OSCURIDAD DE LA ÉPOCA MICÉNICA

Lo más seguro entre todos los acontecimientos históricos de la época micénica es todavía la conquista de Creta llevada a cabo por príncipes aqueos, que desde entonces mandan en Cnossos.  La fecha -alrededor del 1400 a.C.- resulta clara por algunos hallazgos y testimonios egipcios.Pero también este acontecimiento nos es conocido no en su proceso, sino sólo en su efecto: el señorío de los kafti se derrumba, los palacios son destruidos, grupos de pobladores cretenses son desplazados, la cultura minoica decae.  Lo mismo ocurre con el más importante acontecimiento de la época micénica, la primera colonización griega.  Puede considerarse seguro que ya antes de la conquista de Creta, y después en proporción creciente, de todas maneras en época predoria, estaba ya en marcha con gran impulso la expansión de los griegos por las islas haciala frontera de Asia Menor, sobre todo en la parte aquea del Sur.  Los aqueos se instalaron en Rodas, Licia, Panfilia y Chipre; por debajo de la ocupación doria posterior del sur de Asia Menr hay claramente un estrato aqueo.  Las tribus jónicas se instalan sólidamente en época micénica, en las Cícladas centrales y septentrionales, y desde luego también en algunos puntos de la costa de Asia Menor; los eolios conquistan Lesbos y Ténedos, y tantean también el continente.  Así surge un reglejo de la disposición de las tribus griegas primitivas en el mundo insular y en las costas fronterizas de su mundo; de todos modos, la plena corriente hacia la costa occidental de Asia Menor sólo fue puesta en marcha con los movimientos de pueblos del siglo XII.
Pero también este acontecimiento grandioso y borrado de la colonización lo vemos sólo desde el fin en sus efectos, no en sus causas y su transcurso.  Movimientos a la espalda de las tribus griegas antiguas que dieron el impulso a su navegación a través del mar se pueden suponer ahora inequívocamente.  El motivo de la falta de tierra se repite siempre en los historiadores cuando los hombres emigran, pero nada dicen en concreto, y además es un eco sustitutivo del heroico empuje y espíritu de empresa que la leyenda, al transformar en figuras los acontecimientos históricos, ha conservado como carácter de la época.
La misma luz crepuscular brilla sobre el fin de la época micénica.  La destrucción de las fortalezas aqueas está incluso en plenas tinieblas, pues sobre él se apaga incluso la apariencia luminosa de la leyenda, y el espacio de 1200 a 900 está para nosotros vacío históricamente; lo estaba, por lo demás, para los griegos mismos, que sólo podían llenarlo con muy escasas combinaciones legendarias.  Como el texto de los acontecimientos históricos está borrado -y esto ocurre para toda la época micénica-, en el vacío una cuestión más profunda sobre las fuerzas efectivas y su implicación sobre los movimientos de pueblos  y las luchas consiguientes por el poder.  Algunos especialistas en historia griega han podido llegar a negar realidad histórica a la migración doria.  Para tiempos anteriores, en el esplendor de la época micénica, los cuadros son más claros para los ojos, pero tanto mas difícil de aclarar es el complejo de fuerzas.  La investigación moderna, no obstante, va arrojando luz, con sus métodos agudos, científicos y pacientes, sobre la oscuridad de la época micénica, incluso para las exigencias de la historia, al encontrar un justo medio entre la catalogación de los hallazgos y la fantástica atribución de piezas características a los conquistadores que lleguen de cualquier punto.  Mientras tanto, puede la época micénica quedar tranquila en la semihistoricidad en que hoy está.  Pues su significación en la historia de Europa está ya fuera de toda duda.  Allí se realizó la primera fase del encuentro entre los dos grandes mitos, allí surgió en la lucha de los dioses y en su interpenetración por primera vez la esencia de Europa.  Según el profundo mito, Zeus, en figura de toro, trajo a Europa a Grecia y la ocultó en una cueva; el nombre de la diosa terráquea beocia designa, al extenderse, primero la Grecia central continental, después el resto del continente, que es nuestro destino y nuestro futuro.


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