Europa, con todas sus conquistas reales, incluso el estado racional, surge de él como de un fondo vital creador.
En todo el siglo XVI, pero todavía durante la guerra de los Treinta Años en Alemania, la ley realista de la razón de estado va enlazada con el humanismo de las personas que mandan y actúan, y con la piedad de los pueblos de modo inseparable.  Todavía no se ha separado de ellos, y se va liberando de ellos lentamente y muy tarde.  Servicio al estado es todavía servicio al príncipe, poder estatal es todavía poder dinástico, la administración, régimen personal, el sentimiento de estado está ligado a la dinastía, a la patria chica y a viejos privilegios.  En la marcha de la guerra, como en la política, lo viejo y lo nuevo van mezclados de manera abigarrada, y lo racional con lo que sigue el viejo estilo: formaciones cerradas de infantería española y de lansquenetes suizos con costumbres de desafíos a estilo medieval, caballería moribunda con condotterismo que surge, estatismo moderno con grupos nobiliarios en fronda, proyectos políticos universales con guerras de saqueo anárquicas del más pequeño formato.  Pero también en la política más alta y ambiciosa se sigue llevando el "traje caballeresco de los viejos tiempos".  Esta expresión nos parece acertada para caracterizar el estilo político, en el que en 1525, entre Gttinara, Wolsey y Francia se disputó sobre Borgoña, sobre Milán y Nápoles, sobre Flandes y Artois, en resumen, sobre el nuevo orden de potencias en Europa.
En espíritus mezquinos y pequeños asuntos actúa el humanismo del siglo XVI muchas veces como conducta ruda, irrazonable y rutinaria, pero en los grandes hombres vive como pasión heroica y como fuerza para decisiones dramáticas.  Una especie de humanidad del Renacimiento tardío, potencialmente severa y complicada, está viva en los grandes reyes, generales, ministros y cardenales, incluso Wallenstein y Richelieu.  Podremos apenas considerar casual que sea entonces cuando surja la gran tragedia, es decir, Shakespeare.  Estamos ante el "heroísmo del Renacimiento", que en el autor inglés se nos ofrecen a través de una serie de figuras que plasman la vida humana terrena y natural, por bree que sea, por trágicamente que termine, encerrando en sí la plenitud de lo infinito, que todo demonismo brota en ella, toda culpa es soportada, toda felicidad resulta huidiza.  La tesis de que el hombre es la medida de las cosas es el "a priori" de la tragedia.  Esta tesis se volvió a lograr entonces en una forma muy poco clásica y muy cristiano-occidental durante breve tiempo.  Sólo por un breve espacio: en el barroco plenamente desarrollado, algo distinto por completo ocupa su lugar: el teatro.

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