LOS DIOSES GRIEGOS

De los dioses de los pueblos indoeuropeos que afluyen a Grecia conocemos con seguridad sólo a uno: Zeus, el luminoso dios celeste.  Él es común a todos los indoeuropeos, como las lenguas, incluso las arias, demuestran.  A él lo llevan los pueblos indoeuropeos por toas partes donde se encuentran con el mundo asiánico-mediterráneo, lo imponen por todas partes, lo implantan a la vez sobre los territorios, poseídos y animados por las antiguas divinidades, lo mismo que hacen con la casa que traen , el mégaron cuadrangular con su pórtico que reposa sobre pilares, el cual edifican allí donde se instalan, sobre las colinas dominantes, encima de las ruinas de los palacios destruidos.  Pero en los hombres sometidos perdura la vieja sangre; en los países sometidos, la fuerza religante y mágica de las antiguas divinidades, y con ellas el eterno mito de la tierra y la madre, de la muerte y el nacimiento, que en ellas se ha vuelto figura. Desde entonces está en la religión griega actuante y presente este estrato anterior, incluso allí donde está aclarado y realzado olímpicamente.  La tierra griega está llena de dioses, árboles, fuentes sagradas, seres que se deslizan y juegan, de grutas en las que vive la magia, de grietas en las que se abre la profundidad de la tierra; todo esto sigue siendo fe, aunque muchos casos de éstos se vuelvan duendes agrestes o se poeticen en cuentos.  Estas divinidades son sólo a medias figuras, y a medias potencias, más bien seres que existen que fuerzas que actúan; dioses no llegan a ser, y tanto menos cuanto los dioses se separan y configuran con mayor claridad.  De manera notable circula en ellos el aliento de la vida de la naturaleza; no están liberados de ser perecederos, sino coordinados con la transitoriedad como la ola, que en ella es eterna.  Pero, además, hay desde antiguo en la tierra y la fe de Grecia, nacido de la misma fuente y metafísicamente de la misma estructura, seres más oscuros, poderosos y crueles: espíritus vengativos que tienen sed de sangre, oráculos que surgen como vapores de la profundidad de la tierra, lugares y razas que están malditos por siempre.
Cuanto más firmemente echan raíces en el país meridional los pueblos llegados del Norte, primero con puras fortalezas dominadoras, después con la formación de señoríos en que se incorpora la población anterior, finalmente, mezclándose con la sangre extranjera; y cuanto más adentro penetran en Anatolia, donde eran más frecuentes los oráculos, más obligatorio el patriarcado y más próximo el poder de la Gran Diosa, tanto más profundamente absorben en sí el mito extraño, y éste se volvió, aunque no era griego ni, en el sentido griego, tampoco divino, matriz de los dioses griegos.  Ni siquiera Zeus se mantuvo cual era.  Ya no vivía en el cielo, que está en todas partes y avanza con los emigrantes, sino que se volvió sedentario con lo sedentarios: las altas montañas se convirtieron en su sede, o donde se unió más íntimamente a la tierra, hasta las cavernas y las grutas.  En algunos lugares se impuso la ciencia de que todo muere y todo renacerá de la muerte, incluso sobre él mismo.  La figura de animal, la que podemos imaginar más ajena al antiguo dios celeste, ya no les fue del todo extraña, y en Creta entró a estar en las proximidades de Minos, con tumba, laberinto, víctimas humanas y todo lo que a éste correspondía.
Para Zeus esta transformación siguió siendo, en conjunto, inesencial, afecta sólo a algunas de sus peculiaridades locales, como dote de los antiguos lugares de culto de que se apoderan.  Pero los otros dioses, cuya esencia primitiva nos es desconocida, se llenan más fuertemente con rasgos del espíritu mediterráneo. Muchos de ellos parecen ser casi divinidades de este mito de fe ctónica y matriarcal, que sólo ha concebido de nuevo y sacado a la luz el poderoso sentido de los invasores, y algunos lo son quizá realmente por su propio origen.  Muchas veces apenas se puede decidir si una figura del mito indoeuropeo -pues también este conocía la diosa telúrica- con la sangra ha absorbido del todo las divinidades indígenas de los viejos países mediterráneos, o si, por el contrario, un trozo del mito instalado en el país ha sido aprehendido por el espíritu de los invasores y realzado a figura humana de divinidad.  Más claro está esto donde una delas divinidades se ha apoderado de un antiguo lugar de culto de manera que éste lleva ahora el nombre del dios, anuncia su oráculo y celebra sus fiestas, mientras que la antigua divinidad está pacientemente a su lado o queda difuminada al fondo.  Pues se ha repetido el proceso histórico de la conquista del país y de la construcción de palacios en la esfera de las divinidades.


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