NÚMENES, DIOSES Y HADOS EN LA EDAD MEDIA GRIEGA

¿Participan los dioses en las cuitas de los griegos? ¡Por supuesto!  Una simple ojeada asegura que tan pronto atacan ellos como se mantienen a la espera, favorecen o persiguen a capricho.  Pero no lo hacen como fuerzas oscuras, sino como caracteres claros y muy decididos.  Es verdad que en general son invisibles para los ojos humanos, pero sin embargo resultan fáciles de reconocer en el estilo de sus hazañas.  También para ellos y hasta entre ellos parece haber reglas de juego en la lucha violenta y un altivo ethos, solo que todo resulta un poco más fácil y libre que para los nobles señores de Mileto, Calcis o Mégara: la conquista o los celos, la enemistad como venganza o el engaño.
Así, el mismo proceso poético que ha creado del pasado heroico y del presente caballeresco, de la leyenda, el recuerdo y la existencia vigilante, la canción heroica hizo también época en la historia de los mitos.  Y el mismo poeta ciego cuyo nombre llevan las grandes epopeyas les ha creado a los griegos sus dioses.  Realmente a los griegos, pues del mundo claro, espiritual y ligero de Jonia surge Homero, y la lengua jónica por él conformada y el mundo divino por él pensado, para todas las naciones griegas, incluso para la metrópoli, más seria y firmemente arraigada en el suelo.  Allí, desde luego, se les añade a los dioses homéricos mucho de los severos colores de la patria; a la ligereza jónica que ellos tienen, mucho del derecho y el orden bien guardado; a sus atrevidas pasiones, algo de mesura y contenida voluntad, tanto más según penetran en las zonas de educación dórica y de arraigo al modo del noroeste.  pues en el país más viejo sujetan más las viejas ordenaciones de la sangre y la vecindad, lo mismo que en los hombres en los dioses; y el suelo es más sagrado por las tumbas de los antepasados y los héroes que las tierras nuevas y sin prejuicios y las potencias del profundo son sentidas más al modo agrícola incluso por los señores.  Mas con todas estas resonancias, la luminosidad de los dioses homéricos no es turbada, sino enriquecida y a la vez profundizada.  Los celestes tienen su trono, como Homero los ha visto, en el Olimpo.  Desde luego, habitan también en lugares determinados desde tiempos muy antiguos, a menudo en sitios del país de oscura naturaleza, y allí hasta están en relación con muchos seres semidivinos o nada divinos, que están comprendidos en el círculo de la naturaleza e incluso con potencias oscuras del profundo de la tierra.  Corresponde a la esencia de la religión griega que o bien no  ve esta oposición o bien la toma y transforma en sentido positivo, poblando la multiplicidad de sus santuarios con los sublimes dioses, sin renunciar a su unidad.  Así es como llega a la riqueza y, podríamos decir, a la omnisciencia que fuera de ella no posee ninguna otra mitología.  Ilumina todo lo humano y ningún movimiento o fenómeno de lo humano se le escapa.
Pero la más íntima sabiduría de ella es la imagen de los dioses en el Olimpo.  En este sentido ha creado Homero la religión griega y en este sentido ha habido una decisión en la lucha de las dos mitologías, la cual es válida no sólo para Grecia, sino para  Europa.  Precisamente porque el viejo mito de la madre y la tierra, el nacimiento y la muerte, no ha sido olvidado ni desautorizado, sino expulsado a las zonas profundas a las que pertenece y desde donde envía continuamente olas y efectos.  Así se hizo posible el noble mundo divino de elevado sentido y virilidad, sin recaer en el primitivismo, esto es, con espíritu renovado.  Sólo se podía pensar así si se planteaba la pregunta de si hay una vida en la que dominan la acción y el espíritu y en la que las oscuras potencias de la naturaleza quedan a sensible distancia de los humanos, si bien no como peso muerto ni como vapores, no como duende ni como fantasma, espiritualizando el tiempo y la voluntad.  Esto fue una decisión cultural para Europa y allí se tomó.


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