DIOSES DEL ANTIGUO MUNDO MEDITERRÁNEO (II)

Las divinidades del mundo asiánico-mediterráneo son potencias de la vida terrena y del crecimiento de las plantas, que florecen y se marchitan como éstas, presas de la naturaleza y de sus ciclos.  O son dioses oraculares, cada uno unido a un lugar santo determinado en el cual se abre la tierra para hablarle al hombre. Toda la costa del Asia Menor y las islas están llenas de tales divinidades proféticas.  Por los griegos fueron más tarde reunidas bajo el nombre de Apolo , y por eso algo del Oriente se ha pegado hasta lo último a este dios, el más griego de todos.  Pero sobre todo, son divinidades femeninas, madres o amantes, señoras o hetairas del hombre.  Cibeles, la gran diosa de las montañas, en la primavera, cuando la vida natural despierta, marcha por los bosques, llevada por leones o panteras, con su comitiva de fieras y coribantes.  Se casa con el dios del cielo o con el hermoso Atis; las orgías de los coribantes repiten la alegre fiesta de las bodas y después el luto de la naturaleza que se marchita y muerte cuando el jabalí mata a Atis.  La diosa madre y su amante que muere cada año se hallan también en Biblos; sobre todo desde allí penetraron los cultos extáticos y sensuales de Asia Menor en la religión de los semitas.  Se halla en Chipre; en la cultura mixta de esta isla se funde por primera vez la Afrodita de los primitivos griegos, y luego la Astarté de los fenicios, con la viejísima gran diosa, que era de origen asiánico, pero que muy pronto se había llenado de elementos babilónicos.  Se encuentra, en figura de particular riqueza, en Creta; allí da a luz la Gran Diosa de la Tierra en la cueva de Dicte al dios celeste, que muere todos los años, si bien los curetes, con ruidosas danzas armadas, intentan protegerlo de las celadas de potencias enemigas.  Se encuentra absolutamente en todas partes en el mundo asiánico-medietrráneo, casi siempre rodeada de los mismos animales sagrados, a saber, paloma y peces, que a partir de allí han entrado desde luego en las religiones semíticas.  Y los cultos que están unidos a su servicio tienen siempre el sentido de que el hombre se coloca en la marcha cíclica de la naturaleza, realiza con ésta tanto lo que excita como los períodos de calma, y tanto de lo uno como de lo otro saca sus éxtasis, hundiéndose con su cuerpo en ellos.  Prostitución masculina y femenina, automutilación y castración, como según el mito la practicó Atis en el culto de la gran madre, son las cimas del culto que los hombres rinden a la diosa.
Este espacio del Mediterráneo oriental, a cuya esencia corresponde no ser nunca un todo, sino siempre un sistema de relación entre muchos puntos, no ser nunca un mundo cultural cerrado, sino siempre la esfera de irradiación de costumbres, halló durante algunos siglos un centro y con esto adquirió una existencia histórica universal, no sólo como medio que influye, sino como potencia que domina activamente.  Pero incluso esta fase histórica del antiguo Mediterráneo sigue fiel a la ley de su espacio, pues no se trata en ella de la construcción de un orden de poder espacialmente cerrado y dispuesto duraderamente, sino de una red audazmente lanzada y tercamente mantenida de relaciones comerciales y de dominio no por un imperio, sino por una talasocracia, no por una de aquellas culturas "que surgen del mar como continentes", sino por una civilización delicada, lujosa, muy pretenciosa y tremendamente influyente: se trata de Creta.


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