MOSAICO DE LOS PAÍSES GRIEGOS

El país helénico se convierte en la más variada y vivaz organización jamás conocida en la superficie de la tierra.  Pero es igualmente la copia de estas mismas tribus nuevas que la pueblan, cuya estructura política es joven como el estilo geométrico de sus vasos, que disuelve al decadente arte micénico: una simple monarquía militar, al frente de hombres libres, asociaciones tribales que se disuelven bajo la ley de la sedentarización en pequeños grupos de carácter local, una población distribuida de modo radicalmente enemigo del estado en aldeas abiertas, que sólo liga en unidad territorios muy limitados.  Sólo en dos lugares se forman o mantienen organizaciones políticas mayores y por razones muy distintas.  Ática, que e defiende de los nuevos invasores y con pleno derecho puede llamarse el país más antiguo, mantiene su unidad política, creada en la época micénica bajo la soberanía de la fortaleza de la Acrópolis de Atenas.  Pero en el Peloponeso oriental y meridional, en los territorios de Argos, Laconia y Mesenia, la capacidad de organización política de los dorios crea formaciones mayores sometiendo o haciendo retroceder a la población aquea; también ellas sucumben una vez más a la fragmentación, si bien la unidad ulterior del estado espartano, que se forma en las luchas del siglo VIII, se dibuja entre ellas por primera vez.
Lo mismo que el proceso de la migración y el establecimiento en los territorios, va ocurriendo también la contraposición con el primitivo estrato helénico y la organización de las nuevas comunidades en los diversos territorios de modo extraordinariamente variado.  Conduce en cada caso o al dominio de familias de caballeros, basado en la servidumbre de la población anterior (Tesalia), o a una población fuerte y campesina, consecuencia de la fusión con los antiguos habitantes (Beocia), o a establecimientos gentilicios en aldeas, alternando con periecos aqueos (Elide), o a complicados resultados de la estratificación con marcada pervivencia, incluso del estrato cario (Lócride).  Los territorios, que adquieren con la migración doria una estructura política más fuerte, se distinguen claramente de aquellos donde las corrientes de inmigrantes no han hecho más que pasar, o donde las tribus que se fijan como sedentarias se repartan por distritos; incluso se distinguen aquellos que forman parte del mundo históricamente movido del Egeo de aquellos que se quedan en el interior o fuera de camino.  La relación de equilibrio político entre los países, que se ha de desarrollar más tarde en los siglos de la historia de Grecia, se prepara ya desde este momento.  Pero precisamente en los territorios menos formados políticamente,en los cuales la unidad la representan sólo ligas de vínculos débiles y no formaciones estatales, surgen los santuarios y los santos lugares agonales: surgen Delfos y Olimpia.
Vista desde la historia universal, Grecia crece en aquel vacío de poder que se formó alrededor del año 1000 en el Mediterráneo oriental con la desaparición de la talasocracia cretense, la ruina del Imperio hitita y del imperialismo egipcio y el retroceso de las grandes potencias de Asia anterior, en el mismo vacío de poder que proporcionó a los fenicios la ocasión de expansionar su potencia comercial.  En él fue posible la expansión griega sobre las islas y la costa de Asia Menor; entonces las tenues huellas de la colonización eoilia, jónica primitiva y aquea fueron por primera vez con mayor insistencia marcadas y completadas con superiores fuerzas.  En él se formó también el sistema vital de la metrópoli griega, tan lleno de esperanzas como variado, tan dividido como cargado de fuerzas.  Que ello aconteciera en duras luchas y por decirlo así, en un estilo homérico de acontecer, se puede fácilmente suponer, se demuestra con numerosos testimonios, aunque, desde luego, no lo dice ninguna tradición.  Pero tales acontecimientos son espacialmente limitados y a la vez internos.  Les faltan, por fortuna suya, las implicaciones universales de la época micénica.  De ellos no resultan empresas amplias y excitantes, ni en ellos se dan influencias sorpresivas y extrañas.  En uno de aquellos lentos procesos de maduración que son condición de todo lo grande y sano en la historia se ha podido formar lo griego: su polis, su lengua, su religión ligada en cada figura al lugar, ero, sin embargo, extendida a toda la nación, su ética de la competencia agonal y de la humanidad bella, y muy lentamente, su arte.  Ello es también una conexión causal, aunque, desde luego, muy tranquila y velada.

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