DIOSES DEL ANTIGUO MUNDO MEDITERRÁNEO

El escenario en que se realizó la lucha de dioses es el mundo mediterráneo y asiánico (en vez de "asiático", prefiero utilizar la voz "asiánico" para expresar el mundo mediterráneo del Asia Menor para mejor distinguirlo del resto de países asiáticos, si me permite el lector).  Esto da a esta zona un peso de primera categoría en la historia universal, aunque quizás precisamente por eso nunca estuvo reunido como unidad y potencia que hubiera podido ser abrazada de un golpe, y actuó más absorbiendo, transformando y reaccionando, que formando y resistiendo fuertemente.  Es un mundo de mucas islas, penínsulas, mares interiores, estrechos, promontorios y golfos.
La frontera del Nordeste de este mundo es Armenia, el país alrededor del lago Van, que se llama entre los egipcios Nairi y entre los asirios Urartu, y que hasta el final tuvo importancia en la historia de los asirios como tenaz enemigo de su supremacía.  Hacia el Oeste forma toda la población de Anatolia, antes de la penetración de los semitas y de las irrupciones de los indoeuropeos,  una unidad de raza, de espíritu y de lengua, aunque disitribuida en muchas tribus y pueblos.  Pero la unidad hacia el Oeste va claramente más allá, abarca las islas plenamente, incluso la vieja Creta, y se extiende hasta la península de los Balcanes; desde luego que desde el punto de vista antropológico, la tesis de los griegos sobre una población primitiva que llenaba todo el mediterráneo oriental, y que ellos llamaron carios o léleges, se podría comprobar; ella es segura en cuanto a la lengua, pues nombres de lugar, de río, de montaña, y otras palabras, muestran la misma formación por todas partes; y con toda seguridad en cuanto al espíritu, en especial en cuanto a los dioses y cultos.  Existe, según se ve cada vez más claro, antes del inicio de los movimientos históricos, un estrato común a todo el Mediterráneo, desde Italia, e incluso desde España, hasta Asia Menor, sobre el cual sólo se disputa todavía la orientación de las tendencias culturales.
En este mundo están en su casa los dioses del nacer y del perecer, de la tierra y del crecimiento, de la maternidad y de la sexualidad, que a causa de la marcha de la historia de Europa se han convertido en el estrato inferior de ésta.   Ellos y sus cultos llenan este mundo como una caterva de seres emparentados; efectivamente, todos están investidos de aquella sustancial igualdad que el mito de la madre y la tierra presta a todas sus figuras.  Se asientan en árboles, cuevas, montañas, ríos y fuentes, nunca en figuras del todo sino más bien vida, según hablamos de una "vida de la naturaleza", y por consiguiente fluyendo fácilmente, y, sobre todo, metiéndose como el aire en toda lengua extranjera.  Todo pueblo que entrara y que se apoderara de los lugares de culto, o sólo llegara a sus cercanías, era infectado por ellos, acomodaba estas divinidades asiánicas a su lengua y las explicaba.  Pero el contenido seguía , y así toda la vida histórica en este espacio, durante dos milenios, se mantuvo en la órbita del modo de ser asiánico-mediterráneo.  Los hititas están plenamente en él, pero también las religiones semíticas toman muchos elementos asiánicos en la religión de los fenicios y de los sirios semitas, pues ambas cosas son esencialmente extrañas a la religión semítica en su origen.  Ane todo, los griegos han absorbido profundamente aquel espíritu mediterráneo.  Pues, aunque un dios a quien la Gran Madre Tierra da a luz en Creta se llame Zeus, él muere anualmente y se enseña su tumba: tanto cambió en el fondo en el extraño ambiente el claro y eterno dios del cielo.


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