MICENAS Y EL MUNDO MICÉNICO

Los comienzos del helenismo no sólo, según se ha dicho frecuentemente, crecen "en la sombra" de las costumbres mediterráneas, sino que éstas forman una parte de su composición orgánica, a saber: el sustrato, que es poderoso en aquél y que siempre en nievas oleadas asciende a su conciencia, a su religión, a su exigencia histórica.  Los griegos suelen denominar a este sustrato, donde lo perciben, con el nombre de "cario", pero también este nombre como la distinción frente a lo griego, para la que sirve, es muy indefinida.  Se ve claramente que en los siglos decisivos de la prehistoria ocurrió menos un cambio que una interpenetración, y lo esencial fue absorbido en la propia sangre.
En realidad, las evidentes influencias que los grandes centros del mundo mediterráneo, ante todo Creta, ejercieron sobre los bárbaros, primeros griegos, no fueron nunca lo esencial.  El influjo de la elevada forma cretense sobre el mundo micénico es muy fuerte, por lo menos ya en la época de las tumbas de cista,a comienzos del siglo XVI.  Los finos trabajos cretenses se distinguen claramente de la cerámica indígena de Orcómeno.  Más tarde, en la época de las tumbas de cúpula, en la fase última de la cultura cretense, el influjo es aún más fuerte.  Las costas meridionales y orientales de Grecia están entonces realmente "a la sombra" de Creta; esta es la situación histórica que ha llevado al defectuoso concepto de una "cultura creto-micénica".
Son, sin embargo, mucho más esenciales las tranquilas y continuas corrientes que ascienden desde los países ocupados y penetran en el propio ser:las divinidades que habitan los lugares de culto, los labradores que se quedan con sus bienes y sus costumbres al pie de los castillos, las ideas arraigadas en el país sobre el poder de los muertos y sobre la vuelta de los nacimientos.  Todo esto conserva su valor, porque pertenece al país ocupado.  Penetra en la lengua con las raíces y los elementos morfológicos carios.    Transforma las divinidades importadas en algo oscuro y ligado al suelo, y empapa el modo de ser griego con muchos pensamientos y con el talante del viejo mito.
El mundo micénico está, para los ojos históricos, aún ahora detrás de un velo que él mismo se ha tejido, y que es su obra más hermosa e inmortal: el velo de la leyenda.  Está tan recamado de leyendas, que los dioses se confunden de modo inseparable con los héroes históricos; la descendencia de héroes epónimos, con nombres de pueblos históricos.  La genial hazaña de Schlieann levantó por primera vez este velo; pero el sol de Homero era tan fuerte que la realidad micénica que se descubrió estaba todavía bajo su luz.  Los azadones modernos trabajan, sin embargo, con más rigor y se unen con los métodos de análisis lingüístico y de combinación histórica.  La relación causal histórica que hay en las primeras fundaciones de estados griegos no la han revelado, a pesar de todo.  El conjunto se asemeja un poco a una vivisección: la figura viva es la leyenda, y en sus partes separadas alienta todavía como el resplandor de su vida, y lo que llega a estar separado y convertido en una preparación queda, por consiguiente, aislado y ya no tiene conexión causal con los otros miembros.
Desde luego, conocemos ahora las relaciones entre los ambientes históricos y la estratificación de las tribus que ha resultado en las migraciones a partir del dos mil.  Se extiende desde Egipto y Macedonia -pues el Norte fue ocupado antes de la irrupción iliria por tribus helénicas- hasta el sur del Peloponeso.  La población anterior fue por todas partes sometida o incorporada; en algunos casos se puede reconocer este proceso histórico en la estructura social de los pueblos, en la presencia de un gran estrato de sometidos o periecos de derechos restringidos.  Muy pronto se presenta el país de Argos como centro del mundo micénico.  Allí estaban instalados los "dánaos".  Allí surge, desde el siglo XVII, sobre una montaña de roca no muy alta, a una cierta distancia del mar, el orgulloso castillo de Micenas, y, no lejos de allí, Tirinto, que más tarde siempre fue construido con mayor esplendor.  Los príncipes de los dánaos aparecen en la época como jefes de todos los aqueos, y el "imperio" de Atreo es para la leyenda una realidad.  Si lo fue históricamente no se puede comprobar, y, hasta es dudoso.  Pero allí tuvo su asiento un fuerte poder regio, e incluso un dominio político sobre amplias zonas del Peloponeso, con mayor amplitud, que la conocía por propia experiencia la Grecia políticamente dividida en pequeños estados de la época homérica.


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