HOMERO

Los dos grandes poemas Ilíada y Odisea son, después de la Biblia, los textos metódicamente más examinados de la historia universal.  Empezando por ahí, se hace inevitable tratar la llamada "cuestión homérica" antes o después.  De los gérmenes históricos alrededor de los cuales se han desarrollado los ciclos legendarios griegos, como por ejemplo la expedición de los aqueos contra Troya y la guerra con Tebas, ya hemos hablado. Alrededor de ellos se concentraron en mucha mayor medida que entre otros pueblos posteriores (por ejemplo, los germanos) los temas míticos, y sólo a consecuencia de ello resultó el mundo rico, antigua y a la vez vital, próximo y sin embargo cerrado, en que se mueven los sucesos épicos homéricos.  Sólo quien pudiera analizar hacia atrás el trabajo misterioso y a la vez natural en que se formó esta materia preciosa, el centuplicado proceso poético que fundió las leyendas históricas y los mitos en un nuevo todo, podría decir que había comprendido la formación del mito griego.   A pesar de todos los métodos analíticos, sabemos todavía muy poco, pero lo bastante para reconocer además de la procedencia de la mayoría de las figuras legendarias y la parte esencial de cada uno de los territorios del mito, los estratos principales que se dibujan en el conjunto: bajo el estrato jónico, que fija el tipo de muchos héroes homéricos y determina la forma del lenguaje, hay un estrato eolio que se manifiesta tanto en la materia como en la lengua; y por debajo a su vez resplandece, en palabras y giros, pero también en ideas y pensamientos, mucho elemento más antiguo, de la época micénica.  La figura concreta en que vivió la épica heroica fueron los cantos de los aedos que, sin ser nobles, pero rodeados de consideración social, iban de corte en corte señorial y administraban la materia heroica y la iban transmitiendo con libertad creadora en el pormenor, pero estrictamente sujetos, desde luego, a la "buena marcha" de la leyenda.  Luego, en un momento hacia el 750, en algún punto de la frontera entre la Anatolia eólica y jónica, bebiendo en la entera corriente de la leyenda, un poeta con aquella fuerza de mirada interior que quizá sólo los ciegos pueden tener, creó la divina epopeya (las dos divinas epopeyas), cuyo tema se anuncia en las primeras palabras de cada una: un poema sobre la ira de Aquiles y otro sobre el deiforme Odiseo, con seguridad que en la época en que los aedos ya se habían convertido en rapsodos y habían cambiado la fórmix por el báculo.  Debemos a la investigación moderna que, después de que un siglo de gran filología había disuelto los poemas homéricos según todas las reglas del arte, creemos hoy otra vez en un poeta y asta podemos llamarlo Homero.  Él estaba sujeto igualmente por la marcha de la leyenda, y además encontraba ya, con la forma del relato, el encadenamiento de los temas y muchos versos acuñados que se transmitían dentro del gremio de cantores al cual sin duda pertenecía.

¿Existían ya canciones separadas que Homero pudo recoger, e incluso poemas enteros que se podrían reconocer en la Ilíada como materiales prehoméricoa?  La investigación homérica actual ha superado de modo fecundo esta cuestión, en la que hasta hace cien años se empeñaba el análisis, al poner en claro la grandiosa unidad de la Ilíada, o sea, la unidad de su plan poético: unidad que, desde luego, sólo puede tener la gran epopeya, con muchas preparaciones y conclusiones, anticipos y recapitulaciones, episodios y encadenamientos.  La anónima obra de la leyenda, la obra multiplicada de los cantores, ha entrado en los poemas homéricos, pero tal cual se nos presenta no constituye obra.  Los poemas homéricos son una creación, pero una creación cimentada sobre un largo desarrollo previo.
Pero las muchas tensiones que con todo existen en el conjunto de la lengua y de las acciones son no sólo importantes, sino esenciales: pertenecen tanto a la obra del poeta como a la ley vital de la época.  Pues para comprender una sublime vida varonil en el estado de agregación de hazañas y de destino que se cumple, y comprenderla de manera que a la vez sea modelo y disposición propia, imagen de la gloria antigua y de validez para el presente, e incluso actuante en el presente, tiene la epopeya que mantenerse siempre en doble juego.  Debe recordar lo antiguo y a la vez mantenerle su lejanía, mas al mismo tiempo ponerlo tan cerca con múltiples medios retóricos, que la gloria de aquello sea su propio orgullo.  Debe repetir fielmente lo conocido y reforzarlo cada vez más como norma, pero al mismo tiempo dejar la puerta abierta al asombro, la compasión y el entusiasmo, transformándolo de nuevo en singular y contingente, en acontecimiento conmovedor.  Si se pregunta de qué trata el epos y se quiere decir con ello no su contenido en hechos sino la vida que ha de tocarse en él, la respuesta es que tiene esencialmente contenidos diversos y a la vez se desarrolla en varios tiempos: en los de los antepasados que realizaron aquellas hazañas pero también en tiempo de los nietos que los cantan y oyen, y, sobre todo, en una época que quizá nunca existió y que siempre es, y en la que tiene su existencia intemporal lo absolutamente grande, lo divino, lo fatal.  La disposición y denominaciones de pueblos y países es la Grecia predórica, pero el modo de luchar y el concepto del honor, el tono del trato, la relación con la nave, el caballo y las armas son de la edad media griega.  La vida presente es vista a la vez desde el fondo dorado de un pasado mayor y con ello realzada, mientras que el tiempo antiguo es realzado con la conciencia del propio honor.

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